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Lección 1.- El Espíritu Santo – I

Lección 1.- El Espíritu Santo – I

En la epístola a los Efesios 5: 18 dice, “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. El Credo de los Apóstoles contiene diez artículos sobre la persona y obra de Cristo y un artículo sobre el Espíritu Santo. Esta proporción de 10 a 1 representa el interés que tenemos en el Espíritu Santo. Ninguna doctrina de la fe cristiana ha sido tan descuidada; esto es lo más notable cuando nosotros recordamos que el Espíritu Santo es el hecho definitivo de la redención y revelación; la doctrina del Espíritu Santo es el artículo por el cual la Iglesia permanece o cae.

Tu y yo, la Iglesia, estamos viviendo bajo la dispensación del Espíritu. Es en el carácter del Espíritu que Dios ahora se revela a Su pueblo; esta es la razón por la que es imperdonable hablar contra el Espíritu Santo. El que no conoce a Dios el Espíritu Santo, no puede conocer nada de Dios. La palabra declara que el Espíritu Santo es el revelador de toda la verdad. De hecho, Jesús dijo que cuando El (hablando del Espíritu Santo) venga, nos guiará (esto es a la Iglesia) a toda la verdad. La Iglesia es el cuerpo de Cristo habitado y controlado por el Espíritu Santo. Si vamos a funcionar y hacer lo que Dios ha destinado que hagamos sobre esta tierra, será por y mediante el Espíritu Santo. Para la Iglesia, el Espíritu Santo es la fuente de toda sabiduría y de todo poder; el dirige, da poder y controla. Cuando Dios nos dio de Sí mismo en la persona del Espíritu Santo, entonces te dio a tí y a mí todo lo que se necesita para triunfar, o para hacer la voluntad de Dios. Para llevar el Evangelio a todo el mundo lo único que era necesario era el Espíritu Santo. Jesús les mandó a los primeros discípulos que fueran por todo el mundo y prediquen el Evangelio a cada criatura, pero también les dijo, “quedaos”; antes que se vayan, tienen que esperar hasta que sean investidos con poder desde lo alto”. La gran comisión dada en un contexto Pentecostés sólo puede ser efectuada por una iglesia Pentecostés mediante poder Pentecostés. Por lo tanto, de principio a fin, esta es una dispensación del Espíritu.

¿Cree la Iglesia realmente en el Espíritu Santo? Los escritores modernos contienden que el nombre es sólo una figura de una atmósfera espiritual. Lo consideran lamentable que una personalidad ha sido atribuída al Espíritu. La vida de la Iglesia testifica de la misma actitud: las cosas del Espíritu son ignoradas por la Iglesia moderna como si no contaran; cuán poco tú le oyes ser predicado. Algunas iglesias dan lugar a tiempos de silencio, que produce excitación emocional; pero cuando nuestros padres, llenos del fuego de Dios en sus almas, dieron lugar al Espíritu, ellos gritaron y alabaron a Dios. No era algo que ellos produjeron: aquel era el resultado de la vida de Dios fluyendo mediante estos frágiles templos humanos. La Iglesia todavía tiene aún una teología del Espíritu Santo, pero ninguna conciencia viva de Su presencia. Es una tragedia que podamos tener una teología y aún no conocer a aquel de quien la teología habla. La teología sin la experiencia es como la fe sin obras: está muerta. Y las señales de muerte abundan porque los hombres no creen en el Espíritu Santo. La libertad de profetizar se ha ido, porque los hombres creen en la investigación y no en la inspiración. Hay una falta de conversiones porque la fe en el nuevo nacimiento como un acto creativo del Espíritu Santo ha perdido su impacto sobre el intelecto y corazón.

El 85 % de los miembros de la Iglesia no tienen deseo espiritual verdadero, y si llegas al resultado final, esto simplemente nos dice que un 85% de los miembros de la Iglesia no han nacido de nuevo del Espíritu de Dios. “…Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” ( 2 Corintios 5: 17). Esto se refiere a que cuando hay un nacer del Espíritu Santo en un ser humano, nacerá también un deseo por las cosas espirituales, y cuando el deseo no está ahí, el Espíritu Santo seguramente no ha hecho Su obra en el corazón.

El bautismo del Espíritu Santo es raramente predicado porque los hombres realmente creen que se pueden perfeccionar a sí mismos mediante la sabiduría de la carne y la cultura de las escuelas. La turbación y la impotencia son los resultados inevitables cuando la sabiduría y los recursos del mundo son sustitutos de la presencia y el poder del Espíritu Santo.

El efecto del materialismo es visto en tales movimientos como la Ciencia Cristiana, Espiritualismo, y otras sectas como estas. Es la verdad en estas sectas que les da poder, pues este es sólo la reacción del espíritu del hombre contra el cautiverio de la carne y la mente; el hombre sabe que hay más fuera de este mundo fisico. Y estos anhelos deben ser saciados por la experiencia de Pentecostés; esta es la única respuesta a la causa. El modernismo y el misticismo son también los productos de una religión que no es bautizada en el Espíritu Santo; estas cosas florecen sobre tierra empobrecida y sobre muladares; son las obras de la carne y el producto de la muerte espiritual. El remedio para lo falso está en las inundaciones, ríos, viento y sol. “…de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7: 38). El profeta Isaías nos muestra que cuando la vida espiritual está fluyendo, “Entonces nacerá (florecerá) tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto…” (Isaías 58: 8). Aquí no está hablando de la salvación del individuo, sino la salvación de la Iglesia.

Adondequiera que el Espíritu Santo está obrando, sana las situaciones ocasionadas por la muerte. La respuesta está en la demostración de lo sobrenatural, una región que suple la necesidad humana.

Hace muchos años, cuando empecé como predicador, estuve en una reunión en Wichita Falls, Tejas. Una dama anciana de 70 años aproximadamente vino a la reunión esa primera noche, trayendo uno de los pequeños folletos que se habían distribuido en los barrios de alrededor, anunciando la reunión; había tomado el folleto con mi foto en él, y vino esa noche. Esta dama no asistía a esa iglesia, pero vino diciendo que Dios le mostró que El me iba a usar para sanar a su esposo. Averigüé respecto a el problema con el esposo: me contó que él estuvo en un manicomio (en uno de los más grandes en el estado de Tejas); este hombre anciano estuvo en el asilo de locos, y comprendí qué él tenía el mal de Alzheimer. Había estado ahí por 2 años y ni siquiera reconocía a su esposa de 56 años, simplemente no conocía nada; tenían que doblarlo para que se pudiera sentar. Esto fue un domingo por la noche, y no me iba a encontrar con ella hasta el jueves por la mañana. Mi esposa, el pastor y yo fuimos ahí. El enfermero trajo al señor a la sala, nos dejó con él, (tenían que doblarle sus piernas para sentarlo) y nos dijo: “cuando acaben, me pasan la voz”. Cuando nos dejaron en la sala, no sabía hacer otra cosa sino pedir que Dios lo sane, así que impuse manos sobre él y dije: “en el nombre de Jesús, sé sano”. Llamamos a los encargados, y la esposa estaba histérica. Ella dijo: ” pensé que usted iba a hacer algo más que eso”. Todo el camino a casa nos estuvo gritando. Esa noche no vino a la iglesia, pero a la mañana siguiente mientras tomábamos desayuno, ella llamó; pensaba que seguía con su histeria y que iba a molestarse conmigo nuevamente a causa de que pensaba que no había hecho lo suficiente el día anterior. Pero esta vez me dijo: “Pastor Clendennen, mi hijo internó a mi esposo en el hospital hace dos años; él vive en Fort Worth y tiene que firmar para sacarlo; mi hijo está en camino para sacar a mi esposo. Cuando el enfermero entró al cuarto esta mañana, él estaba sentado sobre el lado de la cama vestido y preguntando donde estaba su esposa”. Dios lo había sanado totalmente. Esta es la obra de la iglesia a medida que fluye en el Espíritu Santo.

El Pentecostés no era un día extraordinario; el propósito original para la Iglesia misma era que opere en el ambiente del Espíritu Santo; la Iglesia debía de funcionar en ese ambiente en todo momento. Debe haber un nuevo cumplimiento de Juan 7: 37-39, dice: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”. La fiesta era la Fiesta de los Tabernáculos, y duraba 7 días: sacrificios especiales eran ofrecidos y ritos especiales eran observados, y todas las mañanas un sacerdote traía agua y la derramaba sobre el altar. Esto era hecho por siete días, y ya era el octavo día de la convocación.

Esto era una celebración y una profecía. Primeramente conmemoraba el abastecimiento milagroso de agua en el desierto; esa roca que estuvo con ellos de la cual salieron aproximadamente 27 millones de galones de agua por día en el desierto. En segundo lugar, traía testimonio de la expectativa de la venida del Espíritu Santo.

En el séptimo día de la fiesta, el derramamiento del agua cesaba. Pero el octavo día era un día de convocación, y era el día más grande de todos. Fue en el octavo día, cuando no había agua para ser vertida, que Jesús se paró y clamó diciendo, “…Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”, y luego añadió: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Fue el Apóstol Juan que agregó estas palabras, “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él …”. Aquellos que creyeran, iban a recibir el Espíritu Santo.

No hay duda de que ésta es la voluntad de Dios: el río fluyendo fuera de nosotros, sanando las heridas de la gente, porque cualquier cosa que el río toca, el Espíritu Santo sana. Debemos permitir que en todo momento el río fluya, porque la respuesta a lo que se supone que la Iglesia debe ser, está en el río. La razón por la que fuimos creados, la razón por la que estamos aquí, es para que el río fluya mediante nosotros, tocando y sanando.

Una mujer vino a la iglesia en Beaumont donde pastoreé por 35 años; estaba enferma, y los doctores le habían dicho el viernes anterior en un hospital de Houston que tenía treinta días o menos de vida. Esta mujer dijo a su esposo: “Quiero que me lleves a Beaumont, Texas, un domingo. Solía escuchar las prédicas de una iglesia de ahí en la televisión, y creo que si puedo llegar ahí, Dios me sanará”. Yo nunca los había visto antes, pero el domingo por la mañana, estaba predicando, y había un hombre y su esposa sentados en el centro, junto al pasillo. Pero habían cambiado el orden: comúnmente el hombre se sienta junto al pasillo, pero esa mañana la mujer estaba sentada junto al pasillo. Mientras caminé por el pasillo predicando, llegué a donde ellos estaban y me detuve, diciendo a ella: “usted vivirá y no morirá”. Ella comenzó a llorar; yo no sabía por qué le había dicho eso. Al terminar el servicio, estaba en la puerta despidiéndome de los que se iban, y ella me contó la historia de cómo sintió que Dios le había dicho que si viniera allí, sería sanada. Esa mañana el río estaba fluyendo, y Dios me permitió profetizarle, y fue totalmente sana ese día.

Este río es la respuesta a todo; cualquier cosa que Dios nos ha llamado a hacer, ha sido suplida por el Espíritu Santo. Esa es la razón por la que El dijo: “no dejen Jerusalén hasta que ustedes hayan sido investidos con este poder de lo alto” (Parafraseando). Nosotros somos simplemente un producto de la carne; podemos hacer cosas religiosas (y la Iglesia hace cosas religiosas), pero cuando obramos fuera del Espíritu Santo, entonces no es nada mas que una operación de la carne, y nada sucederá. El Espíritu Santo enseñó esto a los Apóstoles muy abruptamente.

Tu recuerdas la historia en el capítulo 9 del Evangelio de Marcos 9: 22-24, (también se encuentra en el capítulo 17 del Evangelio de Mateo) cómo un hombre había traído a los apóstoles su pequeño hijo quien era lunático, y los demonios en él lo tiraban al fuego y al agua. Los apóstoles no pudieron sacar al demonio del muchacho, así que cuando Jesús vino, el hombre corrió a El, y le dijo: “si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros , y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: creo; ayuda mi incredulidad”. Piensa en esto, aquí está un hombre diciendo, “Señor creo, ayuda mi incredulidad”. Mi primer encuentro con esa Escritura, o sea, la primera vez que la entendí, fue en un tiempo de ayuno y oración; cuando leí eso, el diablo me dijo: “hay una contradicción aquí: no puedes conseguir agua amarga y agua dulce de la misma fuente. No puedes tener credulidad de la incredulidad, y aquí está este hombre, diciendo a Jesús, “creo, ayuda mi incredulidad’, y el Señor Jesús nunca lo reprendió”. Pero mientras esperaba, el Espíritu Santo dijo: “no hay contradicción aquí: hay dos fuentes aquí. Está la fuente del viejo y del nuevo hombre, la carne y el Espíritu”.

Jesús echó al diablo fuera, sanó al muchacho, y cuando estuvieron solos, los Apóstoles vinieron a El y le dijeron: “¿por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?”. Esta es una buena pregunta. Pero si lees el contexto entero, ellos realmente trataban de echarle la culpa a Jesús por lo que había pasado. En otras palabras, simplemente decían, “¿por qué el demonio no salió? Hicimos la misma cosa que hemos hecho siempre: impusimos manos sobre él y le hablamos, y clamamos el Nombre de Jesús; hicimos todo lo que hicimos antes, y los demonios salían, pero este no salió”. Y Jesús les dijo: “a causa de su incredulidad”. (Parafraseando). Toda incredulidad es producto de la carne. Entonces lo que Jesús quiso decir: “tú has aprendido cómo hacerlo y no has mantenido continuamente esta plenitud del Espíritu Santo; has aprendido cómo ser religioso y estás operando en tu propio nombre, en la carne; los demonios no están sujetos a eso” (Parafraseando). El dijo: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9: 29). El ayuno trata con esa naturaleza vieja, la oración trata con la nueva naturaleza. Lo que te estoy diciendo es que nosotros podemos aprender cómo hacer todo; podemos memorizar aún las lenguas, pero solamente la operación y función del Espíritu Santo trae realidad.

No es cuestión de solamente haber sido llenos, sino también, como dice la Biblia: “sed llenos”; esto es tiempo presente. Todo el tiempo, y en cada lugar, y en cada circunstancia de la vida, si estamos llenos del Espíritu Santo, nosotros, la Iglesia del Dios Vivo, tenemos los recursos para funcionar, para ser y para hacer cualquier cosa que se dice que debemos hacer en cualquier circunstancia de la vida; este es el Espíritu Santo que tenemos. Somos el templo del Espíritu Santo; El ha venido a nuestros cuerpos para vivir por medio de nosotros la vida que Jesucristo viviría si El estuviera aquí personalmente hoy. ¿Qué haría El? Sanaría los enfermos, echaría fuera demonios, limpiaría los leprosos, todo esto haría; y el Espíritu Santo ha venido para llevarlo a cabo mediante mi vida, y mediante tu vida.

Pablo dijo en el libro de Gálatas 5: 17, “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”. ¿Qué queremos hacer? Queremos hacer exactamente lo que Jesús hizo mientras El estuvo aquí: destruir las obras del diablo. ¿Qué es lo que nos detiene para hacer eso? La carne, simplemente siendo religiosos en la carne. La religión sin el Espíritu Santo es nada más que esa religión farisaica que Jesús confrontó cuando El vino a esta tierra. Es la misma cosa.

El que no conoce a Dios Espíritu Santo no puede saber nada de Dios, y con establecer esto, empezamos esta serie sobre el Espíritu Santo. Vamos a investigar cada aspecto del gran Espíritu Santo, vamos a descubrir lo que Dios nos ha dado; todo lo demás que tenemos, aunque puede ser útil, no es una necesidad. No necesitamos grupos de coros, no necesitamos aviones, no necesitamos prensa escrita, no necesitamos televisión; podemos hacer la obra de Dios bajo cualquier circunstancia si continuamos en la obediencia a esta Escritura: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” (Efesios 5: 18).

 

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