Lección 3.- Yo Soy El Que Soy
En Exodo 3: 14 tenemos que, “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. Dios no tiene origen, sé que todos los lectores están de acuerdo conmigo en esto.
Cuando pensamos en cualquier cosa que tiene un origen, con toda seguridad no estamos pensando en Dios. Dios no es un ser creado, El es Dios, el único Creador, y todo lo demás ha sido creado y tiene un origen. La mente humana habiendo sido creada, tiene una inquietud comprensible sobre lo no creado. No es fácil para el hombre entender a alguien que es totalmente santo, porque está fuera de su alcance y comprensión. Nuestra tendencia es la de turbarnos por pensar que existe alguien que no contó con nosotros para que El exista y quien además no tiene que dar cuentas a nadie de nada.
La filosofía y la ciencia no siempre han sido amigables con Dios. La razón de esto es que ellos están dedicados a la tarea de dar razón de las cosas, y son muy impacientes con cualquiera que rehúsa dar cuentas de él mismo. Muchos de los filósofos y los científicos van a admitir que hay mucho que no saben; pero es una cosa muy diferente admitir que hay algo que nunca podrán saber.
Pienso que la forma más alta de sabiduría en esta tierra es saber que hay algunas cosas que no puedes conocer. El admitir que hay una persona que está muy por encima de nosotros y que no se va a someter a nuestro razonamiento, requiere de mucha humildad, más de la que muchos de nosotros poseemos, así que lo encaramos trayendo a Dios a nuestro nivel, o más abajo donde podamos manejarlo. La religión es siempre un intento de ello. Esa es la razón por la que escuchamos tanto de esa cosa llamada el “movimiento de fe” que dice de ellos mismos que son pequeños dioses. Esto es el mormonismo. Esto y otras cosas más se han introducido. Los hombres tienden a poner a Dios en su mismo nivel, y como no pueden impedir que El sea Dios, entonces ellos se hacen dioses a sí mismos. Esto es siempre el resultado del orgullo humano. No pueden hacer frente al hecho de que hay alguien superior a ellos mismos.
Una de las grandes tragedias del Siglo XX es que hay millones que pertenecen a iglesias y asisten regularmente, quienes nunca piensan seriamente sobre la persona de Dios. Pocos son los que permiten que sus corazones contemplen con temor reverente al gran “YO SOY”. Tales pensamientos son muy dolorosos; preferimos pensar en cosas que nos harán bien, o sea, como mas bien mejorar nuestra propia imagen. Algunos pueden preguntar, “¿Qué tiene que ver esto con mi vida?” La respuesta es, porque somos la obra de Dios y por consiguiente nuestros problemas y nuestras soluciones son teológicas. La respuesta a todo problema humano está en el conocimiento de Dios. Salimos de la mano de Dios, somos su creación, por lo tanto, nuestros problemas son teológicos. Es de una necesidad absoluta tener algún conocimiento sobre qué clase de Dios es el que opera el universo, con el fin de tener una buena filosofía de la vida y una mirada sana del mundo.
El hombre es un ser creado, que por sí mismo, no posee nada, sino que es dependiente cada momento de quien lo creó. La Biblia dice que en El vivimos, nos movemos y somos. La realidad de Dios es necesaria para conocer la realidad del hombre. Deja a Dios aparte, y el hombre, podemos decirlo, no tendrá base para su existencia. Que Dios es todo y que el hombre es nada es un principio básico para la fe y adoración cristiana. En su total dependencia para todas las cosas en la voluntad creadora de Dios, descansa la posibilidad de santidad y pecado.
Quiero decir esto otra vez. Necesitamos comprender lo que les estoy diciendo. Somos ministros de Dios, y si ya sea que quieras tomar la responsabilidad o no, la responsabilidad descansa en tí en cuanto a lo que va a ser producido en un mundo espiritual. Lo que creamos o prediquemos, va a producir espiritualmente lo que los hombres vean y crean en la Iglesia. Porque todos somos un producto de las ideas que vienen a nosotros y que creemos. Entonces, en su total dependencia para todas las cosas en la voluntad creadora de Dios, descansa la posibilidad de la santidad y del pecado.
Una de las marcas de la imagen de Dios en el hombre es su habilidad para ejercitar su elección moral. La enseñanza del cristianismo es que el hombre escogió ser independiente de Dios, y confirmó su elección al desobedecer un mandato divino. El mensaje de Dios para el hombre fue, “de todo árbol del huerto podrás comer; (son buenos para comer, puedes hacerlo) mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. El hombre estaba allí, tenía una elección moral. Escogió desobedecer a Dios.
Ese acto de desobediencia rechazó a Dios como el fundamento de la existencia e hizo volver al hombre hacia sí mismo. El “yo” en ese momento, y no Dios, se convierte en el centro del mundo del hombre. El se convirtió en su propio centro. No podíamos imaginarnos una más positiva aseveración de la existencia propia que las palabras que leemos al principio “YO SOY EL QUE SOY”. Todo lo que Dios es, todo lo que es de Dios, está dado en esta declaración absoluta de un ser independiente. Quiero decir que el “YO” en Dios no es pecado, sino que es la suma total de toda la bondad, santidad y verdad posibles. Ese es Dios.
Por otro lado, el hombre natural es un pecador, porque él desafía el “YO” de Dios, en relación con su “yo”. En todo lo demás el hombre puede aceptar la soberanía de Dios; pero en su propia vida la rechaza. Para el hombre, él mismo se convierte en su “yo” y en esto el sin saberlo imita a Lucifer, a quien ha escogido seguir. Pero sin embargo, el “yo” es tan sutil que raramente las personas son conscientes de su presencia. Debido a que el hombre nació rebelde, él no se da cuenta que es rebelde. El está dispuesto a compartir de él mismo y algunas veces aún, está dispuesto a sacrificarse por una meta que él desea, pero no el destronar a su “yo”. No importa cuán bajo haya descendido en la escala social, él es aún un rey en su trono a sus propios ojos.
Estamos hablando del “yo”. El egoísmo y la desobediencia son términos que pueden ser intercambiables. El pecado tiene muchas manifestaciones, pero su esencia es una.
Un ser moral, creado para adorar delante del trono de Dios, se sienta en el trono de su propio “yo” y desde esa posición declara, “yo soy”. En esencia, lo que está diciendo es, “yo soy Dios”. Pablo lo puso en esta forma en el libro de 2 Tesalonicenses 2: 4, allí hay dos anticristos, “…se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”. Y en el versículo 8 habla de otro. ¿Cuál es el templo de Dios? Nuestro cuerpo. Si nuestro “yo” se sienta allí como Dios, entonces de eso es lo que está hablando. El “yo” se sienta ahí clamando él mismo ser el “Yo Soy”. Eso es el pecado en su esencia más concentrada; sin embargo, como es algo aparentemente normal, parece bueno. Es sólo cuando la Palabra de Dios lleva al hombre a la presencia del Dios Altísimo, sin el escudo protector de la ignorancia, que la terrible verdad llega poderosamente a la conciencia.
En el lenguaje del evangelismo, el hombre que es confrontado con la presencia de Dios Todopoderoso se dice que está “bajo convicción”. Y en ese momento, ese es el único momento en el cual él se puede arrepentir. El hombre no puede acercarse a Dios por sí mismo; sólo podrá hacerlo si el Espíritu Santo lo atrae. Esto es convicción. Este es el momento cuando el hombre es confrontado con él mismo, puesto bajo convicción, y significa que él es convencido aquí que es un pecador por naturaleza y un rebelde contra Dios. Sólo así él puede arrepentirse, porque sólo cuando hay convicción de pecado viene el poder para el arrepentimiento. Cristo se refirió a esto con estas palabras, “Y cuando El venga, El convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. Estas palabras fueron confirmadas en Pentecostés. Cuando escucharon la Palabra, fueron tocados en su corazón y clamaron: “¿Qué haremos?”; es el clamor profundo de todo hombre que repentinamente es consciente que es un usurpador y que está sentado en un trono robado.
Aunque dolorosa, es precisamente esta viva consternación moral la que produce el verdadero arrepentimiento y hace un cristiano robusto después que el penitente ha sido destronado y ha encontrado paz y perdón. La única cosa que lo llevará a esta libertad, es la prédica fidedigna de la palabra de Dios, por parte de gente como nosotros. Debemos predicar la ley hasta que el corazón del hombre quede expuesto. No puedes hacer que un hombre quiera ser salvo, sino hasta que sepa que está perdido. No puedes hacer que se arrepienta y que cambie el rumbo por el que está yendo, hasta que él se convenza por la palabra de Dios que ese es el rumbo equivocado.
Cuando el joven rico vino a Cristo, él preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. No había nada en él que dijera que era un desobediente de la ley. No había forma que él se arrepintiera, hasta que Cristo, por el ministerio de la Palabra, lo llevó al punto donde él pudo ver la codicia de su corazón. El se fue triste. El verdaderamente vio, como acabamos de decir, que él era un usurpador. No se arrepintió, se dio la vuelta y se fue. Pero quiero enfatizar que absolutamente no hay esperanza para él, a menos que él se arrepienta.
Alguien ha dicho, “La pureza del corazón, es tener voluntad por sólo una cosa”. Podemos entonces, también igualmente declarar que, “la esencia del pecado es tener voluntad por sólo una cosa”. Poner nuestra voluntad contra la voluntad de Dios es destronar a Dios y hacernos a nosotros mismos supremos en los pequeños reinos del alma humana. Encontrarás que en la teología de Pentecostés, se puede notar un realce de Romanos 1: 18, cuando Pablo habló acerca de detener con injusticia la verdad. Y luego él sigue diciendo que habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios sino que honraron y dieron culto a las criaturas antes que al Creador. Esto quiere decir que ellos se hicieron a sí mismos más grandes que Dios. Por eso vemos actualmente cómo se adora a las celebridades religiosas. Podemos invitar a las reuniones de oración y decir a la gente que Jesús estará allí, pero aun así no asisten. Pero diles que una de las grandes celebridades religiosas va a estar presente y de seguro vendrán. Eso se ha convertido en su dios, y esto es pecado desde su raíz de maldad.
Los pecados pueden multiplicarse, pero sin embargo es uno solo. Debido a que el pecado existe, los pecados existen. Esto es la racional detrás de la muy distorsionada doctrina de la depravación natural, que sostiene que el hombre impenitente no puede hacer nada sino pecar, y que sus buenas obras no sirven de nada. Y esto es lo que nos enseña la Biblia. El hombre en la caída se desvía, se convierte en un ser totalmente depravado; no hay nada bueno en él, no hay nada en él que pueda hacer algo bueno. Esto es muy duro de aceptar por el hombre egoísta. La Biblia enseña que sus mejores obras religiosas Dios las rechaza, así como Dios rechazó la ofrenda de Caín.
Solamente cuando el hombre devuelva el trono que le ha robado a Dios, sus obras serán aceptadas por el Señor. Hay una lucha del cristiano por ser bueno mientras aún se inclina hacia la afirmación del “yo”; aún vive dentro de él como una clase de reflejo moral inconsciente, y es descrito vívidamente por Pablo en el libro de Romanos.
El testimonio de Pablo está de acuerdo con la enseñanza de todos los profetas, “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53: 6). No hay descripción más exacta sobre el pecado en ninguna parte del universo de Dios como en la declaración hecha por el Apóstol Pablo en el capítulo 3 de Romanos. El testimonio de los santos de todas las épocas ha sido que existe en el hombre una naturaleza arraigada del “yo”, desde el mismo origen de la conducta, haciendo que todo lo que el hombre hace, sea malo. No es la buena educación ni el ambiente lo que va a cambiar esa naturaleza arraigada del hombre. Para salvarnos completamente, Cristo debió cambiar la inclinación de esa naturaleza. El tiene que plantar una nueva naturaleza dentro de nosotros para que de nuestra conducta subsiguiente salga un deseo por promover el honor y la gloria de Dios en forma auténtica y real.
Entonces, ¿qué debe ocurrir? Los pecados del antiguo “yo” deben morir, y el único instrumento que puede aniquilarlos es la Cruz. Ese es el único instrumento, la única cura, la cruz de Cristo. Cuando vemos que este “yo” es la raíz de todo pecado, entonces estamos verdaderamente viendo lo que Dios ve. Convencidos nos vemos a nosotros mismos, como rebeldes contra Dios. Es sólo así que el arrepentimiento es posible. Sólo entonces es que podemos volvernos de nuestras maldades a Cristo.
Deseo decirte algo más, llegando ya al final de este capítulo, el tercero sobre el arrepentimiento. Cuando estás confrontado por la palabra de Dios (ésta fue una experiencia en mi vida), si realmente has nacido de Dios, y si tú llevas a la gente a este punto, tú vas a tener que ser veraz a la Palabra de Dios. En la predicación de la Palabra de Dios, cuando usamos la ley de Dios, traemos pecadores ante nosotros así como Jesús trajo al joven rico con la realidad de su “yo” y de su rebeldía hacia Dios. Entonces los traemos a este punto, este punto del que ya hemos hablado en nuestro primer mensaje sobre lo que es el verdadero arrepentimiento, para que su opinión sobre el pecado cambie. El se verá realmente como es: un ser egoísta, sentado en un trono robado, está en su propio templo, (porque este cuerpo es el templo de Dios), pero ahora el “yo”, ha usurpado ese lugar, y en toda esta convicción, él se ve a sí mismo allí, en toda su fealdad. Debemos predicar este Evangelio hasta llegar al punto en que la persona se vea a sí misma, en esa posición, como Dios la ve.
Cuando Jesús trajo al joven rico hasta esta posición, El lanceo esa corrupción, esa llaga de codicia, y le mostró que el arrepentimiento era cambiar todo eso, y que vendiera todo lo que tenía y lo regalara a los pobres. Eso es el arrepentimiento. El tenía el poder para arrepentirse. Cristo lo llevó hasta ese punto de ver lo que tenía que ver.
Dios no juega con las emociones humanas, ten eso bien claro en tu cabeza. Si Dios convence, Dios da el poder para el arrepentimiento. Cuando el joven rico vio el significado de todo esto, se fue muy triste porque él tenía muchas propiedades, y no quería regalarlas. Ese era su dios, ¿ves?, su “yo” era su dios, sin embargo, el poder para arrepentirse fue dado allí.
Si tú por la palabra de Dios, haces que un hombre sea convencido de pecado, puedes estar seguro que el poder para que se arrepienta está allí, y si el hace el trabajo apropiado de arrepentimiento, entonces la gracia de la fe vendrá. Por gracia somos salvos, por medio de la fe, y no es de nosotros, pues es don de Dios. Con el arrepentimiento viene la gracia de la fe o el poder para creer. ¡Oh, qué maravilloso! Tú puedes ser una persona arrepentida, tú lo puedes ser, y al creer te conviertes en una nueva criatura. Ese es el camino de Dios.
Predica la Palabra. Sé fiel a ella. Lleva a los hombres al punto donde se vean a sí mismos tal y como son. Luego háblales que es urgente que se arrepientan. Con el arrepentimiento no sólo su opinión sobre el pecado cambiará, sino sus sentimientos sobre el pecado. Verán al pecado como Dios lo ve, horrible y maligno, y lo odiarán como Dios lo odia.