Lección 4.- La Casa De Dios
Vemos en Ezequiel 40: 2-4 que, “En visiones de Dios me llevó a la tierra de Israel, y me puso sobre un monte muy alto, sobre el cual había un edificio parecido a una gran ciudad, hacia la parte sur. Me llevó allí, y he aquí un varón, cuyo aspecto era como aspecto de bronce; y tenía un cordel de lino en su mano, y una caña de medir; y él estaba a la puerta. Y me habló aquel varón, diciendo: Hijo de hombre, mira con tus ojos, y oye con tus oídos, y pon tu corazón a todas las cosas que te muestro; porque para que yo te las mostrase has sido traído aquí. Cuenta todo lo que ves a la casa de Israel”.
Y en Ezequiel 43: 10-11 dice, “Tú, hijo de hombre, muestra a la casa de Israel esta casa, y avergüéncense de sus pecados; y midan el diseño de ella. Y si se avergonzaren de todo lo que han hecho, hazles entender el diseño de la casa, su disposición, sus salidas y sus entradas, y todas sus formas, y todas sus descripciones, y todas sus configuraciones, y todas sus leyes; y descríbelo delante de sus ojos, para que guarden toda su forma y todas sus reglas, y las pongan por obra”.
Ezequiel había sido llevado en visión a la tierra de Israel, y se le mostró el templo. El templo había estado destruido durante quince años, así que lo que él estaba viendo ahí realmente era la Iglesia, Y cuando vemos la Iglesia, vemos a Cristo, la verdadera Iglesia. Por tanto, tenemos aquí las formas, las ordenanzas y las leyes; cada detalle debe estar en su lugar. Pero si continúas leyendo, vas a descubrir que todo era medido en esa casa. Estamos tratando con Cristo, aprendiendo a Cristo.
Vamos a tratar acerca de los medios de recuperación de Dios. Cuando nos apartamos de los pensamientos divinos, o cuando se pierde la revelación original de Dios, cuando lo celestial, la espiritualidad, el poder divino y la gloria se apartan, la reacción del Señor a tal situación es traer una nueva visión de su Hijo. Lo que vemos aquí en el evangelio de Juan, es el retorno de Su pensamiento pleno para Su pueblo; Cristo es la plenitud del pensamiento de Dios para nosotros. El pensamiento divino que viene de la eternidad expresa que todos los pensamientos de Dios están resumidos en su Hijo, están centrados para todos los hombres en la persona de Jesucristo.
Cuando ves en las Escrituras, Betel, la Casa de Dios, estás viendo a la Iglesia, y cuando ves a la Iglesia, tú ves a Cristo; ya sea el Tabernáculo en el desierto, el templo de Salomón, aquello que en términos más espirituales en el Nuevo Testamento es llamado “Iglesia”, no es otra cosa que Cristo; entonces, siendo el Señor Jesús la Casa de Dios, El da cumplimiento a cada función que en tipo fue establecido en estas otras casas que hubieron en la tierra.
Dios está en Cristo, y en ningún otro El mora como mora en Cristo. La habitación de Dios en Cristo es única, y el lugar santisimo está solamente en El; por tanto la voz final de autoridad de Dios está en Cristo, y en Cristo solamente. Ahora llegamos a este pensamiento, la Casa corporal. ¿Qué es esta Casa de Dios en su sentido corporal o colectivo? Es todo lo que se refiere al decir “en Cristo”. Este término “en Cristo” en una forma u otra aparece más de cien veces en el Nuevo Testamento.
La Biblia, siendo el libro más editado en este universo, dice de sí misma que si todo lo que se hubiera escrito acerca de Cristo estuviera puesto en un libro, entonces el universo no podría contenerlo. Pero aún así, Dios, de toda esta vasta información, lo ha reducido a un libro que tú y yo podemos llevar. Así que cuando un término se repite tantas veces en la Biblia, es porque es de suma importancia. Estar “en Cristo”, es estar en la Casa de Dios, y el no estar en Cristo Jesús, es estar fuera de la Casa de Dios, no importa a qué iglesia pertenezcas; pero estar en Cristo significa una total exclusión de todo lo que no está en El. La diferencia entre tú y Cristo es tan definitiva y final como lo ancho y profundo de una tumba. Para estar en Cristo, antes que puedas entrar a esta Casa, tienes que venir al altar, el cual siempre habla de muerte.
En el Antiguo Testamento, podías oler el altar desde muy lejos, antes que lo pudieras ver, porque era un lugar donde las cosas morían. El Cordero de Dios y el altar, impiden tu entrada al Santuario, y ese Cordero habla de Su muerte en nuestro lugar. Nos identificamos nosotros con Cristo primero en Su muerte: Su muerte es nuestra muerte; El altar es eso. Es su Sangre, no la nuestra; No es nuestra vida arreglada o mejorada, no es nuestra vida en lo absoluto, sino la Vida de Cristo. Lo que vemos aquí particularmente, es este asunto de estar en Cristo, y por lo tanto estar en la Casa de Dios.
Hay millones de personas en EE. UU.que se han unido a denominaciones e iglesias independientes, que aun así no están en la Casa de Dios, porque no están en Cristo. La Casa de Dios es Cristo, y si hablamos de la Casa de Dios como algo corporal en lo cual estamos, es solamente porque estamos en Cristo. Pablo dijo en 1 Corintios 12: 13, “…Por un sólo espíritu somos todos bautizados en Cristo” (Paráfrasis). Eso es lo que ocurre en el nuevo nacimiento: el Espíritu Santo, por un milagro, nos coloca en Cristo; así que aquellos que están en Cristo, están en la Casa de Dios, y están entonces, no sólo en la Casa de Dios, sino que ellos son la Casa de Dios por su unión con El.
El señorío de Cristo significa la autoridad de Dios investida en El para gobernar. Del altar de esta casa venimos al bautismo. Esta quizá ha sido una de las doctrinas que más se han malentendido en la Biblia; muchas personas creen que es la salvación, y hay otros que piensan que son salvos en ese altar. Pero el primer paso para entrar en la Casa es el altar, la muerte, y eso es lo que el bautismo trata de establecer; en este bautismo, Pablo dice que somos sepultados con El. Cuando somos sumergidos en el agua, significa en forma simbólica que estamos siendo sepultados con Cristo; estamos en la tumba con El. En la muerte de Cristo, Dios ha puesto un fin a nuestra vida natural: el viejo Adán tiene que quedarse en esa tumba. Nosotros no tenemos que morir; Dios dice que ya estamos muertos. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5: 24).
Lo que nosotros tenemos que hacer es aceptar nuestra muerte, y eso es lo que quiere decir Pablo cuando expresa, “…consideraos muertos al pecado”. Entonces el bautismo es ese altar donde Dios reconoce que hemos muerto en Cristo, y esa es la razón por la cual el bautismo era siempre administrado inmediatamente después que los hombres y mujeres vinieran a Cristo. No se realizaba un año después para ver primero si ellos perseverarían o no. Ellos quizás no perseverarán si no han hecho este acto de fe en el principio. Cuando Pablo estuvo en la cárcel de Filipos, y el carcelero fue salvo, lo bautizaron esa misma noche. En la casa de Cornelio, cuando sus familiares vinieron a conocer a Cristo, fueron llenos con el Espíritu Santo, y entonces Pedro dijo, “¿Puede algún hombre prohibir el agua, para que éstos sean bautizados?”
Cuando Pedro y Juan fueron a Samaria donde el avivamiento ya estaba progresando, los que habían sido salvos ya se habían bautizado. Esto es porque este bautismo es el altar donde Dios nos considera muertos con Cristo. El Señor Jesucristo tomó este camino: establecio el bautismo justo al principio de Su ministerio público. Este fue el primer acto del Señor, cuando El cruzó la línea de Su vida privada hacia el ministerio público; Lo primero que El hizo fue ser bautizado, y eso fue bajo la unción del Espíritu Santo. Cuando El salió del agua, entonces el Espíritu de Dios vino sobre El en forma de una paloma, y desde ese momento, rehusaba hacer caso a Su propia mente fuera de Dios. A lo largo de su vida desde ahí hasta el Calvario, El fue gobernado por la unción.
Escuchamos que El lo dice constantemente: “Yo no hago nada sino lo que veo hacer a mi Padre; yo sólo hablo lo que oigo decir a mi Padre” (Paráfrasis de Juan 5: 19). En ese bautismo, El estaba diciendo, “yo muero a mi propio juicio, voluntad, y pensamiento; y desde aquí en adelante yo sólo vivo para el Padre”. Esto es lo que significa cuando somos bautizados; Estamos muertos y adquirimos una nueva vida.
Observa la imposición de manos en el altar. Hay algo especial ahí. Cuando esa posición ha sido aceptada en muerte, es decir, cuando hemos sido sepultados con El en el bautismo, entonces también somos levantados. Esto es, somos sepultados con El en Su muerte, y somos levantados en su Resurrección, y ese levantarnos es en Cristo, y desde el punto de vista de Dios, no sólo es el levantarnos en Cristo, sino estar bajo el señorío de Cristo. En otras palabras, esa autoridad plena y final de Dios es investida en Cristo, para que Cristo ahora sea nuestra mente.
Vemos cuando los creyentes en el Nuevo Testamento tomaron el primer paso del bautismo, declarando su muerte en Cristo, y salieron del agua, miembros representativos del cuerpo de Cristo (no siempre apóstoles), se les impusieron manos sobre sus cabezas, y el Espíritu Santo indicó que estaban en la Casa, “en Cristo”. Entonces ocurría esto: la unción que estaba sobre Cristo como cabeza, ahora venía sobre ellos en Cristo. No era una unción aparte de Cristo, sino en Cristo. Ese es el significado verdadero de “en su Nombre”: esto simplemente significa que yo actúo en Su lugar, La unción de Cristo está en mí. En Juan 15: 5, dice, “Yo soy la vid vosotros los pámpanos…”. Todo lo que está en la vid, permanecerá en el pámpano. Y mientras que permanezcamos en ella como pámpano, todo está en nosotros. Entonces vemos que no es una unción separada, es la unción de Cristo, o Cristo ungido. La unción significaba que El estaba bajo el gobierno directo de Dios, y tenía que rechazar el referirse a Sus propios juicios o sentimientos sobre cualquier cosa. La Cruz significa que tú también tienes que crucificar tu mente referente a todo asunto; Todo tiene que ser trasladado a Cristo.
Hemos quitado esos viejos muebles de la mayoría de las iglesias que simbolizan el altar. Yo sé que no hay objetos sagrados, y que tampoco pueden ser fabricados en ese sentido, pero esa vieja banca de aflicción que llamábamos “el altar”, estaba ahí para recordarnos que, cada vez que veníamos a esta Casa de Oración, teníamos que morir y que nuestra mente tiene que ponerse bajo la Cruz cada día. Tiene que ser así, si no, estaremos actuando en nuestra carne. Tú y yo, en todo momento, estamos siendo preparados para este lugar en Dios; nosotros un día vamos a gobernar y reinar con Cristo, y tenemos que aprender ahora a estar bajo la autoridad de Dios.
En Deuteronomio 8: 1 dice, “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres”.
Luego en 1 Corintios 10: 11 dice, “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo…, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Todo lo que ocurrió antes fue un ejemplo, para que tú y yo sepamos que ésta es la manera en la cual Dios nos lleva a esto. Abraham experimentó lo que esta gente en el desierto experimentó: El fue llamado de los Caldeos, se le dio una promesa de una ciudad cuyo arquitecto y constructor era Dios, y su actitud hacia la promesa lo sostuvo a través de la experiencia en el desierto; Su actitud era hermosa.
He visto cuando murió la esposa de Abraham, que El fue a Hebrón, a comprar un pedazo de tierra para sepultarla; (ya hemos hablado de esto anteriormente) Israel tuvo un ejemplo de qué tipo de actitud debía tener, y también lo tuvieron en Job. Cuando salimos del mundo, y venimos a Cristo en el nuevo nacimiento, hay todavía mucho de ese Egipto dentro en nosotros; Dios nos confronta con todo esto, y la respuesta es Jesús.
La respuesta es la Cruz, El árbol que llevamos a esa experiencia para que las aguas se vuelvan dulces por los poderes y la dinámica de la Cruz de Jesucristo. Estamos viendo cómo Dios probó la actitud de Israel hacia Sus provisiones y Su promesa. Cuando veo ese ejemplo, veo que Dios va a probar mi actitud y la tuya hacia Sus provisiones y promesas. “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto…” (Deuteronomio 8: 1-2). Esa es la promesa.
Ellos no estabán perdidos, fueron guiados. ¿Y por qué? Para humillarlos, para probarlos, para saber lo que había en su corazón, para ver si cumplirían Sus mandamientos o no. Cada uno de nosotros estamos en prueba para recibir nuestra herencia, que es el dominio, y cada día estamos siendo probados. Tenemos el ejemplo de Israel en el desierto, mostrándonos que Dios va a probar a cada uno de nosotros; Dios va a probar tu actitud, y lo va a hacer con referencia a Su provisión, “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías, tú ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. El quería que ellos, y ahora nosotros, nos relacionemos correctamente con la provisión de Dios. “Tu vestido nunca se envejeció sobre tí, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años. Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga” (Deuteronomio 8: 4-5).
Jeremías 17: 9-10 dice, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón…”. Estoy tan contento de que Dios esté tan comprometido conmigo que El no me va a dejar morir en este estado. El sabe lo que yo no sé y El está tan comprometido conmigo para llevarme a la plenitud de la imagen de Cristo, que me va a llevar al punto de ser confrontado con el desierto de mi propio corazón.
“Guardarás, pues, los mandamientos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y temiéndole. Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella; tierra cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes sacarás cobre” (Deuteronomio 8: 6-9).
“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casa en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día. Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 8: 11-20).
Dios los sacó de Egipto para introducirlos en Canaán, y lo mismo es contigo y conmigo. Está muy claramente escrito en Hebreos: El nos sacó de Egipto para introducirnos en la tierra prometida (Sus bendiciones). Es Su deseo para nosotros que entremos en el reposo que El ha provisto, que dejemos nuestros esfuerzos humanos, que renunciemos a confiar en la fuerza de nuestra carne, que renunciemos a codiciar las cosas de la carne. Debemos reconocer que lo único que Dios desea es que Cristo emerja de nuestra carne; el no tiene otra meta en mente. El no te va a fortalecer para que tú despliegues tus talentos o tu experiencia en los dones; la gente que se reúne para mostrar los dones deja ese lugar de reunión sin vida. Ellos dejan que la codicia de la carne se quede en su mayor potencia.
Si el Señor nos llevara directamente a la tierra de plenitud con las actitudes que tuvimos cuando salimos de Egipto, moriríamos en nuestra avaricia. Ahora bien, si Dios contestara todas las oraciones hechas en el desierto, y nos diera lo que le pidiéramos mientras que estamos siendo preparados en nuestra actitud y espíritu, haríamos lo que muchos cristianos hacen: están deseando construir un reino en el desierto. Ni siquiera han llegado a Gilgal, no hay santificación delante de Dios, no hay dedicación hacia el Señor en dejar la carne, y ya quieren construir un reino en el desierto.
Hemos nacido de nuevo, hemos salido de Egipto; seis meses en el camino y estamos más lejos de Canaán que cuando empezamos. El diablo viene y quiere enseñar la Biblia: nos dice que no estaríamos ahí si fuéramos salvos. La respuesta es que la nube fue la que nos trajo hasta aquí. La carne siempre está demandando, tratando de tener seguridad; tenemos miedo del silencio porque en el silencio somos confrontados con nosotros mismos; los cristianos quieren todo menos sentarse y tratar con lo que son en realidad.
Esta es la escuela del discipulado, la escuela de Cristo. En el lado de la resurrección, el Señorío de Cristo bajo la unción debiera convertirse en el factor dominante en la vida del creyente. Estar en la Casa, es estar en Cristo.