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Lección 7.- Atrayendo La Atención De Dios

Lección 7.- Atrayendo La Atención De Dios

 

“Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66: 2).

El lugar secreto es el campo de batalla. En este lugar es la guerra. El lugar secreto es el lugar donde tú y yo contendemos con Dios. Este es el lugar donde contendemos contra los poderes de la oscuridad. Y la batalla es también ganada o perdida en ese lugar secreto de oración. Nosotros no somos de la plana mayor, nosotros somos soldados de Jesucristo, y lo que nosotros somos llamados a hacer es sufrir penalidades como buenos soldados. El problema más grande, que yo pueda ver, y lo quiero trasmitir, es la inconstancia. Nosotros somos fácilmente distraídos de la disciplina que nos guía a la excelencia. Nosotros tenemos temporadas de encuentro con Dios, pero nosotros no vivimos en Su presencia.

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3: 18). Nosotros venimos a ser lo que contemplamos. “Contemplar” significa, “mirar atentamente”. Esto se refiere a un principio. Contemplar – poner la atención, mirar fijamente, mirar arriba, afirmar nuestros ojos. Nosotros no contemplamos Su gloria, tú y yo sólo miramos levemente Su gloria ocasionalmente los domingos en la mañana.

1 Samuel 13: 11-12 es un cuadro de muchos de nosotros. Saúl recién acababa de ofrecer un holocausto, “Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto”. Saúl no es un hombre que busca la gloria de Dios, él no es un hombre de oración. En el versículo 12 dice, “Yo no he implorado el favor de Jehová”; no buscó su favor. “Y edificó Saúl altar a Jehová; este altar fue el primero que edificó a Jehová” (1 Samuel 14: 35). Este hombre, mira esto, era el rey de Israel. El había peleado muchas guerras pero nunca había construido un altar para Dios. Esto nos enseña que él no era un hombre de oración.

En 1 Samuel 13, Saúl ofreció sacrificio ¿por qué?, él estaba en problemas. Este es un cuadro de la Iglesia, viviendo siempre en un programa de emergencia – no constante en la vida de intercesión – los problemas vienen, y ellos ofrecen un “sacrificio de Saúl”. Hay muchos que están profundamente comprometidos en la obra del Señor quienes nunca han levantado un altar a Dios. Para conocer la presencia y el poder de Dios, nosotros tenemos que vivir en Su gloria, no sólo mirarla los domingos. Estamos hablando sobre lo que es vivir en la gloria de Dios. Números 9: 17 dice, “Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel”. Cuando la nube se movía, Israel tenía que moverse con ella – algunas veces la nube podía parar por un largo periodo, otras veces sólo por un día. Cuando la nube se movía ellos tenían una elección – ellos se podían quedar en el oasis o ellos podían seguir la nube. El oasis para ese momento parecía maravilloso, pero si se hubiesen quedado, el calor hubiera sido insoportable, puesto que la nube era la única cubierta. Ellos se hubieran congelado en la noche de no ser por la columna de fuego. Si ellos se quedaban hubieran muerto de hambre, puesto que el maná sólo caía donde estaba la nube.

El oasis de la vida natural representa los atractivos del diablo para sacarnos a mí y a tí fuera de la gloria de Dios. El oasis es siempre un sitio de libertad y comodidad, pero si tú fijas tu corazón al oasis y no vives en la gloria, te encontraras sin protección porque ahí no habrá cubierta. Tu corazón se endurecerá porque ahí no va a haber fuego. Tú no serás sustentado porque ahí no caerá el maná. La nube está donde el maná cae, el agua fluye y el fuego quema. La nube es nuestra cubierta, la nube es la gloria de Dios y en Su gloria yo cambio a Su imagen por el Espíritu de Dios. En Ezequiel 44 se le muestra al profeta una visión del templo, la Iglesia, y nos muestra que cierta gente está prohibida de ministrar allí. En el versículo 7 dice que ningún extranjero incircunciso de corazón e incircunciso de carne entrará en el santuario de Dios. En realidad, nosotros no tenemos problemas reconociendo a los extraños. Ellos son los inconversos. Sin embargo el versículo 10 es un shock, “Y los levitas que se apartaron de mí cuando Israel se alejó de mí, yéndose tras sus ídolos, llevarán su iniquidad. No se acercarán a mí para servirme como sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas, a mis cosas santísimas, sino que llevarán se vergüenza y las abominaciones que hicieron. Les pondré, pues, por guardas encargados de la custodia de la casa, para todo el servicio de ella, y para todo lo que en ella haya de hacerse”.

Tú sabes que los levitas fueron ordenados para el ministerio. “Porque le ha escogido Jehová tu Dios de entre todas tus tribus, para que esté para administrar en el nombre de Jehová, él y sus hijos para siempre” (Deuteronomio 18: 5). Pero ahora ellos están prohibidos, y su ministerio está confinado al atrio exterior. Todos aquellos que fueron ordenados y apartados para el ministerio habían sido reducidos a simples custodios del templo, ¿por qué?, porque “…se apartaron de mí…yéndose tras sus ídolos…” (Ezequiel 44: 10). Este es el cuadro de muchos ministerios hoy. Apartados para el ministerio, pero viviendo muy lejos del Lugar Santo, de la intimidad con Dios. Sirviendo a las mesas, corriendo por aquí y por allá en el atrio exterior, manteniendo las puertas del templo, limpiando el templo, religiosos, ejecutivos, administradores sobre el fruto del pasado. Así como los levitas, nosotros nos hemos apartado de Dios por nuestros ídolos. Nuestros ídolos no son ídolos de madera y piedra, ellos son ídolos de conceptos y presunción.

Nosotros nos consideramos más importantes que lo que en realidad somos. Un predicador en Houston fue descubierto que había estado teniendo relaciones con tal vez tres o cuatro mujeres de la Iglesia. Y cuando fue llevado ante el concilio encargado de cosas así, él dijo, “cuando yo estaba haciendo esto sabía que estaba mal, pero pensé que yo era una excepción”. Piensa en esto: “yo pensé que era una excepción”. El tenía una gran congregación de quizás, tres mil quinientas personas. Y él creía que por esto, él era tan importante para Dios, que Dios pasaría por alto de su pecado y su indiferencia hacia las cosas de Dios. Nosotros tendemos a hacer a Dios dependiente de nosotros. Nosotros presumimos que Dios es tan dependiente de nosotros, que ungirá nuestro trabajo sin que busquemos Su gloria.

Cualquier afán que te trata de sacar del camino del principio de la consagración es un ídolo que te arrastra, no importa lo que sea; puede ser tu propia esposa, tu familia, tu granja, tu negocio, ¡lo que sea! Cualquier cosa que se entromete en el camino entre nosotros y la búsqueda de la gloria de Dios, es un ídolo. Pablo definió este principio en una línea, “…pero una cosa hago…”. Ahora, en la vida de Pablo, Cristo no tuvo rivales; él no se involucró en otros asuntos. El estaba completamente convencido de la causa a la cual formaba parte. Cuando los afanes del mundo y la preocupación de la vida amenazan el principio de consagración, ellos llegan a ser ídolos. Porque, número uno: estas cosas minan nuestra intensidad espiritual. Si hay una cosa que el Señor nos muestra, es su odio por la tibieza. El dijo, “Por cuanto no eres, ni frío ni caliente te vomitaré de mi boca”. Vemos el odio de Dios hacia la condición de tibieza. Aún así nosotros vemos mucho de esto hoy. Cuando permitimos que estas cosas se interpongan, cuando se transforman en ídolos y son más importantes para nosotros que la Gloria de Dios, cuando ellas interfieren con el principio de consagración, pronto ellas menguarán la intensidad.

Y luego, número dos: ellas menguan nuestra pasión y amor por Dios. Esto les pasó a los Efesios. Este es un asunto muy importante porque tú, como un ministro de Dios, que te envolverás en esta vida para ministrar a Dios, debes saber que sólo una cosa puede controlar tu vida, y es Dios y Su gloria. Si tú permites que cualquier cosa disminuya tu amor y pasión por Cristo, y se convierta en un ídolo, esto detendrá la obra. Mira lo que nos dice Apocalipsis 2: 1-4, “Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado (Todo esto, es el testimonio para esta Iglesia. En otras palabras, esto es un resumen de lo que ellos hacen) Pero tengo contra tí, que has dejado tu primer amor”.

En otras palabras todas estas cosas eran necesarias, pero estas no pueden llegar a ser lo primero. Y esto es lo que pasa en el ministerio. Nosotros llegamos a ser meros administradores sobre alguna cosa que nosotros mismos levantamos, y Dios es secundario. La vida de oración se detiene. Nosotros nunca hubiésemos dejado el altar de oración si nuestro amor por Cristo no hubiera decaído, y cuando en nuestra vida cualquier cosa mina el principio de consagración, esto es lo que sucede. Era recomendable lo que la Iglesia de Efeso estaba haciendo, pero esto no era la razón de su existencia. La razón de su existencia era para la gloria de Dios, pero ellos dejaron su primer amor. Cristo no era su razón preeminente de existencia. Su razón ahora es ganar almas, hacer campañas evangelísticas, y no vivir para la gloria de Dios; pero cuando esto sucede, número tres, cuando minan este principio de consagración, estos ídolos roban nuestro tiempo. Ellos roban nuestro tiempo. Esto es de nuevo lo que sucede aquí. En el libro de Efesios, el tiempo fue robado, el hombre de Dios no se da a sí mismo a la oración ni a la palabra de Dios, sino se ha dado a cosas que otros podrían hacer, quizás cosas que no se necesiten hacer.

Número cuatro: estas cosas nos sacan del lugar secreto de la oración. Cuando esto sucede todo se desvanece. La oración es la medida de gracia; cuando un hombre no ora, la gracia desaparece de su vida. “¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha” (Jeremías 2: 11). “Espantaos, cielos, sobre esto…” (v.12). “…y anduvieron tras lo que no aprovecha” (v.8). El mayor problema a través de la vida de la Iglesia ha sido que el pueblo de Dios ha, seguido tras todas estas cosas que no son de provecho espiritual: éxito, prosperidad, autoestima. Estas cosas han venido a ser cosas grandemente importantes en la Iglesia, las cuales nos han hecho perder nuestro primer amor o apartarnos del primer amor. Esto comienza con el hombre de Dios. El hace un ídolo de su propia presunción, del Evangelio, y esto conduce las ovejas a un desierto espiritual.

No hay mayor presión que cuando se afirma “Dios me dijo…”. No importa cuán exitoso sea el mensaje, si no me hace una persona más santa, es una doctrina del diablo. Si este mensaje no me hace buscar después la santidad de Dios, si esto no me impulsa a buscar la gloria de Dios, no es ganancia. Jeremías clamaba a Dios concerniente a esta deplorable situación: “¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación?…” (Jeremías 15: 18). Dios respondió a ese llanto en el versículo 19, “…Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca”. Nosotros, tú y yo podemos venir a ser literalmente, la boca de Dios, esa es la razón por la cual El nos ha llamado, pero nosotros no podemos serlo, a menos que nosotros tengamos voluntad para entresacar lo precioso de lo vil, a menos que nosotros deseemos tratar con las cosas que interfieren con el principio de consagración. Dios no te va a gritar a tí entre los comerciales de televisión, y El no te va a hablar en el tiempo intermedio de tu partido. Dios no va a perseguirte para hablarte.

Si tú lo has escuchado, si tú alguna vez has tenido Su palabra en tu boca, tú tomarás un tiempo para estar solo y orar con Jesús. La atención de Dios es atraída a la oración, al hombre, mujer quebrantados. “…pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66: 2). La ausencia de poder espiritual en la Iglesia es resultado de ídolos en el corazón. Nosotros nos sofocamos con cosas frívolas e insignificantes, las cuales nos roban el lugar secreto de oración. Nosotros hemos aprendido cómo promover y atraer a la gente, nosotros hemos equivocado la habilidad de promover, con la fe. Nosotros hacemos uso de los métodos mundanos; por esto hemos rebajado nuestros estándares a los de este mundo. Y como resultado hemos llenado la Iglesia con mixtos, samaritanos maldecidos por Dios. Nosotros no podemos arrastrar al ídolo “yo” dentro del Lugar Santo, a él no le es permitido entrar ahí.

Dios les dijo a los levitas “Ustedes no tocarán mis cosas santas sino que su vergüenza cubrirá sus barbas”. Su vergüenza fue el ser reprochados ante los ojos del pueblo. El pueblo sabía que ellos habían sido separados para el ministerio, pero ahora estaban confinados al atrio exterior. El pueblo sabe cuándo has estado con Jesús, ellos saben cuándo no has estado a solas con Jesús. La vergüenza está en tratar de ministrar en la carne sin la unción del Espíritu de Dios. “Mas los sacerdotes levitas hijos de Sadoc que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercarán para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre, dice Jehová el Señor. Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas” (Ezequiel 44: 15-16).

Ezequiel identifica un remanente de sacerdotes entre el sacerdocio: los hijos de Sadoc. El sacerdocio levítico en conjunto se corrompió, pero en medio de tal corrupción hubo un remanente fiel. Sadoc significa “uno probado justo”. Los hijos de Sadoc fueron permitidos entrar en el lugar Santo con Dios y ministrar a Dios mientras los levitas como un todo no podían tocar el Lugar Santo. Dios dice: estos fueron fieles a mí mientras que los otros se fueron tras los ídolos; son sin pecado escondido, sin codicia, limpios de manos y puros de corazón.

Los hijos de Sadoc se vistieron con vestiduras de lino fino, y tú sabes que el lino es la justicia de los santos. “Turbantes de lino tendrán sobre sus cabezas, y calzoncillos de lino sobre sus lomos; no se ceñirán cosa que los haga sudar” (Ezequiel 44: 18). No correrán por el atrio exterior, barriendo pisos, limpiando puertas, cansados. Ellos, el remanente, tenían puesto el traje de lino fino. Ellos habían estado en el Lugar Santo delante de Dios. Este es el remanente, antes y ahora, los que salen del Lugar Santísimo para ministrar en el templo y enseñar al pueblo de Dios la diferencia entre lo profano y santo, y enseñan a discernir entre lo limpio y lo inmundo. Esto significa que cuando ellos tocan a Dios en el Lugar Santo, luego en el atrio exterior pueden tocar a los hombres. “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo 6: 22). La característica más sobresaliente del remanente de Sadoc, era que su única posesión en la vida era el Señor mismo. El Señor dijo esto: “…yo seré su heredad” (Ezequiel 44: 28).

En medio de la gran corrupción, apostasía y la ruina de los ministerios, Dios está llamando a un remanente Sadoc. Un pueblo que sea fiel a su Dios, un pueblo con quien el arrepentimiento es la forma de vida, un pueblo separado de todo lo que es contaminado por el mundo, con un intenso deseo de Dios y su reino. A Dios le atrae un pueblo como ése. Dios está separándote a tí para el ministerio, por eso El te ha apartado. Separándote a tí para un ministerio a El. Y para lograrlo tienes que pasar mucho tiempo en Su presencia. La oración debe ser la clave para tu vida si vas a ministrar a Dios cuando entres al santuario.

 

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