Lección 6.- El Significado De La Unción (Un Cielo Abierto)
En la Escuela de Cristo, toda la enseñanza, todo el aprendizaje y toda la disciplina, apunta a conocer a Cristo y aprender a Cristo. No es aprender acerca de Cristo, sino aprender a Cristo. Claro está que podríamos tomar todo aquello acerca de Cristo como una doctrina, o enseñanza, pero ese no es nuestro propósito. Cristo mismo es la encarnación viva y personal de toda verdad.
El propósito y voluntad del Señor para nosotros no es que tú y yo sólo conozcamos la verdad en sus aspectos multiformes, sino que conozcamos a la Persona que es la verdad. Dios siempre va a buscar el darnos una revelación fresca de su Hijo. Nunca nos va a guiar a recuperar la verdad como tal, es decir, sólo como verdad; el nunca va a hacer eso. El no va a tomarlo como una cosa, porque se trata de algo vivo. Hemos estado enfatizando una y otra vez que todas las cosas están en Cristo. El método del Espíritu Santo, entonces, es mostrarnos a Cristo y traer una revelación de El a nuestro corazón, y enseñarnos que Cristo es de orden celestial. En realidad, todo se resume en mostrar a Cristo como el orden celestial. Cuando las Epístolas lo establecen un manual de orden celestial, Cristo es ese orden; Cristo es el orden de Dios.
Veamos Efesios 1: 10, “de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. Para aquellos que tienen algún conocimiento de la Biblia, es evidente que toda la Escritura se abre en estos cuatro lineamientos: primero, Dios es un Dios de orden; segundo, Satanás es el príncipe de un mundo que está bajo el juicio de Dios; tercero, Cristo, en persona y palabra, es la encarnación del orden divino; y cuarto, la Iglesia es el vaso elegido en el cual y a través del cual ese orden divino tiene que ser manifestado y administrado en los siglos venideros.
El propósito final de Dios es Su gloria frente al caos, y la Biblia nos muestra comprensivamente que esa gloria es inseparable del orden; por tanto el orden divino es el camino hacia esa gloria, y por el contrario, la confusión siempre lleva a la vergüenza. Esto, por consiguiente, es el gran asunto de la Biblia, y es de vital importancia para tí y para mí; somos parte de una gran esperanza; somos llamados por la gracia de Dios y por Su soberana voluntad a un gran propósito.
Lo que es cierto en un todo, también lo es en cada parte. Si tú y yo vamos a aprender algo acerca de Cristo, será que nosotros somos una parte de la interrupción del orden divino, y que la gracia, en su interpretación más profunda y grandiosa, está para poner orden en medio del caos. Tú sabes que es así.
Cuando recibimos a Cristo y nacimos de Dios, El nos dio una mente sana; el orden salió a luz. Así que la gracia es para presentar el cielo a nosotros, y a nosotros al cielo. Vamos a aprender en muchas maneras diferentes que lo que Dios está haciendo con nosotros y a lo que nos ha llamado es justo esto: conformarnos a la imagen de su Hijo; y esto no es sólo conformidad a la imagen de una persona, sino conformidad a un orden divino. Cristo es el orden de Dios, es el orden del cielo.
No sé en qué forma lees los Evangelios; quizás lo haces como un registro histórico de Cristo, pero te sugiero que vuelvas a leerlos con este pensamiento en mente: aquí en este hombre Jesucristo está la personificación de otro orden de cosas, en constitución y comportamiento. Aquí está el cielo en evidencia, aquí está el cielo en control, aquí está otro mundo personificado: “No son de este mundo y yo tampoco soy de este mundo”. Aquí está otro mundo, en esta persona. Si lees los Evangelios con esto en mente, verás que El no obra ni habla como la gente de este mundo, ni aún como el más sabio.
El recibía todo del cielo. A medida que aprendemos a Cristo, nos apartamos más y más de este mundo en nuestra palabra y en nuestra vida; nos encontramos más y más en conflicto con este mundo, incapaces de ser felices; se vuelve más y más como lo que Dios dice que es: un país lejano. Esto es algo real en todo verdadero hijo de Dios que está creciendo. Personalmente pienso que si nos quedaramos aquí lo suficiente y continuaramos caminando con Dios, descubrirjamos que este mundo sería un lugar definitivamente imposible en donde vivir espiritualmente. Sólo podremos permanecer aquí si el cielo baja a ayudarnos.
Vamos a volver otra vez al gran intérprete de estas cosas, Pablo, quien tenía un gran conocimiento pleno y exacto de la Escritura en primer lugar, y más aún quien recibió la mayor revelación de las cosas celestiales, especialmente de Cristo. Para Pablo, entre todas las cosas, el asunto más grande era esto mismo, la recuperación de un orden divino perdido en este universo. El había manifestado eso en un solo fragmento de esa gran declaración, “en la dispensación.” Eso significa un orden, un gobierno, una regla, en el cumplimiento de los tiempos, de reunir todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra (Efesios 1: 10).
Presta atención, pues aquí nos enfrentamos con una tremenda declaración. Aquí hay una palabra que es casi indecible en nuestro lenguaje. En el griego, requiere no menos que diecinueve letras. Es una palabra compuesta que se traduce, “hacia alguien”. El significado original entonces es “volver a traer”, centrar en uno todas las cosas, juntar todo lo que estaba perdido y centrarlo y enfocarlo en Cristo. Ahora, primero que todo, tenemos la implicación que hubo en un tiempo un orden perfecto en el universo de Dios; piensa en eso. En segundo lugar, ese orden se ha perdido; ha habido una gran interrupción en el universo. Pero en tercer lugar, reunir, recuperar y restaurar ese orden perdido en Cristo; la fe se edifica sobre eso.
Eso es lo que Pablo vio que era el significado de Cristo, esto es, juntar todos los fragmentos del vaso roto y las partes del universo que estaba desordenado, y reparar el daño, para hacerlo una hermosa expresión del orden celestial tal como era originalmente. Todo se ha caído en pedazos y está bajo una terrible tensión en lo que concierne a Dios, porque las cosas se han derrumbado, el orden divino ha sido quebrado. Entonces Jesucristo vino a este mundo, en primer lugar llevando en Su propia persona aquello que El iba a recuperar. Objetivamente, El era la armonía perfecta. Cuando vemos a Jesús, vemos que El es absolutamente el orden celestial, todo lo que está en ese mundo, y todo lo que este universo va a ser. El va a cumplir con la voluntad de Dios.
No siempre reconocemos que la voluntad de Dios es la expresión del perfecto orden de Dios. A veces usamos la siguiente frase ligeramente y a veces seriamente: “Que sea hecha Su voluntad”. Eso es lo que debemos hacer; esta es una expresión de la perfecta voluntad de Dios. Jesús anduvo en el mundo en la perfecta voluntad de Dios. “¿Quién de ustedes me acusa de pecado?” Ningún dedo pudo señalarlo. En El está personificada la voluntad perfecta y total de Dios.
Si tan sólo supiéramos cómo son hechas las cosas en el cielo, veríamos tal armonía, una unidad completa, y la ausencia total de confusión: esa es la voluntad de Dios. Jesús vino para eso; sólo pudo ser a través de la Cruz, en la cual El tuvo que tomar esta enorme fuerza del desorden y acabar con ella para siempre. Ahora, para comprender y conocer a Cristo correctamente debemos ver que El está relacionado a lo que estamos hablando.
El orden universal de Dios en la creación, es que Cristo mismo es la simiente de ese orden. Cuando El caminó por esta tierra, vieron absolutamente la voluntad de Dios, porque en El estaba el perfecto orden divino. Si tomamos la semilla de una rosa, no vas a esperar que de ella salga col, si plantas algodón, no va a salir maíz, pues todo reproduce según su misma especie. En Cristo está implantado ese orden de Dios: la vida está en El, La forma está en El, La naturaleza de todo eso está en El. Piénsalo: El método de Dios para ser y crecer, es una semilla que contenga vida en sí misma; ya sea una planta, un animal, un ser humano o espiritual, nada cambia, y la ley de eso es que todo reproduce según su especie.
Cuando plantas una semilla de rosas, obtendrás una rosa. Aparece esa hermosa flor allí; nadie la pintó ni la perfumó. Todo estaba en ella; y cuando se le permitió que se desarrollara, todo lo de la rosa apareció. Cuando tú naciste en ese orden, entonces el Espíritu Santo plantó la simiente de Cristo que es la palabra de Dios en el recipiente de tu espíritu humano. Pedro dijo, “Siendo renacidos no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”, y Pablo dijo que esa simiente era Cristo. Así que cuando nacimos de nuevo, el Espíritu Santo plantó esa simiente de Cristo, la Palabra de Dios en nosotros, y plantó todo lo que Cristo es. Toda la belleza, la gloria y el poder de Cristo está en la vida de esa simiente. ¡Qué cosa tan maravillosa! Todo está en ella.
El Espíritu Santo está como la revelación de Cristo. Pablo habla que Cristo lo llena todo y todo es llenado en Cristo; eso significa que El va a ser la constitución de todo, y todo va a ser la expresión de la mente de Dios. Tú y yo nos comportamos como lo hacemos porque estamos constituidos en esa forma; si hacemos toda la creación como Cristo, ésta se comportará como El. Todo lo que concierne a ese orden tiene que estar directamente relacionado con esa persona viva. Si se convierte en un algo, entonces se convierte en un sistema del terrenal. Eso es lo que hacemos con la Iglesia; cuando la hacemos una institución terrenal, entonces es destruida totalmente.
Hay muchos conceptos, temas, asuntos, y enseñanzas: por ejemplo, acerca del “Reino de Dios”, la “santificación”, la “ vida eterna”, etc. pero ¿Qué es el Reino de Dios? Es Cristo. Si estás viviendo en Cristo estás ya en el Reino de Dios. ¿Qué es la santificación? No es una mera doctrina, no es “algo”, sino que todo esto es Cristo. Pablo dijo en 1 Corintios 1: 30, que Cristo ha sido hecho por Dios redención, santificación y sabiduría. Cristo es santificación. Probablemente la enseñanza de la santificación como un concepto, ha puesto a más cristianos en dificultades que cualquier otra doctrina en particular; y todo esto por hacer de ella un concepto, en lugar de mantener a Cristo como nuestra santificación.
El Señor y el Espíritu Santo nos van a traer nuevamente a Dios y para que esto se cumpla, se necesita una nueva serie de facultades. La naturaleza en sí de esta Escuela, requiere del cambio más drástico en nosotros mismos; no podemos venir aquí con alguna esperanza de aprender a Cristo en la manera más mínima hasta que una nueva serie completa de facultades se nos haya sido otorgada.
El Reino de Dios es aquel en el cual se obtienen ciertas cosas, con las que yo no tengo ninguna correspondencia ni comunicación en lo natural; la división es tan vasta que si tú y yo fuéramos traídos en nuestro estado natural al lugar donde el Espíritu de Dios estuviera hablando (a menos que El obrara un milagro en nosotros), sería como algo de otro mundo. Para cumplir con el llamamiento de Dios, tenemos que ser constituidos nuevas personas. Esa es la naturaleza de la Escuela; es la Escuela del Espíritu de Dios. Nos estamos dando cuenta que ahora vamos a escuchar muchas palabras sin que ellas tengan algún significado para nosotros; somos naturalmente impedidos en este asunto.
Ahora, miremos el quebrantamiento de la vida del “yo”. El Señor Jesús nos está diciendo aquí que lleguemos al lugar de los cielos abiertos, en donde la gloria de Dios permanece para tí y donde disfrutarás lo que realmente significa Betel, que es nada más que venir a Cristo y permanecer en El, la Casa de Dios. Para tener todo el bien del cielo y de Dios comunicados, tenemos que llegar al punto donde la vida natural haya sido quebrantada y secada. Hablar de la vida de Jacob es sólo otra forma de hablar de la vida del “yo”. Para Jesús la vida del “yo” simplemente era que El pudiera actuar y hablar, pensar y juzgar para sí mismo; eso es lo que significaba para Jesús. Tú y yo no debemos pensar que la vida del “yo” es algo manifiestamente corrupto. Si tú y yo vamos a aprender a Cristo, sólo será mientras la naturaleza de Jacob es aplastada, por lo tanto, todo esto es un nuevo prospecto para un hombre nuevo.
La frase “verás los cielos abiertos”, es el nuevo prospecto para un hombre nuevo, y no puede ocurrir a menos que el hombre nazca de nuevo. El no puede ver el Reino de Dios; el cielo no puede, ni va a ser abierto a aquellos que están fuera del milagro de la nueva creación. Es la era del Espíritu Santo, porque por la venida del Espíritu Santo, el cielo abierto es hecho una realidad. La Cruz efectúa la apertura del cielo para nosotros, pero es el Espíritu Santo quien lo hace real en nosotros. Esa es la razón por la que no dudo en decir que la Iglesia de Jesucristo es de Pentecostés; nació de esa manera, para ser la habitación de Dios por el Espíritu. Estamos en la era del Espíritu Santo, lo que significa que estamos en la era de los cielos abiertos; no puede ser de otra manera. La marca de una vida ungida por el Espíritu, es que conozcamos a Cristo en una manera siempre creciente. Tarde o temprano vamos a llegar a un conocimiento espiritual vivo del Señor. Sólo Cristo, personalmente revelado en nosotros por el Espíritu Santo, puede salvarnos en la hora más difícil. Cuando el Espíritu venga, veremos que esa es la marca de una vida ungida; veremos los cielos abiertos y a los ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre. Eso es algo mayor que Israel. ¡El Hijo del Hombre! Eso no es racial, es universal. Eso es para todo aquel que venga a El. El título “Hijo del Hombre” simplemente representa los pensamientos de Dios referente al hombre. ¡Oh, que tal verdad! Entrar a esta Luz de Vida. Esa vida vieja de Jacob está acabada y somos ensanchados en Dios.
Mientras que el vaso es ensanchado al ser tratado con todo aquello que no es de Dios, hay un crecimiento constante en esta Luz de Vida. ¡Oh! qué tremendo ser parte de tal vida. Nosotros tenemos que representar a Dios aquí y ahora, simplemente permitiendo al Espíritu Santo que haga real la vida de Jesús en nosotros. Ese es el propósito, esa es toda la verdad de esta Escuela de Cristo, el establecimiento de esta verdad, para que sepamos cuál es el fin de Dios. Hemos sido puestos ahí por un milagro, se nos ha ordenado permanecer, y mientras lo hagamos, Dios nos verá en Cristo, El nos verá a la luz de la obra consumada de Cristo.
Hay mucho trabajo por hacer en nosotros, pero Dios nunca inicia algo sin antes terminarlo primero. Y mientras permanezcamos ahí, todo lo que es necesario, está en esa simiente de Cristo, y despertaremos a Su semejanza. Aún no se ha manifestado lo que seremos, pero sabemos que cuando El venga, seremos como El, porque le veremos tal como es El.
Yo oro que el Espíritu Santo esté grabando estos pensamientos en tu corazón, porque cuando lleguemos a nuestro estudio de la Iglesia y la oración y todo lo que eso implica, tendremos esta base. No sólo conoceremos la verdad, sino que nosotros mismos seremos la verdad.