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Lección 5.- Degeneración

Lección 5.- Degeneración

 

Creo que este es un mensaje en el que vas a meditar por largo tiempo, porque creo que es muy importante que reconozcamos lo que voy a decir, que lo comprendamos aunque no habla directamente sobre el arrepentimiento; sin embargo, vemos cómo hay un solo camino para salir de las cosas en que nos hemos metido, ya sea como creyentes o como no creyentes. El título de este capítulo es, Degeneración. ¿Cómo escaparemos?

En el libro de Hebreos 2: 3, “¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”. Esta salvación, que al principio fue declarada por el Señor, nos fue confirmada por medio de los que oyeron. Si descuidamos a una planta del jardín, entonces por un principio natural se va a deteriorar y va a quedar en muy mal estado. Igualmente si descuidamos cualquier animal doméstico, se pondrá bravo y ya no será útil. Lo mismo ocurre con el ser humano. ¿Por qué va a ser el hombre una excepción para las leyes de la naturaleza? La naturaleza sólo lo toma como otra especie, y las leyes de reversión de los géneros, afectan a toda la creación.

He estado pensando sobre este asunto del regreso de la naturaleza especificamente referente al hombre, y manejando por la carretera, veo los campos sembrados, bien cuidados, pero también veo árboles, arbustos y espinas, sólo esperando el más ligero descuido del granjero , y esos arbustos se volverán y tomarán del granjero lo que él tomó de ellas. Esa es la naturaleza. El hombre y su naturaleza. Lo que siempre ha estado latiendo contra las paredes del mundo espiritual en el cual hemos entrado desde que nacimos de nuevo en el Señor, es la vieja naturaleza Adámica.

Todo lo que está esperando es que tú descuides esta gran salvación para inmediatamente volver con su cizaña, espinas y maldiciones que son símbolo del viejo hombre. Si el hombre se descuida y permite que esas cosas entren en su vida, después de algunos años se convertirá en un hombre terrible y de muy baja calidad. Si descuida su conciencia se va a volver un desobediente y un inmoral. O si descuida su alma va a caer inevitablemente en decaimiento y destrucción. Tenemos aquí entonces una base natural para esta pregunta. Si descuidamos aún con este principio universal que nos salta muy a la vista, ¿cómo escaparemos?

No es necesario probar que hay tal principio en el ser de cada persona. Está ya demostrado por los propios hechos y por la analogía de la naturaleza. Todo hombre que se conoce a sí mismo está consciente de esta tendencia, profundamente enraizada y activa que existe dentro de su naturaleza. Teológicamente, se describe como una gravitación o tendencia hacia el mal; la Biblia no deja a nadie en la oscuridad referente a esto. Siempre está presente esta vieja naturaleza, que tenía que haber muerto cuando vinimos a Cristo. Cristo la llevó en la cruz, pero la naturaleza Adámica siempre está presionando y empujando para volver a la vida.

La Biblia dice que el hombre fue concebido en pecado y formado en la iniquidad. La experiencia nos dice que su camino se vuelve descendente sin el menor esfuerzo. Todo lo que tiene que hacer es dejar que su vida se arruine. Es con este principio, para completar el concepto, que la Biblia dice que los impíos están perdidos. Cuando vemos caer a un hombre de un edificio, desde el piso número veinte, inmediatamente decimos que ese hombre está perdido. Lo decimos antes que caiga un metro, porque el mismo principio que lo hizo caer ese primer metro, sin duda va a hacer que caiga hasta abajo; por consiguiente, es un hombre muerto o un hombre perdido desde el primer momento.

La gravitación del pecado en una persona actúa de la misma forma. Gradualmente por un impulso en aumento, hunde al hombre más y más, apartándolo de Dios y su justicia, y lo manda a parar, debido a la desviación de una ley natural, en el infierno de una vida descuidada. La lección es igualmente clara por analogía. Aparte de la ley de degeneración, existe en cada organismo vivo una ley de muerte. Imaginamos que la naturaleza está llena de vida, pero en realidad está llena de muerte. No podemos decir que es natural que una planta permanezca con vida. Examina su naturaleza completamente y te verás obligado a admitir que su tendencia natural es la de morir. Se protege de la muerte por una mera dotación temporal, que le da dominio por el momento sobre los elementos. Si retiramos esta dotación temporal por un momento, su verdadera naturaleza será revelada. En lugar de vencer a la naturaleza, es vencida por ella. Las mismas cosas que eran para ministrarles crecimiento y belleza, ahora se vuelven contra ella y hacen que se marchite y muera. El sol que la calentaba, ahora la seca; el aire y el agua que la nutrían, ahora la pudren. Esta ley, que es real para todo el mundo de las plantas, es también válido para el mundo animal y para el hombre.

Quizás la definición más exacta de vida es, “la suma total de la función que resiste la muerte”. Hay muchas definiciones de lo que es la vida. Los biólogos la definen como la habilidad de adaptarse con el ambiente. Con relación a la vida espiritual, podemos decir, que es “la suma total de la función que resiste al pecado”. La atmósfera del alma es la prueba diaria, las circunstancias y las tentaciones del mundo. Es la vida por sí sola la que le da a la planta poder para utilizar los elementos, y sin ellos, entonces los elementos utilizan a la planta. Así es como, sin esta vida, las tentaciones y pruebas del mundo destruyen el alma. ¿Cómo escaparemos si rechazamos ejecutar estas funciones, en otras palabras, si somos descuidados?

Es un hecho muy serio que este proceso destructivo avanza independientemente del juicio de Dios sobre el pecado. El juicio de Dios sobre el pecado es otro hecho más terrible, del cual todo esto puede ser una parte; pero es un hecho distintivo por sí mismo, que puede ser examinado separadamente, que, basados en principios puramente naturales, el alma que es abandonada, sin cultivar y sin redimir, va finalmente a morir a causa de su propia naturaleza. ¡Oh, que lección es ésta para tí y para mí! Que cuando pecamos, cuando nos llega esto, o cualquier cosa, debemos confesarlo y abandonarlo. Eso simplemente significa que confesemos. “Abandonar” significa que nos arrepintamos. “El alma que pecare, esa morirá”, dijo el profeta Ezequiel. “Esa morirá”, no significa necesariamente que Dios pasó la sentencia de muerte por ella, sino que no puede ser de otra manera. El castigo está en su propia naturaleza y la sentencia se lleva a cabo con la espantosa fidelidad de la ley.

Existe el pensamiento que las verdades religiosas están más allá de la esfera de la comprensión que tiene el hombre por las cosas ordinarias. Esta verdad por lo menos debe ser una excepción. Está tan cerca de lo natural como de lo espiritual. Si no causa ninguna impresión al hombre que Dios lo va a juzgar por sus pecados, él no puede cegarse a sí mismo al hecho que la naturaleza sí lo va a hacer. Cuando Dios colocó esta ley en las manos de la naturaleza, parece que le dio dos reglas sobre cuál sentencia iba a estar basada. La primera regla es, “Lo que el hombre sembrare, eso segará”. La otra es expresada en esto: “¿Cómo escaparemos, si descuidamos…?”.

La primera es una ley positiva, y trata con las comisiones del pecado. La otra que estamos discutiendo, es la negativa y trata con los pecados de omisión. No dice nada sobre sembrar, sino de no sembrar. La segunda toma el caso de los que no hacen nada, y hace la pregunta, “¿Cómo escaparán…?” La Biblia hace esta pregunta, pero no la responde, porque la respuesta es muy obvia. ¿Cómo escaparemos si descuidamos? La respuesta es, no podemos. En la naturaleza de las cosas no podemos. No podremos escapar de la misma manera que un hombre no puede escapar al estar hundiéndose en el mar y haber descuidado el aprender a nadar. Tampoco puede escapar el que haya descuidado esta gran salvación.

¿Por qué puede darse tan terrible juicio sobre un simple proceso de negligencia? La noción que generalmente se acepta es que, para que un hombre se pierda, debe ser un terrible pecador. Pero este principio va más allá. Simplemente dice, “si descuidamos…”. ¿Por qué es pecado cuando no se siembra nada? ¿Por qué hay tal castigo por no hacer nada? Debe haber una relación escondida vital entre estas tres palabras: salvación, descuido y escape. Debe de haber alguna conexión razonable y esencial. ¿Por qué la unión de estas palabras le da a esta cláusula tal peso de autoridad como para imputarle una sentencia de muerte? La explicación ya se ha dado en parte, pero consiste en algo más, sin embargo, en el significado de la palabra “salvación”.

Pero la pregunta aquí en Hebreos se dirige a un pueblo que se supone ya la ha tenido. Es una palabra más amplia, por lo tanto; no es sólo perdón de pecados, sino salvación de la inclinación descendente de la carne. Incluye todo el proceso de la salvación del poder del pecado y el egoísmo. La Biblia es clara en relación al principio natural en el hombre: destrucción, degradación, cegar la razón, cauterizar la conciencia y paralizar la voluntad. Este es el principio activo y destructor del pecado. Para contrarrestar esto, Dios nos ha provisto con otro principio que va a detener este rumbo descendente y la va a colocar en su rumbo correcto. Este es el principio activo de la salvación. La Biblia lo llama, santificación.

Si un hombre encuentra la primera de estas obras con fuerza dentro de él, llevando toda su vida hacia la muerte, hay sólo una manera de escapar de esta ruina: aferrarse del poder de la salvación. Como la segunda fuerza es la única en el universo que tiene el menor efecto real sobre la tendencia natural del hombre para destruirse, el descuidarse es cortar la única oportunidad de escape posible. En cuanto a la misma naturaleza de la salvación, es sencillo suponer que lo único necesario para que no tenga efecto es el descuido.

Por tanto la Biblia no puede fallar en poner el suficiente énfasis en una palabra tan vital. Un hombre que ha sido envenenado, si se descuida de tomar el antídoto, va a morir. Entonces esto es el efecto de descuidar la salvación desde el punto de vista de la salvación en sí misma, y la conclusión es que, si la descuidas, sin lugar a dudas no habrá escapatoria.

La salvación es un proceso definido. Si el hombre rechaza someterse a ese proceso, no podrá obtener los beneficios de ella. “Mas a todos los que le recibieron…les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1: 12). Puede ser simple negligencia o apatía; igualmente este descuido es fatal. No podrás escapar.

Veamos otro aspecto del caso, el efecto sobre el alma mismo. El descuido tiene más efecto sobre el alma que solo causar la pérdida de la salvación. Destruye su capacidad para salvación. La degeneración en la esfera espiritual tiene que ver principalmente con el perjuicio de las facultades de salvación y finalmente con la pérdida de esas facultades. Lo que realmente significa es que el alma se destruye poco a poco hasta que puede llegar el momento cuando la capacidad para la acción de Dios y su justicia desaparezcan. Esto es lo que se llama el pecado imperdonable, o el pecado que Juan dijo que era pecado de muerte.

El alma en su sentido más verdadero es una vasta capacidad para el accionar de Dios y que aún puede ser más expandida con Dios mismo si El habita ahí. Es ilimitada, pero sin Dios, el alma se contrae y se marchita. ¿Qué ocurrirá si dejamos de lado nuestra alma? Será un órgano inútil, una capacidad sentenciada a morir por falta de uso. La naturaleza tiene su propia manera de vengarse contra la negligencia, así como con la extravagancia. El descuido es tan mortal como el pecado en sí mismo. Hay ciertos animales que cavan debajo de la tierra para vivir. Y la naturaleza se ha vengado de ellos de una manera completamente natural: ha cerrado sus ojos. Si escogen vivir en oscuridad, los ojos son obviamente innecesarios. Al no usarlos, estos animales están diciendo que no los necesitan, y ya que uno de los principios de la naturaleza es que nada existirá en vano, entonces se les quitan los ojos. En la misma forma exactamente, el ojo espiritual debe morir y perder su poder por una ley puramente natural, si el alma escoge andar en la oscuridad en lugar de andar en la luz. Este es el significado de las palabras de Cristo, “Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado” (Mateo 13: 12).

La capacidad para creer es el talento más espléndido que tenemos, y también está sujeto a las condiciones naturales de las leyes. Si algún hombre esconde su talento, aunque no le haga ni bien ni mal, Dios no va a permitir que lo conserve. El no va a dejar que lo conserve, al igual que al topo que no quiere usar sus ojos. Por lo tanto Dios dice, “Quítenle su talento”, y la naturaleza lo hace. El pecado de este hombre fue simplemente la negligencia, “Siervo malo y negligente”. Fue una vida desperdiciada, una vida que no cumplió con la administración santa de ella misma. Esa vida es un peligro a todo el que se cruza por su camino. El aspecto más oscuro de todo esto es, que no estamos conscientes de esta negligencia y de la mala dirección de nuestros poderes; si hubiera inquietud, habría esperanza; si hubiera algo en nuestra alma que no estuviera durmiendo como todo el resto; si hubiera una voz de alerta; pero en lugar de esto hay apatía y adormecimiento. ¿Qué puede decirse de tal síntoma, sino que significa muerte lenta?

Existen ciertos accidentes en los cuales las víctimas no sienten dolor. Piensan que están bien y fuertes, pero están muriendo. Si le preguntas al médico por qué ha dado tan terrible veredicto, simplemente dirá que es el adormecimiento sobre todo su sistema lo que explica por qué algunas de las partes ya han perdido la capacidad para vivir. No es menos trágico el acompañamiento de este proceso que hace que su efecto pueda ser disimulado de los demás.

La degeneración progresiva del alma con toda seguridad, por algún arreglo con la tentación planeada en la parte más baja del infierno, posee el poder del secreto absoluto. Cuando todo por dentro se está derrumbando y carcomiendo, un Judas sin ninguna vergüenza puede besar al Señor. Esta destrucción invisible como su contraparte en el mundo natural, puede tener a su víctima muy hermosa mientras que la está matando.

Un pequeño crustáceo habita en los lagos de las Cuevas de Mamut de Kentucky. A primera vista uno se sorprende de ver que estos animales están dotados de ojos, pero la pregunta surge; ¿Para qué tienen los ojos viviendo en la total oscuridad? ¿Es una excepción a la ley? ¡NO!, no. Si le hacemos una incisión con un escalpelo y observamos con un microscopio descubriremos el secreto. Los ojos son una burla, pues externamente son perfectos, pero luego de examinarlos, se revela que detrás no hay nada sino una masa en ruinas. El nervio óptico está destruido y muerto; tienen los órganos de la visión, pero no tienen la visión, tienen ojos pero no ven.

Esto es lo que exactamente Jesús dijo de algunos hombres, ellos tenían ojos pero no podían ver. Y la razón es la misma. El crustáceo de las Cuevas Mamut ha escogido vivir en la oscuridad, así que se ha adaptado a eso. Al rechazar ver, ha renunciado al derecho de ver. Y la naturaleza lo ha adecuado a esa forma de vivir. La naturaleza lo ha hecho desde su propia constitución. Es su defensa contra el desperdicio, que una facultad decaiga inmediatamente si ésta no cumple la función para la cual fue creada. El que tenga oídos que oiga, el que no tiene oídos degenerados, que oiga.

Es común escuchar a personas bien intencionadas decir que no hay realmente ateos, pero debe haberlos. Hay personas que viven de tal manera que demuestran que para ellos no hay Dios. No pueden ver a Dios, porque no tienen ojos. Tienen sólo un órgano abortivo, destruido por la negligencia. Que Dios ponga esto muy claro en nuestro cerebro. Todo esto no será el efecto del pecado cuando muramos, sino que mientras estemos vivos.

El proceso está en plena operación ahora. Quizás nos puede hacer pecar con una conciencia más ligera, o mantener una cuenta corriente, por decir, en el juicio, y prolongar el tiempo de dar cuenta a Dios. Cada alma es un libro de juicio, y la naturaleza, como un ángel, anota ahí cada pecado. El pecado de ayer, como una parte de su castigo, es el pecado de hoy. Nuestros pecados, como cazadores de sangre desde el infierno, nos siguen de nuestro pasado, en retribución silenciosa, y van con nosotros a la tumba. Los poderes del pecado, en la fuerza exacta que los hemos desarrollado, acercándose a su temeroso clímax con cada latido de nuestro corazón, están aquí dentro de nosotros, ahora. Las almas de algunos hombres están ya acribilladas con la consecuencia eterna de la negligencia, al grado que, teniendo una vista natural de su caso, es inconcebible que haya algún escape. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Hebreos 10: 31).

Cualquier esperanza del cielo que un alma negligente pueda tener, va a estar con toda seguridad decepcionada. ¿Cómo un alma va a escapar al cielo si ha negado en vida el único medio de escape del mundo y del “yo”? Estas tres palabras: salvación, escape, negligencia, no están por casualidad, sino orgánica y necesariamente ligadas entre sí. El escape no significa nada mas que la transición de lo natural a lo espiritual. Significa quitarnos todo lo que no puede entrar en el Reino de Dios y revestirnos totalmente de Cristo. Es llevar a cabo nuestra gran salvación a través del proceso que la Biblia llama salvación o santificación. Una persona nace de nuevo instantáneamente en una experiencia de crisis, pero es necesario caminar toda nuestra vida con Dios para llegar a ser conformados a la imagen de Cristo.

Finalmente, nuestra idea o concepción de un ser espiritual debe ser tomado del ser natural. Nuestras ideas que van de acuerdo con la nueva naturaleza espiritual deben ser prestadas de las líneas conocidas de la naturaleza antigua. Por ejemplo, existe el sentido de la vista en la naturaleza espiritual. Si descuidas esto, y lo dejas sin desarrollar, no lo vas a extrañar nunca, smplemente no vas a ver nada; en cambio si lo desarrollas verás a Dios. Hay un sentido del oído. Descuídalo y nunca lo vas a extrañar, simplemente no vas a oír nada. Desarróllalo y oirás; “mis ovejas oyen mi voz”.

Hay un sentido del tacto que debe ser desarrollado en el nuevo hombre, un nuevo sentido, el sentido de aquella mujer que tocó el manto de Jesús, ese toque maravilloso llamado fe, que mueve el corazón de Dios. Hay un sentido del gusto, hambre espiritual por Dios, algo dentro nuestro que prueba y ve que Dios es bueno. Hay también la capacidad de inspiración. Descuida eso y el escenario del mundo espiritual será seco y feo. En cambio si lo cultivas, hace que el hombre se encienda con la belleza de la creación de Dios.

Lo último pero no menos importante, es la gran capacidad para el amor; el amor de Dios. Un sentimiento expansivo que siente, más y más su altura, anchura, profundidad y longitud. Hasta que sintamos esto, ningún hombre puede realmente comprender la palabra “una salvación tan grande”, porque ¿cual es su medida, sino las palabras de Cristo cuando dice “de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su único Hijo”? ¿Cómo escaparemos si somos descuidados en estas cosas?

Es mi oración que Dios mueva tu corazón, a tí que estás leyendo este libro, para que prediques esto, porque no hay escape, a menos que se realice un verdadero arrepentimiento en los corazones.

 

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