Lección 14.- Cuando El Viento Sopla – II
Vamos a seguir profundizando en este pensamiento del símbolo del viento. Hechos 2: 1-2, tratando sobre Pentecostés dice, “…todos estaban unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio…”. Esa es la forma en que el Espíritu Santo vino ese día.
En Hebreos 12: 1 “…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”. El soplar del viento de Dios revelará la corrupción; esta siempre es su obra. Pero una vez que ya ha sido expuesto, tenemos que tratar con ello. El viento sopla, la corrupción es expuesta, y entonces debemos tratar con ella. Debemos despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, o impide, o nos hace inútiles. Cuando hablamos acerca de pesos, estamos hablando acerca del “equipaje en exceso” que nos detiene o nos jala hacia abajo, haciéndonos inaptos para el ministerio. Los pesos no son necesariamente cosas malas, pero estos desafilan la conciencia, quitan el filo del hambre espiritual, ahogan el espíritu de oración; por eso se debe tratar con ello. Cuando el viento de Dios revela estos pesos, ya no se debe jugar con ellos; deben ser puestos de lado. El viento ha expuesto cosas en nuestra vida que están impidiendo que esemos en ese lugar en Dios que podemos obtener, y nada puede ser sagrado si impide el plan de Dios para nuestras vidas. Ese es el primer principio para que tú puedas ser usado por Dios.
Luego el Espíritu se mueve de ese peso al pecado que nos asedia. Literalmente, esta Escritura se puede leer, “el pecado que astutamente se pone alrededor de nosotros”. La frase “el pecado que nos asedia”, sugiere esa área débil a la cual somos inclinados; esa tentación constante y persistente a la que cedemos tan fácilmente; es eso en la vida sobre lo cual no hemos nunca ganado la victoria. El pecado habitual es como una barrera que no puedes atravesar. Muéstrame a un hombre o a una mujer en una lucha desesperada contra el pecado, me refiero a un creyente nacido de nuevo, y te mostraré a un hombre cuya lucha no es contra un pecado nuevo, sino que pelea contra el mismo problema todo el tiempo; el mismo enemigo, el mismo campo de batalla vez tras vez .
El profeta Ezequiel dibuja una figura gráfica para nosotros en su visión de las aguas de sanidad: “Y toda alma viviente (todo lo que se mueva, todo lo que vive) …vivirá…” (Ezequiel 47: 9) Ahora, aquí tienes una figura de la vida abundante, de la sanidad. En medio de este milagro, el profeta nos revela algo increíble, “Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán…” (versículo 11). Piensa un momento: en medio de esta sanidad fluyendo, exactamente en medio del fluir, hay un pantano que no es tocado ni sanado. Tan increíble como parezca, existen aquellos que han estado de pie en el fluir, aún se han regocijado y han adorado en medio de él, sin embargo todavía hay lagunas en ese corazón que no han sido sanadas. Muchos predicadores se han parado en ese fluir, han ministrado a otros de ese río, sin embargo había un pantano en sus propios corazones que no estaba saneado. El ejemplo perfecto del poder de un pantano para destruir, se encuentra en Salomón, el gran rey de Israel.
Veamos esto: “Mas Salomón amó a Jehová, andando en los estatutos de su padre David; solamente sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos” (1 Reyes 3: 3). “Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David” (1 Reyes 11: 4). El versículo 7 dice, “Entonces edificó Salomón un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab. ..y a Moloc…”
Pienso que en Salomón tienes una figura de una gran parte de la Iglesia de hoy, la cual ama a Dios, pero no con el corazón íntegro. El corazón de Salomón estaba dividido; ¡Piénsalo! este es el rey de Israel, el líder más alto del pueblo, un hombre que tiene una revelación sobrenatural de Dios; maravillosamente dotado de sabiduría, a Salomón se le encarga edificar una casa para Dios, sin embargo hay un ídolo en su corazón; un hombre en el lugar más alto de autoridad, y sin embargo en ese corazón hay un ídolo, hay un pantano que no ha sido saneado. Es un pensamiento escalofriante que un hombre pueda estar tan envuelto en el liderazgo, y aún así estar atado a un pecado secreto. El viento de Dios tiene que exponer esto o no vas a avanzar más allá de donde estás ahora; de hecho habrá un retroceso, a menos que permitas que Dios trate con eso, sea lo que sea. Hay hombres y mujeres que son tenidos en mucha estima, que tienen una reputación de ser espirituales, pero tienen un ídolo en el corazón, alguna codicia secreta con la que ellos no han tratado.
El libro de Nehemías es la figura del Antiguo Testamento de todo lo que voy a decirte ahora. En el capítulo 2, Nehemías recibe permiso y provisión para reedificar la ciudad de Jerusalén: “…cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros…” (v.19). En el capítulo 4: 3, nuevamente Tobías es identificado como un amonita. En el Capítulo 13 de este libro , los muros habían sido reedificados, las puertas (que son el ministerio), estaban en su lugar, todo había sido dedicado a Dios. La renovación espiritual había tomado lugar; había un avivamiento. Y en ese momento en el tiempo, Nehemías tuvo que volver a Persia, y cuando él se fue, la gente cayó. Luego tenemos que en la ausencia del hombre de Dios, cuando el pueblo había retrocedido, se leyó en el libro de Moisés, oyéndolo el pueblo, y fue hallado escrito en él que, “No entrara amonita ni moabita en la congregación de Jehová…” (Deuteronomio 23: 3). “No procurarás la paz de ellos ni su bien en todos los días para siempre” (v.6). Cuando el pueblo leyó la ley, ellos separaron a toda la multitud mezclada de Israel. Esta fue la acción del pueblo, los amonitas fueron quitados, echados fuera. En el capítulo 13: 4 de Nehemías, no obstante, tenemos esto, “Y antes de esto el sacerdote Eliasib, siendo jefe de la cámara de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobías.” Ahora en hebreo dice, “él era cercano a él”. El era cercano a Tobías el amonita, entonces hizo una excepción. No sólo no lo expulsó, sino que le preparó una habitación. El le dio lugar, y Dios dice, “no deis lugar al diablo”. Eliasib aún le ayudó a mudarse. Tobías no tenía todo el templo, sólo una muy pequeña habitación en el templo.
Pero piensa en esto, un amonita, el enemigo de Dios, puesto dentro del templo de Dios. El diablo en la casa de Dios, invitado ahí por el pastor, invitado ahí por el sumo sacerdote. La cámara que Tobías ocupaba era el lugar en el cual guardaban antes el diezmo del grano. Este diezmo del grano habla de adoración, era la habitación en donde el incienso era guardado, que representa la oración, era el lugar del aceite y del vino que habla del Espíritu y del diezmo, el lugar del ministerio. No había adoración, ni oración, ni Espíritu, ni verdadero ministerio. ¿Por qué? Hay un amonita viviendo en el templo de Dios. Este es el lugar en el que debemos detenernos y analizar nuestros propios corazones. Cada uno de nosotros debemos mirar profundamente en nuestros corazones. Quizás ya pastorees una iglesia, o vas a pastorear una, pero si la vida no está ahí, no hay verdadera adoración, ni verdadero ministerio, necesitas ver, ¿hay un amonita ahí? ¿hay algo ahí que Dios no toleraría?
Los versículos 7 y 9 del capítulo 13, muestran el regreso del profeta. Cuando Nehemías regresó, vio a Tobías por lo que era, un amonita, un enemigo de Dios. ¡Mira!, tenemos que tener el regreso del profeta, el vidente; tiene que venir otra vez un hombre que pueda ver mas allá de la máscara de la religión que tenemos hoy en día. Nehemías echó fuera a Tobías con todas sus pertenencias, luego fumigó la habitación que había sido ocupada por el diablo. Cuando estaba vacía y limpia, entonces la llenó con grano, incienso y diezmo. Aunque no aprendas nada más este día, aprende esto; este es el camino a la bendición, este es el camino al avivamiento. En primer lugar, debes identificar al amonita por lo que es, llamar al pecado, pecado; deshazte de los atavíos del diablo, no tengas simpatía con aquello que no es Dios. No podemos ser intimidados, no podemos tener simpatía con aquello que no es Dios. Permite que el Espíritu Santo fumigue ese templo, y después llena esa habitación con oración, adoración, la palabra de Dios, para que ya no haya lugar para otras cosas.
El patrón de la historia espiritual del pueblo de Dios se puede hallar justo aquí. Compréndelo. En primer lugar, la Palabra es predicada, los pesos y los pecados son revelados, el corazón es despertado, el deseo de ser todo para Dios es nacido. Como Israel, empiezan a expulsar a los amonitas, a despojarse de pesos y pecados que los asedia; Dios está obrando. Es un tiempo hermoso; el arrepentimiento comienza, los hombres son convencidos de pecado, empiezan a ver cosas en sus vidas que no deben estar ahí, y empiezan a dehacerse de ellas. Pero luego, ellos paran antes de llegar a la liberación completa, ¿por qué? La pregunta puede ser respondida con una vista a Eliasib ¿por qué permitió que Tobías se quede en ese templo? Porque él era cercano a él. Los cristianos comienzan en la dirección correcta, comienzan obedeciendo a Dios, pero hay una pequeña cosa que está muy cercana a sus corazones, un área que les duele demasiado rendir, entonces le hacen lugar a Tobías. Esa sola cosa tan cercana no ocupa todo el templo, sólo controla un área pequeña; toma muy poco tiempo. Pero todo sufre: la adoración, oración, y ministerio, porque hay un amonita en la casa. Esto puede ser verdad para toda la Iglesia, o verdad para tí individualmente. Si tú tienes algo en tí, entonces la oración, la adoración, el ministerio, todo se termina hasta que trates con eso. Hablamos sobre ese pecado asediante en este punto, ese pecado que tan astutamente se pone alrededor tuyo, ese pecado crónico persistente con el que luchas vez tras vez. Es ese santuario en el corazón en donde se para un ídolo, esa habitación en la que Jesús no es Señor, ese rincón no conquistado de tu vida, ese pantano que nunca ha sido saneado. ¿Qué son los amonitas? El orgullo, ese elemento hallado sólo en la raza caída ¡Cómo odia Dios el orgullo! ¡y cómo nosotros, la Iglesia, lo maquillamos!
La Iglesia nunca ha tenido tantas super estrellas como las ha tenido en este siglo. Del orgullo viene nuestra búsqueda propia, nuestra promoción propia, el ego, la presunción, los celos, la arrogancia, el chisme, la mentira, la calumnia. Todo esto viene de nuestro orgullo. Luego están esos amonitas que son los pecados de disposición: las malas actitudes, la amargura, el odio, la falta de perdón, la malicia, la envidia, las peleas, las contenciones, la codicia, el materialismo, la lujuria. Todos estos son los amonitas, el pecado asediante que nos impide estar en ese lugar con Dios; es ese pecado que nos asedia. Cada uno de esos y más puede ser eso en nuestras vidas. La codicia, a los ojos de Dios, no es peor que la amargura o avaricia, pero para la mayoría, la codicia es el pecado que asedia. Estarías muy asombrado al darte cuenta de la gran lucha que está sucediendo en el corazón de las personas más espirituales. Algunos de ustedes tienen luchas que se llevan a cabo en su corazón. Algunos de aquellos que tú consideras ser super espirituales están llenos de pensamientos impuros, conducta impropia, pornografía. Quizás tú luchas con este amonita, y a causa del oprobio, no buscas la victoria que debieras. El peligro y la tragedia que te va a sobrecoger, a menos que expulses el peso y el pecado que te asedia, está mas allá de las palabras. La tragedia de permitir al amonita en el templo es demostrada gráficamente en la vida del gran hombre de Dios, Moisés.
Cuando venimos a este ejemplo, venimos a uno de los hombres más grandes en la Biblia. Nadie fuera de Dios tiene más lugar en la palabra de Dios que Moisés; su nombre aparece unas 1200 veces. Aún así, él mismo tenía su lucha. En Exodo 3, Moisés estaba en tierra santa; el vio el fuego de Dios, habló cara a cara con el Todopoderoso, y en ese punto fue comisionado para librar al pueblo de Dios. En el capítulo 4, Moisés comienza su misión, ” Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo” (Exodo 4: 24) No puede haber error en la traducción; Dios quiso matar a Moisés, ¿por qué? porque él había fracasado en circuncidar a su hijo. Muchos estudiosos creen que Moisés había circuncidado a su primogénito, pero Séfora, su esposa madianita, estaba ofendida por el rito de la circuncisión, y protestó sobre la circuncisión de ese hijo menor; Moisés oyó a su esposa y desobedeció a Dios. La circuncisión era una señal de separación, pero también era una señal de pacto. Dios estaba a punto de cumplir el pacto que El hizo con Abraham, cientos de años atrás. Moisés había sido seleccionado para representar al pueblo del pacto, y ahora él mismo estaba fuera de ese pacto a causa de este único acto de incredulidad. Moisés había oído a la voz equivocada, el había roto el pacto con Dios. Moisés sabía que estaba mal, y tú sabes cuándo estás mal. Con un poco de imaginación puedes oír el razonamiento de Moisés: “esto es algo tan pequeño, pues, conmigo es diferente que con otras personas. Yo he estado en tierra santa, he visto el fuego de Dios. Pues, yo conozco el nombre de Dios, yo he sido designado por Dios mismo para librar a esta nación. Con tales credenciales, seguramente Dios iba a pasar por alto este “pequeño” acto de desobediencia, ¿no?
Moisés es figura de un hombre tan poseído con su visión, que se olvida de un simple acto de obediencia. Es un acto de presunción, y esto sucede en la vida de los siervos de Dios cada día. Ese espíritu presume que Dios lo llamó y lo ungió, y El pasará por alto su desobediencia. Cuando esa actitud se arraigó en Moisés, Moisés se fue de tierra santa a tierra peligrosa, y fue recordado fuertemente de la santidad de Aquel con quien él trataba. El mismo orgullo arrogante fue encontrado en Nadab y Abiú, los dos hijos de Aarón. Ellos habían comido y bebido en la presencia de Dios, habían sido entrenados para el sacerdocio, habían sido encargados con los requisitos precisos de ese oficio. En cuanto al altar del incienso, se les ordenó que no ofrecieran fuego extraño, que no tomaran fuego del altar de la ofrenda. Con todo el conocimiento de lo que Dios ordenó, estos jóvenes presumieron hacer un pequeño experimento creativo. “Después de todo”, ellos habrán pensado, “somos sacerdotes, somos los hijos de Aarón, hemos visto a Dios. De cierto a Dios no le importará que hombres de nuestra estatura se tomen ciertas libertades”. Ellos murieron en el acto. Dios no se hizo de la vista gorda de sus pecados; tampoco lo hará con los nuestros.
La tragedia se repite con Sansón. Sin duda, toda su vida le habían contado cómo un ángel anunció su nacimiento. El sabía que era llamado por Dios, que el Espíritu de Dios estaba sobre él. Aquello que debió haber producido un temor santo, produjo por el contrario, un espíritu arrogante que dijo, “yo soy elegido de Dios, yo soy Su siervo, el Espíritu de Dios se mueve en mi vida, yo soy importante para Dios. Si yo no hago el trabajo, nadie lo hará”. ¿Alguna vez has oído esto antes? Ese espíritu presumió que a Dios no le importaría “si tomo una cuantas libertades, El debería entender mi debilidad por estas mujeres filisteas”. Guiado por su presunción, vemos a Sansón en la tienda de Dalila jugueteando con su llamado, por sus acciones diciendo, “nada me puede tocar, yo soy el favorito de Dios”. Luego lo ves con su cabeza rapada, sin ojos, y los enemigos de Dios jugando con él. El campeón de Dios, por su propia codicia, se convirtió en el payaso de los filisteos.
¡Dios, libra a tus siervos del pecado de la presunción! Que Dios nos libre de ese espíritu que dice, “yo conozco al Señor, El me ha ungido, no tengo que jugar conforme a estas reglas”. Tú no eres el engreído de Dios, El no va a mirar a otro lado, El no va a dar permiso para tu codicia. Quizás no lo dices con tu boca, pero al agarrarte de lo que Dios ha rechazado, estás diciéndole a Dios, que Dios hará una excepción contigo. Esta es una presunción arrogante, es el orgullo el que viene antes de la destrucción. Dios es amoroso, paciente, misericordioso, pero llega el momento en el que la gracia ya no puede retener los resultados de tu pecado. Llega el momento cuando el Espíritu Santo trae una última advertencia de amor al arrepentimiento. “Déjalo, aléjate; si rehusas, debes estar seguro que tus pecados te alcanzarán”.
En un culto, un predicador en Tennesee fue traido bajo la convicción de pecado. Cuando el llamado al altar fue dado, este hombre se quedó agarrado de la banca frente a él. El hombre que había traído el mensaje, Robert Turnage, viendo la situación del hombre, fue a él y le preguntó por qué no venía. El dijo,” yo no puedo ir”. “¿por qué?” preguntó el predicador, y él le contó esta historia: , “yo soy un predicador como tú, bueno, yo era…pastoreé una iglesia, y me involucré con una mujer en adulterio. Y una mañana, en camino a la casa de esa mujer, Dios me habló y me dijo que si cruzaba esa puerta esa mañana, su espíritu se alejaría de mí, y no trataría conmigo otra vez. Yo continué manejando a esa casa; toqué esa puerta, y cuando la mujer abrió, el Espíritu Santo me dijo, ‘si cruzas ese umbral, no trataré contigo otra vez, habrás perdido tu oportunidad para siempre’. Llevado por mi lujuria, crucé ese umbral. Dios me dejó; no le permití sanar ese pantano”.
¿Está soplando el viento sobre tu vida hoy? ¿Hay algo en tu vida? Entonces debes salir de eso. En tu mensaje, debes permitir que el viento de Dios sople de tal forma que el corazón de esa congregación pueda ser revelado. Cuando el viento sopla, los pesos y los pecados son expuestos, y tienes que tratar con ellos, si no, el río se secará.