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Lección 16.- La Prioridad Correcta

Lección 16.- La Prioridad Correcta

Hay elecciones que tenemos que hacer. Hemos tratado con la tentación analizada, y cómo en medio de ella debemos tomar decisiones. Siempre necesitamos poner nuestras prioridades en forma correcta. Las elecciones que tenemos que hacer en el ministerio, son más que sólo la tentación del pecado.

Pablo escribió en 1 Corintios 3: 6-9 que , “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; pero cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Necesitamos que el Espíritu Santo impacte con esta palabra nuestros corazones y mentes, porque estamos buscando las prioridades.

No podemos servir a Dios si nuestras prioridades están fuera de lugar. Yo no tengo tanto temor de fallar, como de tener éxito en lo que no es importante. No quiero invertir mi vida en paja, heno u hojarasca, pues son cosas que tienen muy poco valor intrínseco. Creo que este capítulo puede ser la clave para levantarte sobre todo esto y ser exactamente lo que Dios quiere que seas.

Ahora bien, nuestro texto subraya tres niveles de servicio. Primero, “Ministrando para Dios”, segundo, “Ministrando con Dios”, tercero, “Ministrando a Dios”.

El primero se refiere a una obra hecha para el Señor: uno planta, otro labra, otro riega. Esto es lo que llamaríamos el ministerio del atrio exterior, y se hace en respuesta a un precepto o a un mandato bíblico. Hay peligros específicos en este nivel de ministerio, y uno de ellos es que nos involucramos tanto en trabajar para Dios que dejamos de trabajar con Dios.

He enfatizado que lo primero que debemos hacer, donde sea que estemos sirviendo, es establecer el altar. Establecer el altar, significa establecer el tiempo y el lugar de comunión con Dios. Quiero decirte que voy a ser muy firme en ese punto. Estamos muy ocupados trabajando para Dios, y no hacemos nada “con” Dios.

Tendemos en convertirnos en legalistas también: la gente se involucra en ciertas áreas del ministerio y piensan que esto es lo más importante. Tampoco demanda de una relación íntima con Dios el trabajar en esta área de servirle a El. Con mucha frecuencia, es un trabajo que puede ser hecho con las fuerzas de la carne. Puedo limpiar el edificio, aun puedo enseñar en la escuela dominical si me das el libro de texto. Puedo hacer toda clase de cosas como una obra para Dios que no necesita sino las fuerzas de la carne o un buen entendimiento para comprender lo que estoy diciendo.

El segundo nivel de ministerio es el Ministrar con Dios. Pablo dijo, “Porque somos colaboradores de Dios (o con Dios)” (1 Corintios 3: 9). Este es un ministerio del atrio interior, en donde nos acercamos a Dios. El trabajar con Dios no es una respuesta a un precepto sino a un socio, el Señor Jesucristo. En Mateo 11: 28-29, vemos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Esto no es trabajar para Dios, sino con El.

Al ser compañeros de Cristo, el yugo nunca es para uno solo sino para dos, y cuando nos sometemos al yugo, entonces nos convertimos en ese instante en colaboradores con Cristo. Trabajar para Dios trae actividad que nos inquieta, mientras que el trabajar con Dios trae descanso. El caminar con Cristo, y bajo su yugo, nos da descanso.

El tercer nivel de ministerio, que es el de más alto nivel: Ministrando a Dios. Vamos a leer 1 Corintios 3: 16, “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” ¿Qué es el templo? Es el lugar de adoración y de comunión con Dios. Es aquí en el centro de nuestro corazón donde Dios se sienta para tener comunión con nosotros y nosotros con El. Entonces, el ministrar a Dios es el ministerio de la oración, y al hablar de oración, estamos hablando de la prioridad correcta.

Como podrás ver, no se trata de una respuesta a un precepto, o a un socio, es una respuesta a la persona más importante. Este no es un ministerio en el atrio interior o exterior. Este es el ministerio en el Lugar Santísimo. Debemos primero ministrar a Dios antes que intentemos ministrar a la gente. El ser mucho para Dios, implica el estar mucho con Dios.

Vas a tener que poner tus prioridades en orden si quieres tener éxito, tú que ya has establecido una iglesia, o que vas a ser evangelista, o que vas a abrir recién una iglesia en Perú o en cualquier otro lugar donde nunca ha habido una. Vas a salir a esos lugares y vas a tener que enfrentar a principados, así como Pablo los enfrentó en Efeso. Por tanto, es imperativo que sepas cuál es tu prioridad correcta si deseas establecer una iglesia o un ministerio; si deseas hacer efecto en la gente, vas a tener que, primeramente, ministrar a Dios en el Lugar Santísimo.

El ministrar a Dios es un pre-requisito para un ministerio eficaz, y hasta que hagamos de la oración nuestra prioridad, vamos a seguir frustrados. Nuestra habilidad para ministrar a la gente se deriva de nuestro conocimiento y de nuestra comunión con Dios. Daniel dijo, “El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Daniel 11: 32). No los que conocen acerca de Dios, sino los que le conocen íntimamente. Es posible conocer a Cristo teológicamente, pero no conocer Su presencia; esto es alarmante para la mayoría de la gente. Pero hay algo peor, y es que la mayoría del pueblo de Dios están en esta condición.

En Lucas 24: 13-32, vemos que, “Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea a donde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”.

Estos dos discípulos mientras caminaban, estaban manteniendo una discusión teológica referente a las cosas que habían acontecido en Jerusalén. Hablaban de Jesús, profeta poderoso en verdad, y de cómo fue crucificado, y mientras ellos conversaban, El se apareció. En el versículo 16, dice que no le conocieron; hablaban de la teología de Jesús pero estaban ciegos a la misma presencia de Cristo.

Ahora, la maldición de nuestro tiempo es que Cristo no está presente en mucha de nuestra teología. No podemos conocer a Cristo sólo por la teología. No le resto valor a la buena doctrina: Buscar a conocer a Cristo aparte de las Escrituras nos guiarán al fanatismo. Pero es también posible tener un gran conocimiento de teología, y aún así Cristo ser un extraño. Mira a Marta en la tumba de Lázaro. Ella tenía una muy buena doctrina sobre la Resurrección, pero sin embargo no reconoció a “La Resurrección” cuando lo miró a los ojos. Los discípulos del camino a Emaús podían declarar todos los hechos de Jesús, pero no reconocieron al Jesús de quien estaban hablando.

Una revelación verdadera es el resultado de una íntima comunión con Cristo. Los ojos de los discípulos del Camino a Emaús fueron abiertos cuando El comenzó a partir el pan. Esta revelación íntima de Cristo no estaba separada de una buena doctrina: Jesús comenzó con Moisés y siguió con los profetas, exponiendo las cosas concernientes a El mismo. Una sana doctrina es necesaria. Pero es sólo cuando se parte el pan que Jesús es conocido, cuando en la oración tenemos comunión con El en la mesa de nuestro corazón, y nuestros ojos son abiertos para verdaderamente conocer y ver a Jesús. La gente que no ora puede conocer mucho acerca de Dios, pero la gente que ora conoce a Dios. La prioridad de un servicio verdadero, es seguir a Jesús. “Si alguno quiere servirme, sígame”. El énfasis está en la declaración, “sígame”. ¿Qué significa seguir a Jesús? Significa poner nuestros corazones en El, significa buscar conocerle a El, significa ministrarle a El.

Cuando buscamos al Señor en oración, y escudriñamos su Palabra para conocerle a El, estamos en el punto más alto de utilidad. No importa lo que hagas, nunca vas a ser más útil para el Señor que cuando oras. El ministerio realmente va a fluir cuando haya esta comunión vital con Jesús. Aprendamos cada vez más el secreto de ministrar a Dios para que nuestro ministerio se expanda y nuestra esfera de influencia se ensanche. Todos estos niveles de ministerio son vistos en la vida y ministerio de Pablo. Como fariseo persiguió la Iglesia. Si le preguntabas qué estaba haciendo, él respondía, “Estoy trabajando para Dios”. Jesús dijo que iba a llegar el día que aquellos que te perseguirán, llegarán a pensar que están prestando un servicio a Dios, y ese fue el caso de Saulo de Tarso. En Hechos 9, después de su encuentro con Cristo, Pablo se movió al segundo nivel de ministerio. El versículo 20 dice, “En seguida predicaba a Cristo…”. Aquí está trabajando con Dios. En Gálatas 1: 16-18, Pablo detuvo su labor religiosa y se fue al desierto para un culto de oración de tres años. En el desierto, Pablo aprendió el secreto de ministrar a Dios y salió adelante con una revelación pura de Cristo Jesús.

Cuando él trabajaba para Dios, su vida estaba enfocada en la necesidad. El tocaba a una pequeña parte de la gente. Pero cuando se movió al tercer nivel del ministerio, aprendió primero cómo ministrar a Dios, y luego se convirtió en un colaborador con Dios y tocó al mundo. El evangelismo fluye de la adoración.

El ministerio es el producto de la luz espiritual que fluye de esta íntima comunión con el Señor Jesucristo. Las Escrituras abundan con esta verdad. El día de Pentecostés se salvaron tres mil almas: esto es evangelismo, esto es ministerio. Todo esto salió como resultado de un culto de oración que se convirtió en una adoración ungida por el Espíritu. En Hechos 2: 11, todos hablaban en lenguas, y la gente se reunió y decía, “Les oímos hablar de las maravillas de Dios”. La adoración era inspirada, sobrenatural; atrajo a la multitud e hizo posible que hubiera una oportunidad para el ministerio y el evangelismo. En los versículos 46 y 47, dice: “y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. El crecimiento de la Iglesia era un resultado directo de oración a Dios. Vemos Hechos 3: 7-8: “Y tomándole de la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”.

La sanidad se llevó a cabo en el camino al templo, en una hora de oración y adoración. El milagro, el sermón de Pedro y cinco mil almas fueron el producto de hombres que habían ido a adorar a Dios.

En Hechos 13, vemos que la Iglesia se para delante de Pablo y Bernabé, sus primeros misioneros, y el patrón es el mismo, pues la clave es la adoración. La Palabra dice, “Mientras ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo…” ¿Qué dijo? “Sepárenme estos hombres para el ministerio”. El aún habla cuando los hombres ministran al Señor y ayunan. El evangelismo misionero fue instituido en medio de la oración y la alabanza.

En Hechos 16, Pablo y Silas fueron golpeados y encarcelados. Comenzaron un servicio de adoración. Su adoración trajo la presencia de Dios, y todo lo demás fue el resultado de tal presencia. Estos hombres no estaban predicando sermones ni orando por almas, sino que estaban ministrando a Dios, y a causa de su adoración, el evangelismo y el ministerio fluía. Por todo esto podemos ver que la adoración es la clave para desatar la presencia y poder de Dios entre su pueblo. La Iglesia no puede ministrar a la gente hasta que primero ministre al Señor, y tú, como ministro de Dios, no puedes ministrar a la Iglesia hasta que ministres a Dios. Hasta que la Iglesia haya tocado a Dios, no tendrá nada con qué tocar a la gente.

Moisés conocía el secreto; él pasó mucho tiempo en el monte con Dios. En Exodo 32 encontramos a Moisés en el monte consiguiendo lo que la gente necesitaba. Al mismo tiempo Aarón estaba en el valle dándoles lo que ellos querían. La gente quería otro dios. Moisés vino del monte (la presencia de Dios) para confrontar el pecado de Israel. Después de su intercesión y el juicio de Dios, Moisés fue al tabernáculo; después de esto, la nube (la gloria de Dios) descendió. Cuando la gente vió la gloria, se levantaron y adoraron en las puertas de sus tiendas. El hombre que puede entrar en el santuario y atraer la gloria de Dios, es el hombre que ha estado en el monte con Dios antes de haber entrado al santuario.

En Exodo 34: 1-5, están los pasos para convertirnos en portadores de la gloria de Dios. Aquí Moisés es llamado al monte para recibir los pensamientos, la voluntad y los mandamientos de Dios. Para que el hombre entre en este tipo de relación, primero debe encontrarse con Dios en el lugar secreto. Dios le dijo a Moisés “Y no suba hombre contigo…”. Los hombres y las mujeres que dan a conocer a Dios por las calles son las personas que han estado a solas con El primero. “Y Moisés…se levantó de mañana y subió al monte Sinaí, como le mandó Jehová…”. La obediencia es mejor que sacrificio. “Y Jehová descendió en la nube, y estuvo ahí con él, proclamando el nombre de Jehová”.

Moisés tomó la decisión de obedecer. No hubo presencia hasta que él hizo y ejecutó esta decisión. Dios dijo que se reuniría con nosotros en el sacrificio de la tarde (Exodo 29). Dijo también que le busquemos temprano. Establece un tiempo para estar a solas con Dios, sé fiel en esto y Dios se reunirá ahí contigo.

“Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró” (Exodo 34: 8). Sólo cuando los hombres vean y conozcan la presencia de Dios, serán verdaderamente quebrantados. Hasta que disciplinemos la carne, y vayamos al monte, no habrá visión. Dios no va a hablar a nosotros entre los comerciales.

En el versículo 9, Moisés se arrepiente diciendo: “…perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado”. La revelación de Dios quebranta a los hombres y trae, verdadero arrepentimiento. Lee Isaías 6. También vemos esto en el caso de Pablo en el camino a Damasco. A Dios le satisface el arrepentimiento y el quebrantamiento en el hombre “…pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66: 2). “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” El hombre de Dios nunca se quiebra hasta que ve algo de la presencia de Dios.

Sólo las personas quebrantadas pueden ser los “portadores de la gloria de Dios”. Moisés se convirtió en un portador de la gloria de Dios (Exodo 34: 29). Un vaso quebrado atrajo el primer Pentecostés. Como vasos de Dios, debemos ser los portadores de la gloria de Dios. Nuestra luz debe brillar para que los hombres vean a Dios. No hay otro plan. La importancia de la oración en el poder y la manifestación del Espíritu Santo lo vemos en Lucas 3: 21-22; nos dice que fue mientras que Jesús estaba orando que el Espíritu Santo descendió sobre El. Lucas nos dice que fue mientras Jesús oraba que El fue transfigurado.

El Pentecostés vino a ciento veinte mientras continuaban en unidad y súplica. Hechos 4: 31 dice: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo…”. Lucas 5: 16, “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba”, y en el versículo 23, un paralítico es sanado. Lucas 6: 12, “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”. Después de ese culto de oración, “Y descendió con ellos, y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados” (Lucas 6: 17-18).

Nos quedamos impresionados cuando vemos que Elías hace bajar fuego del cielo en el monte Carmelo, pero tendemos a olvidarnos que él pasó mucho tiempo con Dios antes de esto. La oración es la prioridad. Que Dios nos ayude a entender esto. Reparemos el altar de Dios y consagrémonos a Dios para poder tener algo que dar a la gente.

 

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