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Lección 11.- Pocos Son Los Escogidos

Lección 11.- Pocos Son Los Escogidos

Jesús dijo, “…porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7: 14). Cuando llegues al rapto, de todos los que han nacido de nuevo y han sido llamados por Dios, pocos serán los que ganen Su herencia, pocos lo lograrán, y lo mismo será con los instrumentos que Dios va a usar para traer el avivamiento. Pocos serán los escogidos, porque muy pocos están dispuestos a pagar el precio.

En Mateo 20: 16 dice, “Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos los escogidos”.

Todo avivamiento en la historia, de los que yo he visto, no he visto todos, pero muchos de ellos acontecieron por causa de algunas pocas personas consagradas. Antes de que las masas sean movidas, debe haber primero una vanguardia de creyentes que estén completamente insatisfechos con el estado actual espiritual. Este grupo de vanguardia ha sido siempre un pueblo con visión, es decir, ellos podían ver la grandeza de la causa por la cual se paran, y por lo tanto estuvieron dispuestos a hacer todos los sacrificios que fueron necesarios. La fuerza de la verdad guiando sus pensamientos ha sido siempre, y debe ser siempre, “La palabra de Dios”.

Si queremos tener una revolución espiritual (y esto es lo que el avivamiento realmente es), tiene que haber un pueblo revolucionario. Sin esta vanguardia de revolucionarios espirituales edificados sobre la enseñanza revolucionaria de la Palabra de Dios, es imposible guiar a las tristes multitudes de los miembros ordinarios de las iglesias a entrar en acción contra el enemigo. Es imposible sin ella. Fue a a estos soldados espirituales que refería el Espíritu Santo en Hebreos 1: 7 “…El que hace a sus ministros llama de fuego”. Estas personas incendiarias pasan en medio de todo lo que está apagado, de todo el mundo muerto que está a su alrededor, y hacen que el cristianismo ordinario se vea tristemente sojuzgado y trivial en comparación con aquel.

Moisés era tal revolucionario. Dios le habló a través de una zarza ardiendo que no se consumía. A través de esta confrontación en la zarza, Dios lo envió para liberar una nación de esclavos. Las tristes huestes de Israel no podían mantenerse frías ante la presencia de este fuego andante, viviente y flameante. A través de Moisés, gente común eran desafiadas a actuar y el avivamiento vino. Absolutamente nada ha cambiado.

La gran masa de creyentes nunca será desafiada a actuar sin los esfuerzos de un grupo consagrado y sacrificado. Tú puedes llevar a la Iglesia a esto. Las masas como un todo, son tímidas, temerosas y atadas por las tradiciones; van por caminos de vencidos, porque en su mayoría son personas vencidas. Han aceptado sin cuestionamientos los credos y dogmas de la religión estática, y nunca estarán libres hasta que sean liberados por una revolución espiritual que desafíe todo lo que ellos han sido guiados a creer. Millones en los días de Lutero odiaban el sistema religioso que prevalecía. Eran esclavos de un sistema que les impedía el derecho a pensar, pero tenían miedo de hacer algo sobre esto. Cuando Lutero clavó su tesis noventa y cinco en la puerta de la Iglesia en Wittenburg y comenzó a predicar el evangelio que hacía libre al cautivo, la gente salió de sus huecos y se unió al movimiento.

Un ejército espiritual bien disciplinado, armado con la palabra de Dios, que usa los principios de Dios, que está listo y dispuesto a hacer cualquier sacrificio que sea necesario, puede hacer libre a la Iglesia. Repito, este tipo de ejército puede hacer libre a la Iglesia. Jesús dijo, “…las ovejas oyen su voz…” (Juan 10: 3). Debemos tener fe en esta declaración de Cristo. Cuando los reales hijos de Dios oyen Su voz, cuando El habla a través de Su vaso forjado por el Espíritu, entonces ellos se levantarán al desafío. Todo avivamiento en la historia ha sido de una naturaleza muy revolucionaria: siempre ha desafiado el sistema y ha demandado un cambio. El mensaje de cada avivamiento se ha considerado radical y extremo por las religiones ortodoxas de su tiempo. El avivamiento que viene ahora no será diferente: va a producir la ira y el odio de los religiosos. Lo sé porque yo lo he enfrentado.

La misma palabra “avivamiento”, habla de cambio de la naturaleza más radical. Es revivir lo que está muerto. Es levantar a los muertos, y hacer esto demanda más que tener sólo una buena conducta y coros bien ordenados; demanda aún más que sermones muy bien organizados: demanda una demostración del reino de Dios, y sólo los violentos lo arrebatan (Mateo 11: 12).

“…El Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios…” (1 Reyes 18: 24). Estas son palabras de uno de los más grandes profetas en la historia del cristianismo o religión. El despertó a aquellos que habían escuchado las suaves palabras de los falsos profetas y de los falsos líderes que habían hecho que la gente abandone al Dios de sus padres. En tono vibrante y sin temor de perder su vida, él retó al rey y a los religiosos muertos de su tiempo con esas palabras. Estas palabras fueron habladas al Israel que se había apartado de Dios. Un pueblo que había conocido una vez la bondad de Dios en su gran poder libertador. Pero ahora no había evidencia de Dios en su medio. Formas huecas y actos burlescos constituían su adoración. El tiempo llegó cuando el silencio por parte del profeta sería pecado. Su mensaje forzó el asunto. Dios se convirtió en el horizonte de todo. La nación renació.

“…Arrepentíos, porque el Reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3: 2); con estas palabras, el extraño predicador del desierto de Judea empezó su campaña. Salió vestido de piel de camello solamente y así Juan desafió el sistema religioso de esos días con el mensaje de arrepentimiento. Realmente él era un verdadero revolucionario, estaba dispuesto a poner su vida en la línea de peligro por la causa con la que él estaba comprometido. Estaba dispuesto a sacrificar el presente por el futuro, que es la marca, la única marca de un verdadero creyente. Se atrevió a hablar la verdad, se atrevió a demandar un cambio. El pueblo de Dios estaba encerrado en un sistema; eran casi esclavos de la religión tradicional, y los métodos ortodoxos nunca iban a romper tal atadura.

Las orillas del Jordán se convirtieron en el lugar principal del mundo mientras este hombre extraño predicaba ahí su mensaje de arrepentimiento. El exhortó al rey diciéndole que, “no es lícito tener a la esposa de tu hermano”. Al soldado le dijo que trate a cada hombre de forma justa, y que se contente con su paga. Al cobrador de impuestos, que no cobre más de lo que es lícito. Al religioso, que el hacha está puesta en la raíz del árbol. No puedes esconderte ya más detrás de la religión, la verdad ha venido y ha expuesto tu desnudez.

El Señor advirtió que los que lo seguían iban a ser odiados por el enemigo de la misma manera que lo odiaban a El. “…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33). El les hizo saber que iban a ganar, pero tendrían para esto que enfrentar al enemigo, y que esta victoria les iba a costar todo.

La cruz, o la causa de Cristo, nunca ha avanzado por comprometernos con el mundo para evitar mal entendidos. “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13: 13), ha sido siempre el tema de todo movimiento que ha llevado el cielo al corazón del hombre. Mi corazón está lleno ahora al ver la apatía creciente; esta es la razón de este libro: hombres, jóvenes y mujeres, deben ser sacudidos, para ver y entender que algo tiene que pasar. Veo cómo la gente se queda estancada y acepta doctrinas sin tener la presencia de esta fuerte pasión que había en las vidas de esos grandes soldados del pasado. Dios debe una vez más levantar una vanguardia de soldados espirituales que se atrevan a vivir peligrosamente. El te desafía hoy, con ese mismo reto, El desafía a hombres y mujeres que no van a buscar vivir en los términos cómodos con el mundo (el enemigo de Dios) sino que van a desafiar sus sistemas y métodos. El más grande revolucionario de todos los tiempos fue nuestro maravilloso Señor Jesús, El salió del marco de la religión convencional y desafío a los hombres para que sean como Dios, ¡qué desafío!, El rechazó su tradición rompiendo toda religiosidad: arrancó las espigas en el día de reposo, comió sin lavarse las manos, sanó a los enfermos en día sábado y le dijo a la gente que no tenían que adorar en Jerusalén o Samaria, sino que podían encontrar a Dios en cualquier momento y en todo lugar. Desde el momento que el Espíritu de Dios vino sobre El en el Jordán hasta que fue crucificado, entró en una gran batalla; por todos lados, los hombres conspiraban por su muerte; el enemigo quería detener la revolución que El trajo a los corazones de los hombres.

“El que no tenga espada, que venda su capa y se compre una”, palabras extrañas que salen de los labios de aquel que la Biblia llama, el Príncipe de Paz. Estas palabras fueron dichas al final de la última cena; sólo unos pocos minutos antes, piénsalo, Satanás había venido, cuando se sentaron en esta mesa para tener comunión, y entró en Judas Iscariote. Mientras ellos esperaban, el príncipe de las tinieblas hizo una propuesta a Simón Pedro, pero el Señor oró que no le faltara fe. Pedro, ignorante del terrible poder del enemigo y de la desesperación del conflicto ya para ser derramado sobre la tierra, con jactancia declaró que estaba listo aún de ir a prisión o morir por el Señor. En todo el mundo está el registro de su terrible error, cuando la tormenta cayó sobre su vida. Pedro nunca soñó que el conflicto sería tan terrible. Cristo iba a ser crucificado la mañana siguiente, la Iglesia iba a ser establecida en el mundo, Satanás iba a ser desafiado en su propio territorio, y la guerra espiritual iba a continuar sin disminuir hasta que cada adversario fuera conquistado, cada pecado perdonado, o juzgado, cada enfermedad sanada, y la tierra restaurada bajo las leyes del cielo. “El que no tenga espada, que venda su capa y compre una”, éste era el llamado a las armas aún cuando Gedeón tocó la trompeta para atacar a los madianitas. El cristianismo nació con sangre, sudor y lágrimas, y en ningún momento o circunstancia esto ha cambiado. El diablo no se ha convertido, ni tampoco le hemos educado para que deje su maldad. La batalla aumenta y va a ser más intensa mientras el fin se aproxima. El pueblo de Dios no está llamado a estar satisfecho, sino a moverse y batallar, y uno de los mas sutiles esfuerzos del enemigo es debilitar a los santos para que estén fuera de la acción espiritual y estén descuidados.

Después de la muerte y resurrección de Cristo, la lucha se volvió más intensa. Miles de santos fueron asesinados, sus lugares de adoración destruidos, fueron aserrados, errantes en cuevas; el mundo no era digno de ellos. Pero en el calor del conflicto, la mayoría de la Iglesia se convirtió en una forma, sin la presencia real de Dios. Pablo lamentando esta situación, llamó a un grupo de vanguardia que se parara contra la mundanalidad que venía a la Iglesia. El escribió al joven Timoteo, “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Timoteo 2: 3). El le estaba diciendo a Timoteo, “párate hijo, resiste al enemigo, pelea la buena batalla de la fe, hás retroceder al enemigo; predica la palabra a tiempo y fuera de tiempo”; ésta era la amonestación de Pablo al joven predicador, y ésta es mi amonestación a tí. Una vez más, al fin de esta era, Dios está llamando para que la gente se levante, un grupo de vanguardia que se atreva a creer, a ser un vaso, un instrumento en las manos de Dios.

Dios, una vez más a fines de esta era, está llamando a una vanguardia de creyentes a que se pare y se atreva a confiar en Dios. Esta es la razón por la cual Dios te está separando para este tiempo: te está preparando para que seas esta vasija que desea perder su vida hasta la muerte, por el Señor, que está dispuesto a ser ese instrumento de Dios en sus manos, para que haga un llamado a la Iglesia al arrepentimiento verdadero, para que salgan de esta trágica mezcla de la que hemos hablado, y que sea totalmente destruida. Muchos son llamados, pero pocos los escogidos. Todo hombre y mujer nacido de Dios es llamado; de los muchos, sólo pocos son escogidos, porque cuando los hombres y mujeres calculan el costo, retroceden. Pablo dijo que cerca de quinientos hermanos escucharon a Jesús en su último mensaje, “…quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24: 49). Sólo ciento veinte se convirtieron en esos vasos: los trescientos ochenta calcularon el costo, sabían que entrar en esta ciudad y embarcarse en esta reunión de oración en el aposento alto, era firmar su propia sentencia de muerte; ellos calcularon el costo y fue demasiado. Como Israel la primera vez, regresaron en un esfuerzo para salvar sus propias vidas, pero los ciento veinte que subieron esas escaleras al aposento alto fueron vasijas quebrantadas, humilladas, heridas. Ellos habían dado todo: la oficina del doctor está cerrada y los pacientes encontraron otro doctor; las redes se han podrido; los botes han sido guardados, el cobrador de impuestos nunca puede volver a su antiguo trabajo. El Señor mismo ha ascendido y los ha dejado, y la gente que lo crucificó espera en las calles para hacer lo mismo con ellos. Muchos son llamados, pocos son escogidos. El primer Pentecostés vino a esos vasos quebrantados y tratados, y sólo va a volver sobre ese mismo tipo de vaso. Tú que lees este libro debes calcular el costo; muchos son llamados; tú eres llamado, pero de los muchos, sólo pocos son escogidos. Nosotros mismos somos los que determinamos esto, cuando calculamos el costo de lo que va a ser ese vaso.

 

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