Lección 7.- Lo Que Debemos Conocer
A través de toda esta serie, el mensaje ha sido sobre la estrategia de Dios en los tiempos finales. En este capítulo trataremos con lo que la Iglesia debe saber si quiere ser el vehículo de Dios para el derramamiento final del Espíritu Santo.
Hechos 2: 16-20 dice, ” Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto”.
¿Cómo va a traer Dios el avivamiento de los tiempos finales, para que El pueda traer sangre, fuego y vapor de humo y el día del Señor, grande y manifiesto? “Manifiesto” significa que el Hijo de Dios será descubierto frente a nosotros. Mientras este día se acerca, algunas cosas tienen que ocurrir.
Número uno, el Espíritu tiene que ser derramado sobre toda carne. ¿Cómo va a ser el Espíritu derramado sobre toda carne? Las palabras “toda carne” significan la humanidad. Esto es, toda la humanidad. Si eso va a ocurrir entonces, ¿de dónde va a venir el derramamiento?. Avivamiento es una palabra para el mundo, y renovación es una palabra para la Iglesia. El mundo nunca va a ser avivado hasta que la Iglesia sea renovada. Avivamiento significa ser traído de los muertos. Renovación significa ser renovado aunque todavía estás vivo. La Iglesia parece muerta la mayoría del tiempo, suena a muerta gran parte del tiempo, pero la Iglesia verdadera, no importa cuan débil esté, está aún viva. La única vida de Dios que hay en el mundo, está en la Iglesia. El mundo necesita ser avivado, pero nunca lo será hasta que la Iglesia esté renovada.
Hay tres cosas que deben ocurrir en la Iglesia antes que podamos empezar el movimiento que va a traer el tiempo final. La renovación de la Iglesia a cambio va a producir avivamiento en el mundo. Sonidos del cielo, Jesús viene; yo creo con todo mi corazón que Su venida está en el horizonte. Creo que nos estamos moviendo hacia un tiempo del avivamiento más grande que nunca antes se haya visto. Dios está empezando algo nuevo y ese algo nuevo es aquel hecho antiguo y grandioso que El realizó en el día de Pentecostés. Todo vuelve a sus inicios. El fin siempre está contenido en el principio, y todo siempre vuelve ahí.
Hay tres cosas que deben ocurrir en la Iglesia antes que la renovación esté completa y el fin de los tiempos venga. Primero, la Iglesia tiene que saber algo. Lo veremos en 1 Corintios 3: 16. Segundo, la Iglesia tiene que hacer algo. Tercero, la Iglesia tiene que tener algo. Ya hemos tratado con estos elementos. Vamos a ver lo que la Iglesia debe saber, “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. Hemos tratado con este pensamiento de que el Espíritu Santo mora en nosotros cuando tratamos con la palabra “morar” y su significado. Pero ahora quiero ver la palabra hebrea “saber” que tiene tres significados.
El primer significado es “entendimiento o comprensión”; Dios nos dice, “¿no entiendes, no comprendes, no sabes que eres templo de Dios y que el Espíritu de Dios no mora en ningún lugar excepto en tí, el creyente nacido de nuevo?” La Iglesia debe entender esto en su corazón porque eso nos transformará totalmente. Por tanto el conocimiento de esta verdad nos va a transformar en nuestra actitud hacia todo, especialmente los unos con los otros. Si yo realmente entendiera que mis hermanos y hermanas son el templo de Dios, el mismo Dios al que oro cuando tengo una necesidad, entonces todo cambiaría. ¿Dónde está Dios? Dios nos dice, “mira a tu esposa, ella es mi templo. Yo vivo dentro de ella”. Dios está en todas partes. “Si subiere a los cielos, ahí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, ahí tú estás”. (Salmos 139: 8) Aun ahí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Dios dice que él está en todo lugar. Pero El nunca dice que El vive en Su mundo cósmico: El vive en Su cuerpo. Y El está por Su presencia y por Su omnipresencia, en todo lugar. Dios está en todas partes. ¿Quién sabe dónde está “todas partes”? Yo puedo decírtelo, yo sé que El vive en mí. Así que “saber” significa “entender”, “comprender”.
“Saber” también significa reconocer. No sólo hay que permitir que la Iglesia sepa que es templo de Dios, sino hay que permitir que la Iglesia reconozca que somos templo de Dios. Primero debemos reconocerlo en los demás. Decirle, veo a Dios dentro de tí. Eres mi hermano, mi hermana. Nunca voy a ir a la televisión y exponer tu pecado al mundo. No voy a ayudar al diablo para que dañe a mi hermano o a mi hermana. Necesitamos reconocer esto el uno al otro. Debemos comprender quiénes somos. Somos territorio de Dios. Dios vive en nosotros. El no vive en ningún otro lado sino en Su cuerpo. No voy a abusar de mi cuerpo. Yo entiendo lo serio que es cuando Dios dice que todo pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo, mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Esto es algo en que Dios es muy exigente, el cuerpo donde El vive.
Tercero, “saber” significa “experimentar” (conocer). La primera vez que la palabra “conocer” es usada en la Biblia está en Génesis 4; dice, “Conoció Adán a su mujer Eva…” Los dos fueron una sola carne y cuando ello ocurrió, empezaron a nacer bebés. Entonces si nosotros empezamos a experimentar el hecho de que somos el templo de Dios y que el Espíritu Santo, que está aquí para salvar a los perdidos, vive en nosotros, el mundo trazará un camino a nuestra puerta. Somos el templo de Dios.
Hay dos palabras para “templo” en la Biblia. Una palabra significa todo el lugar de Sión. Significa el atrio exterior, el Lugar Santo. La segunda palabra significa el Lugar Santísimo. Por tanto como templo del Espíritu Santo somos el Lugar Santísimo de Dios en este mundo. ¿Qué pasaba en el Lugar Santísimo? Era aplicada la sangre. El sacerdote entraba con sangre en su oreja, pulgar y dedo del pie y un recipiente con sangre para ser derramada en el altar. Después que la sangre era derramada en el altar, el sacerdote salía y declaraba a la gente que Dios había aceptado la sangre y que sus pecados estaban cubiertos. Nosotros somos el único lugar en el mundo donde Dios lo haya hecho. Somos el templo de Dios. Cuando se anunciaba la redención y la gente decía, “así sea”, la gloria descendía y llenaba el Lugar Santísimo donde el sacerdote estaba ministrando.
Tú y yo somos el Lugar Santísimo de Dios. Jesús fue el sacrificio. El murió, resucitó, ascendió y fue aceptado. Jesús ascendió de vuelta a la presencia del Padre con Su propia sangre. Con el sacrificio aceptado, se sentó a la diestra del Padre. Mientras el pueblo de Dios en el aposento alto, alabando y magnificando a Dios, decían, “así sea, amén”, así como el símbolo en el Antiguo Testamento, la gloria descendió y llenó el Lugar Santísimo. Dice, “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen”. En un aposento alto en Jerusalén, ciento veinte personas se convirtieron en el Lugar Santísimo, la habitación de Dios. Así como el tipo del Antiguo Testamento, hoy si los hombres tratan con Dios, tienen que tratar con El en el Lugar Santísimo. Siempre tenían que orar mirando hacia el templo. Hoy, si los hombres tratan con Dios, tienen que tratar con Dios a través de la Iglesia.
Dice en Hechos 1: 8, “…recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…”. Mira el tabernáculo del Antiguo Testamento. La Biblia dice que era el tabernáculo del testimonio. Cuando la gloria vino el día de Pentecostés y llenó a los ciento veinte, ellos se convirtieron, por el hecho de Su presencia, en el templo del testimonio de Dios. Miles fueron atraídos por la gloria de Dios que llenó ese templo. Dios no tiene otra estrategia de avivamiento. No sólo una Iglesia que habla, sino una Iglesia en la que esa gloria sea revelada. Esteban en su mensaje en el libro de Hechos 7 , habló acerca del tabernáculo del Antiguo Testamento como el tabernáculo del testimonio. Ese tabernáculo no podía hablar. No podía danzar. Por fuera era feo. Pero todo pagano que pasaba por ahí sabía que Dios estaba en el Santuario interior. Todos sabían que Dios estaba ahí. Había una nube sobre ella durante el día y fuego durante la noche. Había un testimonio presente. Los paganos construían sus templos en el tiempo de ese tabernáculo y quizás en estructura y arquitectura eran hermosos, muchos más hermosos que este tabernáculo del desierto. Pero todo pagano, todos los que pasaban por el tabernáculo sabían que Dios estaba ahí. Y ese tabernáculo era un tabernáculo de testimonio a causa de eso.
Antes que el Espíritu Santo viniera al Lugar Santísimo en el aposento alto, ciento veinte hombres y mujeres forjados en el fuego de Dios fueron ordenados a permanecer ahí hasta que fueran investidos con poder de lo alto, y les fue dicho específicamente por el Señor Jesucristo que cuando este poder viniera sobre ellos, serían Sus testigos; no sólo testificar sino que serían Sus testigos. Cuando el viento sopló en el aposento alto y llenó a aquellos discípulos que esperaban ahí, salió de ellos tal gloria, tal alabanza, lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno de ellos. Atraídos por la presencia de la gloria, por esa presencia de Dios, miles de personas estaban en las calles y el clamor era, ¿qué debemos hacer para ser salvos? Algunos decían: “están ebrios”. Pero Pedro refutaba eso, diciendo que no era la hora en que se podía comprar licor. Les decía, no están ebrios como ustedes suponen, sino que esto es lo que habló el profeta Joel. Hay un testimonio de Cristo en aquel aposento alto, y tres mil hombres y mujeres nacieron de nuevo ese día. Vemos esto a partir de ahí. Dios está en ellos. Ellos saben que Dios está en ellos, y ellos actuan de acuerdo a eso.
Mira el día siguiente cuando los pescadores Pedro y Juan están en el camino al templo porque era la hora de la oración. Tenían una hora para encontrarse con Dios. En su camino a la oración, son confrontados con un hombre de mas de cuarenta años; es un paralítico de nacimiento. Estaba en la entrada del templo. Estos hombres habían pasado por ahí, sin duda, muchas veces. Pero es diferente esta mañana: ahora ellos son testigos, hechos testigos, no por conocimiento intelectual, sino porque conocen que Dios está en ellos, son el vaso de Dios, son la casa de Dios, ellos son el lugar donde Dios vive. Y cuando se acercan a aquel hombre, él les ruega que le den limosna. “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. Y el paralítico de cuarenta años se levanta, gritando y corriendo y adorando a Dios, entrando al templo donde antes no se le permitía. El es una persona nueva, cambiada, debido a que el Lugar Santísimo ha venido a él. Dios vive en Pedro. Pedro sabe que eso es verdad. El es un testigo de Cristo por lo que está dentro de él. Eso es lo que Dios nos está diciendo. Debemos renovar esta Iglesia para que sea ese lugar donde Dios pueda ser manifestado. Donde el Cristo de Dios pueda ser visto. Donde la gloria y el poder de Jesucristo sean manifestadas.
Pedro fue llamado en el momento que Dorcas murió; Dorcas era una mujer muy fina y santa de la Iglesia; ella hacía muchas buenas cosas para la gente. Ahora había muerto y los santos estaban ahí para velarla. Pero Pedro vino y entró a la habitación donde ella estaba y no dijo, “en el nombre de Jesús levántate”, sino que dijo, “A tí te digo, levántate…” y ella se levantó. ¿Por qué? Porque Pedro sabía que él era meramente el vaso que contenía a Dios, a Cristo, a Jesús. Cristo estaba en él. El estaba ahí en Su lugar, en Su nombre. El estaba consciente que su cuerpo ahora era el templo de Dios. El lo sabía, y si nosotros también podemos tener esa misma certeza, de saberlo en nuestros corazones; te aseguro que el diablo va a temblar cuando cualquiera de nosotros esté cerca.
En todo el libro de Hechos se puede ver que era este conocimiento de que ellos realmente eran el templo de Dios, lo que les daba el éxito, el coraje para moverse contra el enemigo y hacer lo que Dios les había dicho que hiciesen. Eran personas iguales a tí y a mí; no eran un tipo especial de personas a las que Dios había visitado y había hecho algo especial en ellas. Eran hombres y mujeres débiles así como nosotros. Jesús constantemente los reprendía por su poca fe, o falta de fe. Eran personas codiciosas como nosotros. Discutían de quién iba a tener el mejor lugar, el derecho y el izquierdo. Tenían actitudes incorrectas con respecto a las cosas. Querían que cayera fuego sobre personas a las que Jesús quería salvar. Eran igual que nosotros. Pero fue en estos vasos que el Espíritu Santo vino. Y ellos sabían que ahora ellos eran el templo del Espíritu Santo y que Dios moraba en ellos. Esto hace la diferencia.
He viajado por una gran parte de esta tierra. He predicado a mucha gente. He estado en tierras extrañas. He enseñado, aunque suene increible, predicando a través de cuatro intérpretes: eso significa que yo hablaba, luego se hacía en francés, luego en Lingala, luego en dos lenguajes tribales. Demoraba tanto tiempo que cuando tenía que volver a hablar, ya me había olvidado de cuál era el texto. Pero debido a esta gran verdad, yo podía soportar eso y ver a Dios glorificándose en todo aquello. La razón por la que yo podía hacerlo era que yo sabía y creía que yo soy el templo de Dios. Dios vive en mí y cuando yo me paro en Su nombre, en Su lugar, no soy yo, sino Dios; eso es lo que debemos entender. Y cuando Dios te revele esto, y vayas a proclamar el Evangelio, debes ir entendiendo que Dios está dentro de tí . El nos dijo, “Nunca los dejaré ni los desampararé”. Dios está en mí. Pablo dijo, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Todo lo puedo, dijo él, en Cristo. Y él dijo, “Cristo nunca me dejará, El siempre estará en mí”. Hemos usado mucho esta Escritura, pero ¡cuán real es! Los discípulos rogaron a Jesús que no los deje. Pero El dijo, “…os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría..” “…a quien el Padre enviará en mi nombre…”.
Venir en Su nombre simplemente significaba que El iba a estar en ellos por el Espíritu. El dijo que el Espíritu había estado con ellos; Habían estado sanando a los enfermos, echando fuera demonios, “El ha estado con vosotros, pero ahora estará en vosotros. Van a convertirse realmente en el templo de Dios”. Eso simplemente significa que cuando subes a un avión, Dios también está en el avión. Cuando estás en tu hogar, Dios está en tu hogar. Cuando predicas, Dios está en tí. Y tú, por tanto no vas a hablar acerca de El, sino que hablarás por El. Lo que la Iglesia debe saber es, “¿No sabéis que tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo?” Dios habita en tí. Debemos comprender esto. Y cuando tú lo sepas en tu corazón, entonces repentinamente te darás cuenta que puedes hacer lo que Dios te ha llamado a hacer.