Devocional para Hoy! – 21 de Agosto
«…porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
Mientras que creer nos presenta nuestro lugar de poder en el trono, sólo la humildad nos asegurará retenerlo. Si comparamos la abundante gracia de Dios y nuestra propia absoluta indignidad, surge la pregunta: «¿es necesaria tal advertencia?» Alabado sea Dios, se hace menos necesaria mientras el alma crece en la gracia, y la semejanza con el Hijo aumenta en nosotros.
Pero qué poco sabemos de la plaga de nuestro propio corazón si creemos que el peligro terminó. Las fuerzas contra las que contendemos, los principados y potestades, los gobernadores de las tinieblas de este mundo, las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, nos conocen mucho mejor que nosotros mismos. Al atacarnos, la autoridad no es más que una larga guerra interminable contra ellos, y su contragolpe es a menudo rápido y aplastante. Con una estrategia obtenida en una larga experiencia en batallas espirituales, ellos saben que la ofensiva es su mejor modo de defensa. Una de sus armas probadas es el orgullo espiritual, y demasiado a menudo, resulta eficaz.
La victoria sobre los poderes del aire, de su príncipe pavoroso hacia abajo, es una posibilidad demostrada; pero su logro es solo a través del empleo de la ayuda divina. Ahora, desde el Edén, el hombre ha olvidado que Dios es esencial. En los siglos transcurridos, él ha buscado constantemente mostrarse autosuficiente. Cristo fue el primero de nuestra raza que se apoyó plenamente en Dios. «Confió en Dios, líbrele él,» era la burla de los enemigos en el Calvario. Pero en el Calvario, Aquel que había confiado plenamente no podía ser librado. Él debe bajar a la muerte, porque en medio estaba la cuestión del pecado del mundo, y el derramamiento de su preciosa sangre era necesaria para la expiación.
Así que, «Él fue crucificado en debilidad.» (2 Corintios 13.4) Cuando esto fue hecho, no quedo nada más en el camino. Dios le levantó de los muertos, despojando a Sus enemigos de su autoridad, y le puso en alto por encima de ellos. Con los creyentes, el deseo consumidor de ser independiente es algo que incluso el corazón regenerado no vence totalmente. A menudo, sólo después de alguna victoria ganada, viene el murmullo sutil del enemigo, y el vencedor es rápidamente despojado de fuerza a través de la sensación de que él es fuerte… Con profunda humildad sin embargo, puede venir la gran confianza en el Nombre. La verdadera valentía es la fe en plena manifestación. Cuando Dios ha hablado, contenerse no es humildad, es incredulidad. Al ejercitar la autoridad, se necesita de una valentía divina que no teme a nada sino a Dios. -Rev. J. A. MacMillan- The Authority of the Believer (La Autoridad del Creyente). Wingspread Publications, 2007. [misionero en China y Filipinas]
Aprendemos la debilidad de nuestro orgullo, Nuestra fuerza de nuestra debilidad; Dulce paciencia da, para los regalos negados, El mayor regalo de la mansedumbre. -Seleccionado-