«Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;” (Romanos 6:8)

Estamos en un lugar estrecho cuando estamos encerrados en nosotros mismos; pero cuando salimos de esa prisión y entramos a la inmensidad de Dios y la libertad para sus hijos, quedamos en libertad. Me regocijo al ver que Dios te ha reducido a un estado de debilidad. Tu amor propio no puede ser ni convencido ni vencido por ningún medio -encontrando recursos secretos y retiros impenetrables en tu coraje e ingenuidad… Mientras el amor propio permanezca, tenemos miedo a que sea revelado; pero siempre y cuando exista el menor síntoma, se esconderá en los rincones más profundos del corazón. Entonces Dios lo persigue, y por algún golpe infinitamente misericordioso, lo obliga a salir a la luz.

Que no te sorprenda encontrarte sensible, impaciente, arrogante, soberbio. Debes estar hecho para percibir que esa es tu disposición natural. «Tenemos que llevar el yugo de la confusión diaria de nuestros pecados», decía San Agustín. Debemos sentir nuestra debilidad, nuestra miseria, nuestra incapacidad para corregirnos. Debemos desesperar de nuestro corazón, y tener esperanza sólo en Dios. Debemos cargar con nosotros mismos, sin adulaciones, sin descuidar un solo esfuerzo para nuestra corrección.

Debemos ser instruidos en cuanto a nuestro verdadero carácter, a la espera de que en el tiempo de Dios, lo quite. Seamos humildes bajo Su todopoderosa mano, cediéndonos, maleables tan a menudo que no percibamos ninguna resistencia de nuestra voluntad. Guarda silencio tanto como puedas. No tengas ninguna prisa para juzgar. Suspende tus decisiones, gustos y disgustos. Detente cuando te des cuenta de que tu actividad es apresurada, y no seas tan ansioso, incluso para cosas buenas. QUE TU ÚNICO TESORO SEA LA VOLUNTAD DE DIOS.

Sé lo más humilde y simple en medio de la sociedad más exigente como lo eres en tu propio cuarto. No hagas nada por razonamiento de sabiduría o placer natural; haz todo en sumisión al Espíritu de muerte al yo y vida en Dios. Recibamos todo en humildad de espíritu, buscando nada, reteniendo nada, sin egoísmo disfrazado. Deja a Dios obrar. Piensa sólo en morir al momento presente sin reservas, como si fuera toda la eternidad. -François Fenelon- Spiritual Progress (El progreso espiritual). Nueva York: M. W. Dodd, 1853, p.191. [1651-1715, Arzobispo de Cambral 1695, teólogo, poeta, autor]

Date cuenta de que debes llevar una vida moribunda; cuanto más un hombre muere para sí mismo, más empieza a vivir para Dios. -Tomás à Kempis – [C. 1380- 1471, fallecido monje católico medieval, autor de la Imitación de Cristo]

Si no morimos a nosotros mismos, no podemos vivir con Dios, y el que no vive para Dios, está muerto. -George MacDonald – [1824- 1905, autor escocés, poeta y ministro cristiano]