Lección 2.- El Espíritu Santo – II
Leemos nuevamente en Juan 7: 38-39, que Jesús dijo: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Y Juan añadió: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
En Juan 14: 26 dice, “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
En 2 Tesalonisenses 2: 13 dice, “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”.
Estamos hablando del Espíritu Santo, y debemos establecer esta sola verdad: el Espíritu es Dios. “Santo” es el nombre apropiado del Espíritu; el nombre “Santo” nos enseña que la santidad de Dios se ha acercado; el es revelado como el poder para hacer santo. En el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo, ambos, vienen a ser el cumplimiento de la promesa, “Yo soy el Señor que te hace santo ” (Parafraseando). Así que vemos que la santidad inaccesible de Dios ha sido revelada en la vida de Cristo: todo lo que impedía nuestra participación en Su santidad ha sido resumida por Su muerte. Es la obra del Espíritu Santo impartir esa santidad a nosotros y hacerla en nuestro ser.
La característica que a lo largo del Antiguo Testamento pertenecía al Santo Dios se asigna ahora al Espíritu que está dentro de tí. La santidad de Dios en Cristo llega a ser santidad en tí: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1: 16). La misma santidad que estaba en Cristo, ha llegado a ser santidad en tí y en mí ahora, con el bautismo del Espíritu Santo. Las palabras “Santo” y “Espíritu” son ahora inseparables y eternamente unidas. Sólo puedes tener tanto del Espíritu como estés dispuesto a tener de la santidad, y sólo puedes tener tanta santidad como tienes del Espíritu interiormente. Aunque millones desean el Espíritu para tener gozo y poder, sus vidas muestran muy poco de ambos. ¿Por qué es así? Porque no desean conocerle como el Espíritu Santo. No lo conocen en Su pureza consumidora, en Su convincente luz, no Lo conocen como el que mata los hechos del cuerpo, del “yo,” con Su voluntad y poder; no lo conocen en esta capacidad, que El ha venido para esto. En tiempos de avivamiento, El podría desde luego venir con Sus dones, con Su poder, pero Su poder santificador está muy limitado. Pero, a menos que el poder santificador sea reconocido y aceptado, Sus dones se perderán. Ser lleno del Espíritu Santo debe significar ser totalmente santo. Lo contrario es también verdad: sólo podemos tener tanta santidad como nosotros tenemos del Espíritu de Dios. Muchos seriamente buscan ser santos, pero es en su mayor parte en sus propias fuerzas, y producen las obras que son como trapos de inmundicia a la vista de Dios. A pesar de todos sus esfuerzos, todavía carecen del gozo y descanso profundo y el poder de permanecer en Cristo, el ser santos en El. Buscan más la santidad que al Espíritu Santo.
Lo que deben aprender es que esa santidad sólo viene y es impartida en la medida que el Espíritu mora dentro. Para ser santo, debemos aprender ante todo orar por el Espíritu Santo y Su fortalecimiento poderoso (Efesios 3: 16). En segundo lugar, debemos creer que El vendrá (Juan 4: 14 y 7: 37). Y tercero, debemos en fe rendirnos al Espíritu Santo para dejarlo entrar (1 Corintios 3: 16 y 6: 19). Si nosotros vamos a ser santos, debemos aprender a cesar del esfuerzo propio. Debemos aprender a esperar en Dios, y esperar pacientemente por El; y El por Su Espíritu Santo nos hará santos. Ser santo significa ser lleno del Espíritu. ¿Cómo hace santo el Espíritu Santo? La Escritura declara: “…Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1: 30). “Santificación” significa ser apartado, ser hecho santo. Significa ser conformado a la imagen de Cristo. El Espíritu Santo entonces, hace santo al revelar e impartir la santidad de Cristo. La verdadera obra por la que El trae el divino nombre, “Espíritu Santo” , es glorificar a Jesús dentro de nosotros y así hacerte a tí y a mí participantes de Su santidad. El primeramente revela a Cristo para que realmente podamos ver qué santidad hay en Cristo. Lo segundo que El hace es descubrir en nosotros la profunda impiedad de nuestra propia naturaleza .
Primeramente El nos revela la santidad de Cristo, y cuando vemos la santidad de Cristo, viene esta segunda revelación de la profunda inmundicia de nuestra propia vida. Despues, El imparte la gracia y las disposiciones de Cristo profundamente dentro de nuestro espíritu. Así, desde el centro interior de nuestra vida, la santidad debería fluir afuera y saturar la vida superior, o vida exterior. Esto es lo que Dios quiere decir cuando habla de conformarnos a la imagen a Cristo, esto es, reproducir el carácter santo de Cristo dentro de nosotros. El mismo carácter y la naturaleza de Cristo es reproducida en nosotros por el Espíritu Santo, y como Dios dentro de nosotros, el Espíritu Santo comunica la misma naturaleza de Dios. No puede haber santidad fuera de esto. Juan 7: 39 dice, “…esto dijo del Espíritu…” y Juan 15: 26 también nos habla al respecto.
En 2 Tesalonisenses 2: 13 dice, “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”. El Espíritu Santo es Dios, y cuando El toma la característica de Santo como Su propio nombre, es para enseñarnos que la santidad de Dios ha venido más cerca que nunca. El se da a conocer como el poder que nos hace santos. En el Espíritu Santo, Dios se acerca para el cumplimiento de esa promesa, “Yo soy el que te hace santo” (Parafraseando). La santidad inaccesible e invisible de Dios ha sido revelada, y traída cerca en la vida de Jesús; todo lo que impedía nuestra participación en esa santidad ha sido ahora quitado por Su muerte, para que el nombre mismo del Espíritu Santo nos enseñe que esto es especialmente la obra del Espíritu: impartirnos la santidad de Dios y hacer esa santidad nuestra. Tratemos de entender el significado de esto. La característica que en el Antiguo Testamento ha pertenecido al Santo Dios, se asigna ahora al Espíritu que está dentro de tí. El Evangelio es una ministración del Espíritu, y tú eres un producto del Espíritu Santo. La santidad de Dios en Cristo llega a ser santidad en tí porque el Espíritu Santo está en tí; este es el significado de santidad.
La realidad divina que se expresa en las palabras, “Santo” y “Espíritu”, son inseparables, y eternamente unidas. Sólo puedes tener tanto del Espíritu como estés dispuesto a tener de santidad. No estoy siendo redundante en repetir esto, porque al continuar este estudio, veremos que el Espíritu Santo es la respuesta a todo lo que Dios nos ha llamado que seamos y lo que Dios nos ha llamado a hacer; no puedes ser lo que Dios quiere que seas excepto por el Espíritu Santo dentro de tí, y seguramente no podemos hacer lo que Dios nos ha llamado a hacer sin el Espíritu Santo. Sólo puedes tener tanta santidad como tengas del Espíritu de Dios. Hay quienes oran por el Espíritu porque quieren Su luz, Su gozo, y Su poder, sin embargo, sus oraciones traen muy pocas bendiciones de poder; es porque no Lo desean como el Espíritu Santo en sí mismo.
Este tesoro está en vasos terrenales. Debemos desearlo como el Espíritu Santo que nos hace santos, porque la Biblia dice, “Sin santidad, ningún hombre, ninguna mujer, puede ver al Señor” (Parafraseando). La mayoría de creyentes no han buscado y su pureza consumidora, su escudriñar, convenciendo del “yo” con su voluntad y su poder. El Espíritu no puede obrar con poder en esta gente, porque ellos no lo reciben como el Espíritu Santo en la santificación del Espíritu.
En tiempos de avivamiento, como entre los Corintios y los Gálatas que ya mencioné, qunque El puede venir con Su poder y con Su potente obra, Su poder santificador es poco manifestado. A menos que el poder santificador sea reconocido y aceptado, Sus dones se perderán. No puede ser de otra manera, porque El no puede fluir mediante una vasija carnal. Los Apóstoles sabían que este tesoro está en una vasija de barro, y que si el Espíritu Santo va a obrar mediante la vasija y los dones y poder van a venir mediante ella, debe siempre mantenerse en la santificación; esto sólo puede ser hecho por la obra del Espíritu Santo, pues si caminas en el Espíritu, no satisfacerás las lujurias y deseos de la carne. Sus dones, entonces, vienen sobre nosotros, y esto es la manera de Dios de mostrarnos un ambito en el que nosotros podemos caminar si permitimos al poder santificador del Espíritu hacer Su obra; Cada manifestación de este don nos proyecta en un ámbito donde Dios es. Si los dones son verdaderos en su manifestación, veremos un mundo en el que podemos caminar; sólo debemos permitir que el Espíritu Santo en nosotros haga Su obra de santificación. Debemos permitir que esto entre al corazón: sólo podemos tener tanto del Espíritu como estemos dispuestos a tener de Su santidad. Ser lleno del Espíritu debe significar, ser totalmente santo. Y lo contrario es igualmente cierto: sólo tenemos tanta santidad como tenemos del Espíritu de Dios.
Algunas almas buscan seriamente la santidad, pero mucho es su esfuerzo propio; ellos buscan más santidad que al Espíritu. Pero debemos aprender a cesar de este esfuerzo propio en pensar, en creer, en desear, en correr. Debemos llegar a tener esperanza en Dios y esperar pacientemente por El. El, por Su Espíritu Santo, me hará santo, si no, entonces no es el Espíritu Santo. Si estoy lleno del Espíritu, estoy lleno de la santidad de Dios; y al aprender a caminar en el Espíritu, entonces camino en la santidad. Seremos hombres y mujeres santos en la medida que aprendamos a caminar en el Espíritu. Pero es una tragedia el no darnos cuenta que es posible tener esto dentro y nunca conocerlo. ¿Porqué, si esto no fuera verdad, Jesús diría, “…alumbre vuestra luz delante de los hombres…”? (Mateo 5: 16). La luz es la vida y la vida es el Espíritu; El Espíritu Santo es la vida de Dios. Es posible que Lo tengas y que no sea visto, así que deja esa luz brillar.
¿Cómo el Espíritu Santo nos hace santos? Sólo de de una manera: El revela e imparte a Cristo. Dios dice que Cristo nos es hecho a nosotros santificación; el se santificó a Sí mismo para que nosotros podamos también ser santificados en Cristo. Somos santificados en Cristo; el Espíritu Santo nos pone ahí, y al permanecer ahí, haciendo nuestras elecciones por Dios en todo momento, somos santos, somos santificados en Cristo. Pero aún así, todo está más allá de nuestro alcance, a menos que el Espíritu Santo lo traiga a nosotros y nos lo comunique. Esta es la obra por la cual El lleva el divino nombre Espíritu Santo, esto es, para hacernos participantes de Su santidad. El lo hace primeramente con revelar a Cristo.
En la serie “La Escuela de Cristo”, dije que la primera obra del Espíritu Santo es dar a conocer el propósito. El revela a Cristo para que comencemos a verlo, y para ver lo que hay en El. Lo segundo que El hace, es descubrir en nosotros la profunda impiedad de nuestra naturaleza propia. Esta es la obra del Espíritu Santo en hacernos santos, y El lo hace para fortalecernos poderosamente para creer, para recibir a Jeús, a El mismo como nuestra vida. Al progresar a lo largo de este camino de santidad, como es descrito en Hebreos 6: 1, “vamos adelante a la perfección”, eso es continuemos en este caminar del Espíritu Santo, siendo conformados a esta imagen de Cristo. El revela la santidad de Cristo, despues El da a conocer la impiedad de nuestra vida, y con esto El nos conduce a una desesperación total en cuanto a nuestro “yo” y a una rendición absoluta a Jesús como Señor. El lo hace por y en las profundidades ocultas del corazón; el imparte las disposiciones y gracia de Cristo para que, desde el centro interior de nuestra vida, la santidad fluya de todos nosotros. Así es como El nos hace santos. El medio principal de santificación de Dios es Su palabra, sin embargo, cuánto hay de predicación y enseñanza que no tiene casi ningún efecto en hacer hombres santos. Mira la Iglesia: la gente ha estado en la escuela dominical toda sus vidas, y aún están llenos del “yo”; esa santidad de la que hablamos no ha venido. No es la letra, sino Dios que santifica, ni es simplemente la Palabra, sino mediante la verdad que está en la Palabra.
Los hombres pueden usar estas palabras, los hombres pueden estudiarlas y hablarlas, y aún ser ajenos a la santidad de estas palabras. Sólo Dios mediante el Espíritu hace santo. El cuerpo de muerte es la naturaleza vieja, es el cuerpo de Satanás y él ha sido rechazado por Dios. Así como la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, esa vieja naturaleza es el cuerpo de Satanás, y este orden ha sido rechazado por Dios.
Cuando Adán pecó, Dios lo expulsó del Jardín, de Su presencia. El puso un querubín y una espada en esa puerta diciendo, “Tu género, que es la naturaleza vieja, el viejo hombre, no puede volver a mi presencia”. (Parafraseando). Fue rechazado por Dios, y Jesús dijo, que el padre de tal cuerpo viejo es el diablo. Cuando una persona nace de Dios, hay dos distintas personalidades en un cuerpo, uno que es nacido de Dios y el otro que es un hijo de Satanás; nunca puedes perder de vista esto. Es por esto que entre los dos hay una contienda constante: la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne, para que nosotros no hagamos lo que quisiéramos. Y esta lucha no es contra carne y sangre, sino que guerreamos contra potestades y principados, maldad en los lugares altos. La única vía de invasión de estos poderes es mediante la carne; la única forma que estos poderes pueden llegar a nosotros y tocarnos, es mediante la carne. La santidad e impiedad, entonces, son espirituales, y si no comprendes lo que estoy diciendo, entonces no vas a ser capaz de asirte de lo que Dios quiere que nosotros aprendamos acerca del Espíritu Santo. Hemos sido llamados por Dios para aprender a Cristo, y si vamos a reconocer a Cristo, tenemos que aprender que es una obra del Espíritu Santo.
Santidad es el Espíritu Santo revelando a Jesús mediante la nueva creación. Este es el mensaje de Pentecostés. Impiedad es el espíritu de Satanás revelando a Satanás mediante este cuerpo, mediante esta carne. La obra del Espíritu Santo no es solamente echar fuera demonios, no es meramente sanar al enfermo, sino que también hace de tí y de mí hombres santos. Nosotros debemos tener bien claro que hay dos aquí, el viejo hombre y el nuevo hombre; el viejo hombre ha sido rechazado por Dios y debe de ser muerto, pero la nueva creación es esa en la que el Espíritu Santo hace a Cristo conocido. El otro lado es el cuerpo de Satanás.
El Espíritu Santo está en nosotros para hacernos santos, y al grado que El pueda hacer esto y hacer a Jesús el Señor de nuestras vidas, es que seremos capaces de funcionar en el Espíritu, y hacer las obras de Dios.