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Lección 4.- Nada Será Imposible Para Ti

Lección 4.- Nada Será Imposible Para Ti

 

La oración es la más poderosa herramienta que Dios ha dado a Su Iglesia y, sin embargo, quizás la más olvidada de todo el arsenal.

“Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; (ellos habían fracasado en expulsar al demonio) porque de cierto os digo que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17: 20-21).

En Lucas 18: 1, Jesús nos habla: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar”. La palabra “desmayar” es mejor traducida como “detenerse”. Orar siempre sin detenerse. Esto es, no detenerse hasta conseguir una respuesta. La Escritura dice, “Todos los que lo tocaron fueron sanados”. Todo esto implica una lucha. “Nada les será imposible” implica que voy a enfrentar cosas totalmente imposibles para mí, pero que gracias a la fe, se harán posibles. En la teología de hoy la lucha es rebajada. Hemos creado un tipo de “creencia fácil”, una “confesión positiva”, que dice que el hombre no tiene que aferrarse a Dios, luchar a través de la oscuridad, todo lo que tiene que hacer es simplemente citar la Escritura y reclamar la promesa, pero esta rebaja de la lucha deja a la Iglesia impotente contra el enemigo.

Muchos estuvieron clamando para ser sanados. En una ocasión una gran multitud oprimía a Jesús. Lo apretaban para ser sanados. Pero sólo aquellos que lo tocaron recibieron de El. Creer requiere esfuerzo. Como Israel y el maná; ellos tuvieron que recogerlo. La Biblia dice acerca de la mujer con el flujo de sangre, que ésta era una mujer que había padecido de hemorragias durante 12 años. Había ido a los médicos, gastado toda su fortuna y sin embargo, no había mejorado. Pero ella vino a Jesús y su testimonio es, “si sólo puedo tocar el borde de su manto”. Ella lo tocó y fue sanada. Ella estaba débil, anémica por la pérdida de la sangre, no obstante insistió hasta tocar a Jesús. Hay un enemigo y no saldrá hasta que tú y yo lo expulsemos. Si tocas a Jesús tendrás que arrasar al demonio. Sólo los violentos lo arrebatarán.

Daniel estaba desesperado por una respuesta a los problemas de la nación; por 21 días ayunó y oró sin recibir ni una palabra de Dios. Entonces el ángel vino a Daniel y le dijo: “Oh, amado de Dios, tú fuiste escuchado desde el primer día”. ¿Qué había pasado? Los demonios habían impedido que el ángel lo encontrara. Hubo una guerra en el cielo y el mensaje demoró. Los demonios que retrasaron la respuesta a Daniel son tan reales hoy como lo fueron entonces. Si el demonio puede desanimarte, te va a desanimar.

La Iglesia ha sido victimada por la “creencia fácil”, predicamos un evangelio de “nómbralo y reclámalo”, “di que está hecho y estará hecho”. Pero cuando dijimos “está hecho” y no lo estuvo, entonces no supimos qué hacer. Perdimos el compromiso dentro de nosotros que nos mantenía de rodillas. Perdimos la habilidad de obedecer lo que Jesús dijo, de orar sin cesar, orar y no desmayar. Pablo nos dijo: “orad sin cesar”. Esto es, sigan en oración hasta que la respuesta llegue. Los vendedores de esta “creencia fácil” nos dijeron que si orábamos dos veces por lo mismo, entonces la segunda vez era incredulidad. El infierno nunca vendió una mentira más grande. Mira a Jesús y el ciego. He aquí que un hombre ciego se acerca a Jesús y éste pone Sus manos en él. Cuando Jesús retira sus manos, el hombre le dice: “veo hombres como árboles caminando”, en otras palabras, no estaba completamente curado. Entonces Jesús oró por él nuevamente por segunda vez (Ref. Marcos 8: 24). En Getsemaní, Jesús oró tres veces la misma oración en la agonía de ese momento. ¿Acusan a Jesús de orar con incredulidad? Mira a Elías en el Carmelo después de pedir que cayera fuego del Cielo, matando a los falsos sacerdotes y a los falsos profetas de la religión de Jezabel. El va al monte a orar para que llueva. Se han cumplido todos los requisitos y él empieza a orar por lluvia. El oró siete veces; seis veces en que el ayudante regresó y dijo que no veía nada pero la sétima vez regresó y dijo ver una nube del tamaño de la mano de un hombre. Y Elías dijo, “es suficiente, va a llover”. El oró siete veces para que esto ocurriera. ¿Dirían que oraba con incredulidad? Yo les digo que él sólo obedecía a Jesús cuando El dijo que los hombres debían orar y no detenerse hasta obtener una respuesta.

Yo solía tener un sermón sobre esto. Predicaba sobre el número siete y lo hice como un tipo de magia, de manera que estaba volviéndome algo legalista en esto, por decir: “simplemente ora siete veces por todo y sucederá”. Me aclamaban mucho por esto. La carne ama esto; es una fórmula que la carne siempre ama, y yo tenía esa fórmula. Me alistaba para ir al culto una noche a predicar este gran mensaje sobre la sétima oración de Elías, y Dios me dijo: “he escuchado suficiente de esta tontería”. Le dije, “¡Oh, Señor!, éste es mi más grande sermón, que ahora se va al desagüe”. Pero él dijo, “ya he escuchado suficiente de esta tontería”. Le pregunté, “¿Qué quieres decirme?”. El dijo, “Nada tiene que ver con el siete. Si no hubiera llovido, el habría estado ahí orando dieciséis veces; él sólo sabía que había hecho lo que le dije que hiciera, y era tiempo de abrir los cielos y él no iba a dejarme hasta que los cielos se abrieran”.

El evangelio del “nómbralo y reclámalo” ha dejado a la Iglesia impotente en la batalla. Cuando ellos no consiguen una respuesta no saben qué hacer. Nuestros padres del movimiento Pentecostés usaban la terminología de “orar hasta romper los cielos”. Esto simplemente significaba que tú sabías que Dios estaba en esto, así es que no lo debes soltar hasta que haya una respuesta. Ellos me enseñaron desde el momento que nací de Dios y en todo momento, que la oración significaba que tú podías creerle a Dios. Tú eres un creyente, sólo espera, cree, y permanece firme porque Dios te escuchará. Al creer que la guerra ha terminado, el creyente piensa que todo lo que necesita es sólo citar la promesa. El simplemente citar la Escritura, como tal, nunca ha producido resultados divinos. Debemos perseverar hasta que los pensamientos de Dios realmente se vuelvan nuestros pensamientos.

La simple teología de la confesión ha sentenciado a millones a una vida de derrota, porque no resistieron activamente al demonio, agarrándose de la oración. El Señor nos manda, “No den lugar al diablo”. Esto nos dice algo sobre el diablo. Debemos saber que él fue vencido en el Calvario, pero también debemos saber que nosotros tenemos que hacer cumplir esa victoria cada vez que traigamos nuestras necesidades a Dios. Satanás anda como león rugiente, buscando a quien devorar. Si tú no lo resistes, él te devorará. La fe manda que yo esté tan fervientemente en contra del mal como lo estoy a favor del bien. Si quieres salud debes estar contra la enfermedad. Debes estar en contra de aquello que te impide tener salud. Si quieres ser santo debes estar en contra del pecado. Jesús dijo que los hombres deben orar siempre y no detenerse.

Pablo nos advirtió, “Orad sin cesar”. La oración es el campo de batalla. La oración es donde batallamos con el enemigo. Y la fe demanda que yo esté tan fervientemente en contra del mal como lo estoy a favor del bien. La fe en su más exacto sentido es “oración prevaleciente”. “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18: 7-8). La fe verdadera entonces, de acuerdo con Jesús, es la habilidad de esperar. Esperar significa que el diablo no va a tener a ese joven o esa joven, esto significa que va a ser curado.

Yo fui salvo a los 27 años; 4 años después empecé a predicar a la edad de 31 años. Cerca de 2 ó 3 años después estaba en la ciudad de Edna, Tejas, predicando en una campaña. Yo fui ahí, y la Iglesia había estado en un terrible trauma. El pastor había tenido un romance con la secretaria, y habían huido con los ingresos de la Iglesia; mi amigo había llegado allí a pastorearla, y en medio de tan terrible asunto, el pueblo había sido involucrado, la policía también y así toda la iglesia estaba en cierta forma bajo una nube. Fue ahí que yo fui a predicar. Yo había estado teniendo problemas de salud y no estaba bien del todo. Le dije al pastor que había venido a predicar de domingo a domingo. Pero a medida que predicaba, Dios cambió esto, llegó el avivamiento y para el sábado en la noche, se había llenado totalmente la iglesia. Y el pastor me dijo: “Mire, no puede dejarme ahora”. Pero yo le había dicho a Dios, “es fin de noviembre”, y le dije, “si me das suficiente dinero voy a descansar el mes de Diciembre”. Dios me dio el dinero, no era mucho en esos días, pero él me había dado en esa semana alrededor de $300 que era mucho dinero para esa época de 1,950, pero en lugar de obedecer lo que había dicho a Dios que haría, permanecí con el pastor y le dije que seguiría otra semana. Al final de la semana, un sábado por la noche, estaba predicando. Recuerdo que predicaba “Jesús el Conquistador”. No había predicado mucho tiempo cuando un dolor me golpeó en medio del pecho y me corrió hacia abajo por ambos brazos. Me paralicé y caí en la plataforma con lo que una enfermera dijo que fue un ataque cardíaco. Me llevaron a la casa pastoral y en el sofá tuve otro ataque cardíaco. La enfermera me buscó el pulso; yo sentía todo pero no podía moverme. Ella buscó en todas partes pero no pudo encontrar el pulso ni aun aquí alrededor de las orejas o donde sea que palpó, y dijo que yo estaba muerto.

Todo el mundo lo creyó menos mi esposa. Se mantuvo orando en lenguas. Yo no las conocía, pero las estaba entendiendo. Dios me resucitó. El no me había curado pero ella me llevó a casa, a la granja donde sus padres vivían y estuvimos ahí tratando de sostenernos en Dios. Sabía que si iba a un médico moriría. Y en el tercer día desperté por la noche con otro ataque cardíaco. Yo no pude despertarla. Transpiraba tanto que el sudor corría hasta el colchón. Cuando ella despertó en la mañana para verme pensó que estaba muerto. Ella lloraba y empezó a orar, Dios me revivió, me resucitó o al menos me devolvió la vida; yo sabía que tenía que tocar a Dios. Así es que le dije a ella, “quiero que me lleves al hotel en el pueblo, el pequeño pueblo de la granja, y me dejes ahí, tengo que tocar a Dios”. Ella estaba segura que yo moriría. Ella no quería llevarme. Le dije, “si no me llevas tendré que hacerlo yo mismo”. Ella aceptó y me llevó. No entraré en detalles. Me registró y me puso en la habitación 9 y le dije “no dejes que nadie me moleste, regresa a la granja, yo iré cuando esté bien”. Le dije al portero que no me molestara, “no necesito sábanas, no necesito nada, no me moleste a menos que le llame”. El salió del cuarto y por 9 días y 9 noches estuve mayormente de rodillas. Mi corazón estaba tan mal que no podía respirar fuerte bajo mi manzana de Adán. Pero sabía, porque me lo habían enseñado, que podía tocar a Dios. “Tú puedes tocar a Dios, (y yo sabía que mi única esperanza estaba en tocarlo) y nada de lo que El dijo te será imposible.” Nueve días pasaron y él no decía nada. Empecé a leer Génesis. Leí todo hasta los Salmos. Dios no decía nada. Mil demonios me dijeron, “tú vas a morir justamente aquí”. Bien, la novena noche a las 3 de la mañana, llegué al Salmo 9: 10 y leí algo como esto: “En ti confiarán los conocen tu nombre; por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron”. Allí no decía sintieron, vieron, tocaron sino que decía “buscaron”. Nadie pudo buscarlo más de lo que yo lo hice en esos 9 días. La certeza de que El no me había abandonado nació. Y en ese momento la Escritura saltó ante mis ojos, sentí como una mano que entraba en mi pecho, penetrando en mi corazón, apretándolo. Yo di un salto y aterricé en esa cama y rompí las tablillas, corrí a los pasillos en pijama gritando y alabando a Dios. Dios me había sanado. Yo había tocado a Dios, le había creído a Dios. Tú puedes tocar a Dios.

Estamos en una guerra, debemos estar preparados para resistir. No des lugar al diablo, no te dejes intimidar. No luchamos contra carne y sangre. Uno de los trucos más grandes del diablo es hacernos creer que la gente es nuestro enemigo. Cuando creemos que la gente es nuestro enemigo, acudimos a las armas carnales. Nuestro enemigo es espiritual, por lo tanto nuestras armas son espirituales. “No luchamos contra carne y sangre”, y nuestra lucha es en oración, en este combate mano a mano. En la lucha oriental el hombre que está de pie cuando todo acaba, gana. Dios no dijo que nosotros deberíamos luchar. El dijo, “Nosotros luchamos”. La “creencia fácil” ha conducido a los hombres a creer que la lucha ha acabado. Pablo dijo, “he peleado la buena batalla, he guardado la fe”. Fue la lucha de fe, y la fe es la habilidad de resistir. Sin embargo, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra? ¿Dónde están los intercesores? ¿Dónde están aquellos que se pararán en la brecha y harán vallado para su familia, para su iglesia? No es de extrañarse por qué hay tantos divorcios. Los jóvenes en las drogas. Existe aquellos llamados “cristianos”. Los altares han sido abandonados.

Yo estuve tres años en la guerra; cuatro años en el servicio, tres años en la guerra en la sección de ametralladoras. Cuando establecimos una línea de defensa, en diferentes posiciones pusimos las ametralladoras, las dispusimos en un pequeño frente. Estaban para disparar haciendo fuego cruzado, a través del cual, cuando estuvieran en acción, era casi imposible que nadie ni nada se atravesara. Pero si una de esas armas se detenía, dejaba un hueco en la línea, así que a cualquier costo teníamos que seguir disparando. Esto mismo ocurre con los intercesores. Cuando dejan el altar, dan lugar para que venga el enemigo y robe nuestros jóvenes, y destruya nuestras familias. No hay situación, sin embargo, en la que no podamos ganar. Nuestras armas son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. Ningún arma forjada contra nosotros prosperará. Pablo luchó contra la bestia de Efeso, la cual era el espíritu enviado por el diablo para impedir que Pablo estableciera la Iglesia. Efeso era una ciudad entregada a la idolatría y el demonio estaba decidido a que esto no cambiaría. Pablo realmente combatió con el diablo por esa ciudad. El luchó en oración contra los demonios que tenían esta ciudad cautiva.

La Biblia enseña que el perdido es mantenido cautivo por el diablo. Ellos son controlados por Satanás. “Ningún hombre puede venir al Hijo a menos que el Padre lo traiga”. A menos que las cadenas sean rotas por medio de la oración prevaleciente de los santos, el perdido no podrá venir. Pero, “cuando Sión estuvo de parto, dio a luz sus hijos”. Antes que el avivamiento llegara a Efeso, Pablo tuvo que atar al hombre fuerte. Lo mismo es verdad en cada ciudad, en cada nación, donde sea. La falta de conocimiento ha vencido a la Iglesia. Al no saber lo que estaba pasando, ellos se frustraron. Grandes planes se fijaron para el avivamiento, el evangelista fue llamado y nada pasó. El problema era Satanás. La Iglesia debe atarlo. El fracaso del pueblo de Dios es no reconocer el control de Satanás sobre los perdidos, los ha llevado a la derrota en su lucha para ganarlos a Cristo.

Nada será imposible. Resiste al diablo, y él huirá de tí. Vuelve tu fe contra Satanás, tu enfermedad y tu miedo, y vencerás. Vuélvete violento en tus oraciones. Nada es imposible para tí o para mí.

 

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