Lección 5.- La Mente De Cristo Y Las Obras De La Fe
En Hebreos 10: 7 “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí”.
La mente de Cristo es una mente obediente y El vino a hacer la voluntad del Padre. “…No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4: 4). “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7: 24).
“Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mateo 12: 50).
“Sólo hago lo que veo a mi Padre hacer” (Parafraseando Juan 8: 38).
“…la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14: 24).
La fe es obediencia. No puedes separar las dos palabras, fe y obediencia. Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia. Su creencia en Dios se manifestó a sí misma en obediencia. El hizo lo que se le dijo. Cientos de años después, al rehusar cruzar el río, su familia no pudo entrar en su herencia por su incredulidad (Hebreos 3: 19).
Dice la Biblia que los demonios creen y tiemblan. Pero la suya es una fe muerta porque no obedecen. La mente de Cristo es la mente del Padre. Jesús obedeció los impulsos y movimientos de la mente del Padre, y nunca falló en obtener la victoria. Jesucristo era el Hijo modelo. Pedro, dijo que El vino a esta tierra como nuestro ejemplo. El no sólo demostró en sí mismo todo lo que Dios es, sino que, en su lado humano, nos demostró todo lo que Dios quiere que seamos. El estuvo en todo tiempo, bajo toda circunstancia, bajo el control de la mente del Padre que estaba en El. Luego Jesús fue llevado por el Espíritu, “la mente de Dios” (Parafraseando Mateo 4: 1). “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu…” (Lucas 4: 1). “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu…” (Lucas 4: 14). El liderazgo del Espíritu Santo, que en realidad es la mente de Dios, es el ambiente del Hijo. Vemos en Romanos 8: 14, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. El liderazgo del Espíritu Santo es el reino que Jesús nos dijo que buscáramos primero.
El dijo, que el manso heredará (regirá) la tierra. La palabra “manso” significa ser domesticado, disciplinado, controlado. Así que todo poder, sabiduría, conocimiento, vendrán al hombre que es tallado, domesticado y controlado por Dios. La primera ley de la mente de Cristo en el creyente es la obediencia. Jesús dijo concerniente a la ley de Moisés, que tú podías guardar perfectamente nueve puntos de la ley, pero si rompías un punto, entonces eras culpable de todo. Lo mismo es verdad bajo la gracia. Si Dios tiene una controversia contigo en cualquier área de tu vida, entonces nada que hagas es santo. Cuando actuamos en desobediencia a la voluntad conocida de Dios, estamos actuando en nuestra propia voluntad, y cerramos los cielos a nosotros mismos. Dios dijo que si guardas iniquidad, que es voluntad propia, El no te oirá.
A la desobediencia de Israel, Dios la llamó incredulidad, y ésta incredulidad los mantuvo fuera de la tierra prometida. Canaán no era un tipo del cielo, sino un tipo del caminar del creyente en el Espíritu en estos tiempos. En Canaán Israel heredó casas que ellos no construyeron, viñas que ellos no plantaron. Ellos buscaron y encontraron el reino. Jesús dijo en Mateo 6: 33, “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. La primera ley de la vida en esta nueva esfera, es la obediencia, que es la obra de la fe.
El principio del reino es siempre, “Primero lo natural, luego lo espiritual”. Eso significa que debo actuar antes de que Dios actúe. Esa es la primera ley de la fe. No hay absolutamente nada de fe hasta que haya una acción. Esa es la evidencia. Fe es una acción basada en una creencia, apoyada por una confianza de acción continua, que si Dios lo ha dicho, Dios lo hará. Pero, antes de que la promesa sea cumplida, antes de que el milagro ocurra, siempre hay instrucciones. La obediencia de éstas son las obras de la fe. Si no hay obediencia, no habrá milagro. Cumplir las instrucciones no es ningún milagro. Yo puedo obedecer o desobedecer, pero el cielo nunca interviene hasta que obedezca. Los tres jóvenes hebreos son un gran ejemplo. Ellos no sabían que Dios los salvaría. Ellos sabían la voluntad de Dios al respecto. Dice en Exodo 20: 3: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. El cielo nunca se movió hasta que ellos hicieron su decisión. Esta decisión de inclinarse o quemarse era totalmente de ellos. Ningún ángel vino a ellos a rogarles que no se inclinen. Dios ha hablado; El no hará más, hasta que se tome una decisión. Esto es siempre, las obras de la fe. Del pecador muerto en delitos y pecados, Dios no espera una respuesta. Pero a tí y a mí que conocemos a Dios, El da Su palabra, y debe haber una respuesta de nuestra parte, o nunca habrá una acción de parte de Dios.
Lo ves por otra parte en el joven rico. El vino a Cristo, queriendo conocer qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le dijo qué tenía que hacer. El probó su corazón, descubrió al hombre mismo, que su problema era la codicia. Entonces le dijo, sólo hay una respuesta para tu problema: Vende lo que tienes y dalo a los pobres. El hombre se fue triste, pero Jesús no mandó ningún comité tras él para ver si podían acordar algo. No hay nada que acordar. O el hombre obedecía, o estaría perdido, y la obediencia empieza siempre con la palabra de Dios. Dios no hablará personalmente a ningún hombre que vive en desobediencia a Su palabra. Si en tu vida, estás viviendo en rebelión a lo que Dios te ha hablado a través de Su Palabra, entonces Dios no te hablará. No tendrás ningún mensaje en lenguas que dar a nadie, no tendrás promesas para dar a nadie. Podrás tratar de probar tu espiritualidad al hacer esto por tí mismo, pero a menos que estés caminando en obediencia a la voluntad conocida de Dios y a la palabra de Dios, El no te hablará. Pero, si cumplidamente obedezco lo que Dios me dice en Su palabra, yo vendré a ser más y más sensible a su voz. Cada acto de vicio me hace más viciado, cada acto de virtud me hace una persona mas virtuosa.
Así que fe y las obras de la fe son lo mismo. Lutero rechazó esta epístola a causa de esto, por no entender que las obras de la fe no es algo que yo hago para tener fe, sino que las obras de la fe es obediencia a aquellos mandamientos. Como dice en Santiago 2: 18-26, “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. Dios dice, “…la fe obra por el amor” (Gálatas 5: 6). Ahora junta eso con esto, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14: 15). Entonces las obras de la fe, es mi obediencia al mandamiento; los resultados de la fe es el milagro de Dios. Y Dios dice: “Acércate a mí…”. Los resultados de mi obediencia a su mandato será, “Me acercaré a tí”. Si yo no obedezco el mandato al acercarme a Dios, entonces, Dios no puede acercarse a mí. Así que las obras de la fe es simplemente mi obediencia al mandato. ¿Necesitas un milagro? Entonces escucha esto, “Dad…” El Espíritu Santo no te va a hacer supernaturalmente que des. No hay milagro aquí, es sólo una prueba de la obediencia. Esta es una acción natural. Debes decidir retener o no retener. Pero los resultados de tu obediencia son registrados en Lucas 6: 38, “Dad y se os dará…”.
En 2 Corintios 6: 17-18 dice: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor…” Ese es el mandato de Dios a mí. Ahí no hay milagro conectado con esto. Yo decido obedecerlo o no, pero si obedezco, esto es “las obras de la fe”, entonces viene el milagro. “…Y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre…”. Al obedecer la Palabra, te encontrarás pronto sensible a la voz de Dios.
El Sr. Wigglesworth oyó la voz de Dios y esperó. Se dice que él leyó en el libro de Proverbios donde Dios dice que El aborrece el guiñar el ojo, y dijo, “yo nunca volví a guiñar mi ojo ni una vez, ni a un niño”. Esta era su sensibilidad a la palabra de Dios. Lo que leyó en este libro, lo puso en práctica en su vida, y Dios lo guió por toda la Palabra. Por el Espíritu, Dios le habló, y lo guió. Lo guió una vez a Suiza a la misma vecindad y casa donde un hombre vivía, y El le dijo: “tú encontrarás un hombre que la gente llama Lázaro, a causa de su enfermedad”; El fue allí, y encontró al hombre, Dios le dijo exactamente que hacer, y Dios lo levantó. Pero si Wigglesworth no hubiese sido sensible a los mandatos de Dios, entonces Dios no hubiera hablado.
Cada promesa en la Biblia es precedida por un mandamiento. Y “las obras de la fe” es simplemente guardar esos mandamientos. Dios dice en Proverbios 8: 17, “Yo amo a los que me aman…”. Tu primer pensamiento al respecto será, el amor de Dios es condicional. Pero yo sé que el amor no es condicional, porque Dios dijo antes que yo viniera a El, “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…”. Aún estando en nuestros pecados Dios dio a su Hijo. Así que, ¿qué quiere decir “Yo amo a los que me aman”? El dice, “si me amas, no es lo que tú dices, es lo que haces”. “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Paráfrasis de Juan 14: 15). ¿Cómo yo amo a Dios? Guardando sus mandamientos. Y, ¿cómo El me ama? Al hacer la promesa, real. Tú ves, cada mandamiento de Dios es seguido por una promesa, y cada promesa es precedida por el mandamiento. Así que las obras de la fe, debemos establecerlo, es simple obediencia al mandato de Dios.
Estuve en una campaña muchos años atrás en Houston, eso fue en 1,954. Empezamos una campaña el domingo por la noche, en una pequeña iglesia de alrededor de 300 personas, habían mas o menos 100. Pero el miércoles por la noche sólo había lugar en esta iglesia para estar de pie. De hecho, el jefe de los bomberos tuvo que venir y ver que las puertas se cerraran para que los corredores de la iglesia se mantuvieran libres para que la gente pudiera salir en caso de incendio. Pasamos una semana, y hubo tal mover de Dios que el pastor nos pidió que permaneciéramos otra noche. Yo estuve de acuerdo con él. Cuando me levanté el lunes después de la primera semana, la boca de mi esposa estaba completamente cubierta de llagas, y miré por su garganta, y por todo su cuello, y tenía llagas y fiebre alta, además estaba ya un poco inconsciente, en otras palabras, estaba como consciente e inconsciente. Como a las nueve en punto, nuestra bebita tuvo el mismo problema. Y al medio día, mi hijo también fue afectado. Teñían cuatro y cinco años en ese entonces. Oré todo el día. No sabía qué hacer. Ellos estaban acostados inconscientes en sus camas sin saber nada. Yo oré todo el día. Al llegar la noche los encerré en el motel, fuí a la iglesia y le dije a la congregación que por favor oraran por mi familia. Ellos oraron, y yo le pedí al pastor, que tenía el don de sanidad (él podía sentirlo en su mano), que después del culto, fuera al motel y orara por mi familia; él dijo que estaba muy cansado, que vendría la próxima mañana y yo dije que ellos estaban muy enfermos, que por favor viniera esta noche; él respondió: “No, estaré allí en la mañana”. Entonces regresé y los encontré exactamente como los había dejado. Oré toda la noche. Tenían una pequeña cama plegable del ejército que nos dieron para nuestros niños, eran sólo bebes; uno dormía de un lado y el otro del otro. Y ahora estaban los tres en la cama que mi esposa y yo ocupábamos, así que hice de esa cama plegable un altar. Oré toda la noche y todo el día del próximo día. Y cerca de las nueve de la mañana, el predicador llegó. Era uno de esos pequeños hoteles viejos, sin aire acondicionado, y cuando él vino al umbral de la puerta, echó una mirada a mi esposa y a los bebés, y casi rompió la puerta del hotel para salir corriendo hacia la calle. El dijo, “mejor consíguete un doctor, ya he visto esto, ya sé lo que es, es difteria”. Yo dije, “bueno, no me importa lo que sea, tú tienes el don de sanidad; impón tus manos sobre ellos, sánalos”. El dijo: “No voy a entrar allí. Necesitas llamar a un doctor. Ellos van a poner en cuarentena todo este lugar”. Yo le dije, “ya llamé al único doctor que conozco en esta ciudad, y ese es el Señor Jesucristo; entra, entra aquí”, pero él se volteó y se fue, y puedo decirte, que cada demonio en Houston, Tejas, vino y se quedó en ese motel. Oré todo el día. Regresé a la Iglesia esa noche y la casa estaba llena. Prediqué sobre el tema, “¿Son los demonios reales?”, y nadie podía saber más de eso aquella noche; y a mitad de ese sermón, como quince o veinte minutos de estar en el mensaje, hubieron 18 muchachos de entre 15 a 20 años que se pararon saltando y corriendo al altar para ser salvos.
Cuando ellos cayeron sobre ese altar, clamando a Dios, y la gente vino a orar por ellos, me fui por la puerta lateral del local, entré al carro, y regresé al motel. Todo el camino lloré, casi no pude ver el camino por las lágrimas que cubrían mi rostro. Pero le dije a Dios, “no soy diferente que nadie más, no soy más santo que nadie más, vivo lo que predico. Creo en tí, no tienes que sanar a mi familia, es Tu decisión, pero tienes que hablarme”. También le dije, “si Tú los tomas, te alabaré mientras sus almas salen por esa ventana. Si los sanas, lo diré en todas partes; Tienes que decirme como a Daniel, lo que vas a hacer. Yo trato de vivir por Tu palabra. Tienes que hablarme. No voy a salir nunca de ese motel hasta que me digas qué vas a hacer con mi familia”. Todo esto fue muy duro para mí, pero yo he tratado de vivir por Su palabra, y yo creo que Dios nos hablará a nosotros. Así que llegué al motel a las diez en punto, me arrodillé en la cama, y empecé a orar. Un hombre nunca había orado tan desesperadamente. Estuve orando lo que me pareció algunos minutos, cuando noté que había alguien en ese cuarto al lado mío. Y un temor vino sobre mí, dejé de orar. Había estado orando tan fuertemente, casi había perdido mi voz, pero mientras esperé allí con mi corazón latiendo, me dije, ¿Cómo entraron aquí? La puerta está cerrada, no hay un closet ,sólo hay un baño, y ya he estado allí. La única ventana tenía un gran ventilador allí, uno de esos ventiladores para introducir aire. ¿Cómo entraron aquí? ¿Qué hay aquí? Pero mientras me quedé allí, con mi corazón latiendo fuerte, sentí una mano en mi hombro y como si fuera ayer, esta voz me dijo, “anda a la cama hijo, todo está bien”. Eran las dos de la mañana, no había dormido en dos días. Subí a esa cama plegable y quedé sumamente dormido. Había parecido sólo un momento. Pero miré mi reloj cuando esa voz habló. Eran las dos en punto. Había estado allí cuatro horas. Entonces subí a esa cama a las dos en punto y me quedé dormido. Cuando me levanté, la cama estaba temblando. Miré, y había un niñito de 5 años; me dijo, “papi, tengo hambre”. Además oí la vieja cocina sonando y mi pequeña niña abriendo la puerta, tratando de ver si había algo de comer. Y mi pequeña niña de 24 años se sentó en la cama, y dijo, “cielito, me estoy muriendo de hambre”. La larga noche había terminado.
El habló. Tú lo puedes ver, El me lo dijo y vino. Y si nosotros obedecemos lo que El nos dice, éstas son las obras de la fe, entonces El cumplirá lo que nos ha prometido. El milagro no está en la obediencia. Tú en lo natural decides si vas a traer los diezmos al alfolí o no. Tú lo decides, no es un milagro, pero el milagro ocurre cuando tú lo haces, y las ventanas de los cielos son abiertas.