Lección 6.- Levantando Manos Santas – II
Estamos tratando con aquello que es el espíritu de oración ya antes mencionado. En el momento que eso nace en el corazón humano, es una señal real del inminente avivamiento. Cuando veas a un pueblo que en cualquier momento o lugar empiezan a sentir esta necesidad de oración, es Dios quien lo puso ahí, y eso es una señal real de avivamiento.
Ahora, hemos leído en el libro de Timoteo en nuestro último capítulo cuando Pablo escribía a los jóvenes predicadores y decía que oren en todo tiempo, levantando manos santas al Señor. Y tratamos con aquel espíritu de la oración que prevalece, que cuando los hombres y las mujeres prevalecen con Dios, esa es la clave.
Queremos ahora mencionar lo que impide tener el poder para prevalecer con Dios. Vimos que la señal que marca nuestra habilidad para prevalecer con Dios se encuentra en el Salmos 24: 3, “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Quién estará en su lugar santo?”.
En el Salmos 66: 18, dice, “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. Si permitimos el pecado en nuestras vidas, esto nos impedirá que nuestra oración llegue a Dios. Cuando encontramos esa palabra “iniquidad”, usualmente significa “voluntarioso”. Estamos obrando en nuestras fuerzas, en nuestra propia voluntad, y toda comunión con Dios es imposible ya que hay pecado no juzgado en nuestra vida. Esto es obvio si consideramos el carácter de Dios. La Biblia dice, “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” 1 Juan 1: 5-6.
Fue al pueblo de Dios que Isaías escribió: “pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59: 2). Así que, las manos que se levanten a Dios cuando llegamos al monte del Señor deben ser manos santas. Dios nos dice cómo le dijo a su pueblo en la antigüedad, en Isaías, “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos” (Isaías 1: 15). Era una situación que ellos podían remediar. Ahora, es una situación que tú y yo podemos remediar. Si hay algo en nuestra vida que permitimos, pero que Dios no permite, entonces detenemos el canal para la oración que prevalece; eso significa simplemente que el avivamiento no puede venir; pero es ahora como lo fue entonces, una situación que puede ser solucionada. Y entonces el mensaje continúa en Isaías 1: 16, “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo”.
La sangre para limpiarnos y el agua para santificarnos están disponibles hoy y pueden ser aplicados por la confesión y fe (1 Juan 1: 9 y Hechos 26: 18). Si conservamos algún pecado en pensamiento, palabra u obra, no podemos pretender orar, hasta que ese pecado sea confesado y nos hayamos arrepentido, porque Dios dice, “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes” (Isaías 1:13). Tales oraciones, de acuerdo a la palabra de Dios, no sólo son ineficaces, sino que son un insulto para el trono de la santidad de Dios, y es un insulto porque el Señor es mayor aún que cualquier ser humano, y si tuviéramos que acercarnos delante de un soberano, no iríamos con ropas rotas y sucias; o si nos presentaran a un presidente o rey, no lo haríamos con manos sucias; cuánto menos delante de nuestro Dios. Santiago 4: 8 se dirigía a los santos de Dios. Como dijimos en nuestro último capítulo, el hecho de haber nacido de nuevo no necesariamente te hace lo suficientemente puro para aparecerte en su monte santo e interceder por el pueblo de Dios. Debe haber la santidad manifestada de vida si vas a prevalecer. Así que tratemos con aquellas cosas específicamente que están impidiendo la oración.
Primeramente, la idolatría. Además de los pecados generales y la iniquidad, hay pecados específicos que están mencionados especialmente en las Escrituras que son barreras para la oración que prevalece, y deben ser cuidadosamente observados. No hay cosa que Dios odie más que la idolatría, porque la idolatría hace a Dios lo que El no es. A algunos de los ancianos de Israel, Dios tuvo que decirles, “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo de modo alguno consultado por ellos?” (Ezequiel 14: 3). Dios con toda resolución volteará su rostro de todos aquellos que acarician ídolos. Someterse a una correcta relación entre el Soberano y el que suplica es la base de toda oración. La idolatría niega todo este hecho. ¿Cómo podemos esperar tú y yo que aquel a quien profesamos amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, otorgue nuestras peticiones cuando El ve en nuestro corazón lo que desafía a su supremacía? Si hay algo en tu vida que es más importante que Dios, eso es un ídolo. Y, ¿cómo puede Dios, a quien tú dices amar más que a tu casa, tu tierra, tu esposa(o), hijos, tú mismo(a), etc., honrarte si El está viendo algo en tu vida que desafía su Señorío?
Recordemos cuando oramos “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4: 13). Un ídolo puede ser definido como cualquier persona o cosa que le ha robado el primer lugar a Dios en nuestras vidas. Esa es la razón por la cual Jesús dijo que la codicia es idolatría. Una persona que no da sus diezmos a la casa de Dios es porque ese diezmo se ha convertido en su dios. El no puede venir delante de Dios y ofrecerse a sí mismo con ese ídolo en su corazón.
Cuando una relación con un amigo o con un familiar está causando que nuestra vida espiritual mengüe, podemos estar seguros que esa persona se ha convertido en un ídolo, ya sea tu esposo (a), novio (a), hijos, etc. Cuando igualmente estamos buscando primero nuestros intereses en los negocios, y estamos más preocupados por nuestra prosperidad material que por nuestra prosperidad espiritual, debemos examinarnos para ver si estamos o no unidos a un ídolo. Cuando nuestros hogares y familias se vuelven en lo más importante y como el fin de todo, y aún estamos dispuestos a cambiar nuestras creencias para agradarles a ellos; o cuando algún pasatiempo o interés recreacional es una pasión absorbente; o cuando estamos mas ocupados en nuestra apariencia personal que en el estado de nuestros corazones; cuando nuestras mentes están llenas de ambiciones humanas por posesiones materiales, entonces somos culpables de idolatría como cualquier Israelita que se inclina ante Baal!. ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? (2 Corintios 6: 16).
Es verdad que cuando se detectan ídolos, ellos deben ser exterminados sin piedad. No puede haber lugar para ellos en absoluto, y como mejor es prevenir que lamentar, es vital que atendamos la advertencia de 1 Juan 5: 21, “…guardaos de los ídolos”. Conociendo lo que son los ídolos, entonces guárdate ellos. Un preventivo seguro es el mantener nuestro primer amor hacia el Señor Jesucristo. Tener sólo una pasión, y ésta que sea sólo por Jesús; esto es lo que significan las palabras que El dice a la Iglesia de Efeso, cuando dice que habían dejado su primer amor. Estaban muy ocupados con las obras y las actividades que eran correctas, pero su amor ahora estaba en ellas y no en el Señor Jesucristo. Aún la obra de Dios puede convertirse en un ídolo en tu corazón cuando se vuelve en algo más importante para tí que el Señor Jesucristo. Así como la idolatría es un obstáculo inseparable para la oración que prevalece, igualmente una pasión personal entregada por completo a Jesucristo, es un factor poderoso en la oración que prevalece. “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmos 37: 4). “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré. Me invocará, y yo le responderé” (Salmo 91: 14-15). Todos los grandes intercesores de la Biblia han tenido la característica de tener una devoción intensa por Dios. Esa fue la marca en sus vidas, y esa es la marca que con toda seguridad nos mantendrá alejados de los ídolos. Yo me casé en 1,946; fue tres años antes que nos convirtiéramos. Nunca fui infiel a mi esposa, aún cuando no conocía a Dios, y esto debido a que la amaba. Fue este amor que el Señor me dio por esta muchachita, que me mantuvo fiel en mi matrimonio. Y quiero decirte que si ese amor por Jesús que El mismo puso cuando naciste de nuevo, no te ha dejado, entonces éste hará que El siempre sea el primero, y no habrá lugar para los ídolos.
Hemos tratado con el primer punto que es la idolatría. Ahora, el segundo punto con el cual quiero tratar como un obstáculo para la oración, y creo que es el pecado que más prevalece en la Iglesia, es un espíritu que no perdona. Este es un obstáculo común para la oración que prevalece. Jesús dijo en Marcos 11: 25, “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas”. En la oración modelo del Señor, el hecho de que nosotros hayamos perdonado a nuestros deudores es mencionado con una base sobre la cual nosotros podemos pedirle a Dios que nos perdone (Mateo 6: 12). En la conclusión de esa oración Jesús mostró que el reverso de eso también era verdad. El dijo que si no perdonamos, entonces nosotros tampoco seremos perdonados. Si estás en el altar rogando a Dios por alguna necesidad, y no has perdonado a tu hermano o a tu hermana, entonces eres un pecador, y Dios no puede responder esa oración. Si hay alguien que tú y yo no hemos perdonado, entonces no podemos ni seremos perdonados, y por lo tanto, es imposible que pensemos que podemos prevalecer con Dios.
Hay dos aspectos sobre el perdón en el Nuevo Testamento, y cuando no sabemos distinguirlos, esto nos lleva a la confusión y a teorías erróneas que dicen que las enseñanzas de Cristo en el Evangelio no se aplican a esta época. Primero que todo, está el perdón inicial del pecador cuando se acerca a Dios: vas hacia El y le confiesas que eres un pecador; tú sólo puedes confesar tus pecados como tales. Yo tenía 27 años y no podía recordar todos mis pecados, así que confesé al Señor que era pecador. Y ahí encontré el perdón incondicional de Dios, El me lavó. Pero luego está el perdón condicional de los santos. Lo anterior es para siempre nuestro, cuando nos arrepentimos y creemos al Evangelio, “Arrepiéntanse, bautícense…” (Paráfrasis de Hechos 2: 38). Esto, acompañado por el nuevo nacimiento, lleva al pecador a esta relación con Dios, de Padre a hijo. De ahí en adelante, el perdón condicional se aplica a todos nosotros. Nuestra comunión con el Padre es posible cuando los pecados que hemos cometido son confesados y entonces son perdonados (1 Juan 1: 9). Esta condición es que tus pecados no pueden ser perdonados a menos que tú los confieses.
Cuando tú vienes la primera vez, es incondicional, después es condicional. Mira, cuando un creyente no confiesa, él no es perdonado, aunque sea un hijo de Dios, y un hijo que rehúsa reconocer su mal proceder y pierde el perdón de su Padre, cesa de disfrutar de la comunión; y si persiste en ese proceder, puede ser desheredado, porque la Biblia dice, “si pecáramos voluntariamente después de haber conocido la verdad”, entonces va a llegar un momento cuando Dios te dejará de lado. Mientras mantengamos esta iniquidad de un espíritu no perdonador, ¿cómo puede el Señor escuchar nuestra confesión de otros pecados y conceder el perdón que nosotros rehusamos dar a otro? Lee en Marcos 11: 25 y ahí verás cómo funciona todo este principio.
No podemos dejar de sobreenfatizar la importancia de esta enseñanza referente a la oración que prevalece. Cada uno de nosotros reconocemos la necesidad de un avivamiento. Sentimos que Dios nos ha llamado a esta comunión con él mismo, para ser el vaso a través de él cual venga el avivamiento. Por tanto no puedo dejar de sobreenfatizar la importancia de la oración que prevalece. Un Espíritu amargado que esté guardado en un cristiano hacia otro puede detener el río de bendiciones de todo el cuerpo de Cristo.
Los famosos “cuatro puntos” descritos por Evans Roberts, que abrieron las puertas de los ríos del avivamiento en Gales fueron: Primero, tratar con el pecado no confesado, segundo, tratar con la duda, tercero, obedecer al Espíritu de Dios, de manera implícita, cuarto, confesión pública de Cristo. Sobre el segundo, el Hno. Roberts con frecuencia preguntaba a la gente ¿Han perdonado a todos? El lo hacía frecuentemente. Este pecado de falta de perdón es un impedimento directo para la oración que prevalece. Si no hay esta oración que prevalece, entonces no puede haber avivamiento.
Luego tenemos pecados de omisión. Estos son impedimentos obvios para la oración que prevalece. Veamos 1 Juan 3: 21-23, “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros, como nos lo ha mandado”. ¿Tenemos una conciencia que no nos condena concerniente a las cosas que Dios nos ha dicho que hagamos? ¿Hemos guardado sus mandamientos? ¿Cómo podemos pararnos delante de su trono con el denuedo de prevalecer con Dios si nuestra conciencia nos está condenando por alguna desobediencia en nuestra vida? Si no obedecemos el mandato supremo de Cristo de “amarnos los unos a los otros” y hacerlo “de hecho y en verdad” de un corazón puro y ferviente, éste será un obstáculo obvio en nuestra oración. Esto se enseña en el Antiguo Testamento. Presta atención: “…Amarás a tu prójimo como a tí mismo” (Levítico 19: 18). Salomón también lo recuerda en Proverbios 28: 9, “El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable”. El amor no puede otra cosa sino ministrar a las necesidades de los demás de acuerdo a su capacidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado…” (Juan 3: 16). Los creyentes que son mezquinos y egoístas con lo que Dios les ha dado, cuando hay tantas necesidades obvias en todo su alrededor, y cuando la obra de Dios está sufriendo por falta de fondos, no necesitamos ver más allá para saber por qué el Señor no está respondiendo sus oraciones. En Proverbios 21: 13 dice, “El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído”.
Después de la muerte del gran intercesor George Muller, se descubrió que del dinero que él recibía para su mantenimiento personal, él había dado 81,490 libras. En ese tiempo la libra valía aproximadamente 5 dólares. El había dado de su propia cuenta personal. Pienso que ese dar en formas sacrificiales fue sin duda la clave de la habilidad que el hermano Muller tenía para prevalecer con Dios.
Otro pecado común de omisión se relaciona con esos votos que tú y yo hacemos a Dios. Presta atención, “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes”. (Eclesiastés 5: 4). Si hemos hecho un voto a Dios, si le hemos prometido hacer algo y no lo hemos hecho, si esto ha ocurrido así, entonces hemos perdido nuestro derecho para prevalecer en la oración. Tú quizás te has acercado al altar y le has dicho, “Señor me entrego a tí, te prometo que siempre vendré a estas reuniones de oración”, y si no lo has hecho, entonces has perdido tu derecho de prevalecer con Dios. Un hombre que rehúsa pagar lo que tomó prestado, no debe pedir más crédito. Si me lo pidió a mí, él puede olvidarlo. Las manos que levantamos en el santuario no son santas si no hemos cumplido con los votos que nuestros labios han declarado. Pero, por otro lado, si hay un voto que sí ha sido cumplido , nos da el poder de Dios, pues lo hemos ejecutado (Isaías 19: 21-22, Salmos 50: 14, Jonás 2: 9-10). Recuerda que los votos que hemos cumplido acrecientan el poder de Dios en nuestras vidas; los votos que no hemos cumplido nos aísla de Dios. Los esposos tienen la siguiente orden de Dios, “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3: 7). Cuando los esposos no cumplen en mostrar ternura, consideración y generosidad con sus esposas, o cuando la esposa no cumple con sus deberes para con su esposo, “Le da ella bien y no mal todos los días de su vida”, “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua” (Proverbios 31: 12 y 26), la intercesión efectiva será impedida en gran manera. Para el esposo y la esposa, sus oraciones serán estorbadas a menos que sean corregidas, a menos que esto sea corregido en sus vidas. Para la confesión, súplica, intercesión, es vital que cuando nos acercamos a Dios (Hebreos 10: 22), haya sinceridad, si queremos realmente tocar el trono de Dios. Santiago habla de dos razones, “Porque no recibís”. Primero él dice, “porque no pedís”. Dios dijo a Ezequiel por lo menos 15 veces, “Yo haré, yo haré, yo haré”, pero ellos no recibieron. ¿Por qué? El les dijó, “por todo esto, no he sido solicitado”. Ellos nunca pidieron. Así que igualmente Santiago nos dice, “No reciben, porque no piden”. Si tú no vienes a Dios, reclamas la promesa y se la pides, entonces no vas a recibir de Dios. Pero, en segundo lugar El dijo que la razón por la cual no recibían era porque pedían mal, para gastar en deleites (Santiago 4: 3).
Es posible, (y esto es muy importante) que oremos por algo correcto pero con la motivación equivocada. Al Señor le agrada que oremos por el avivamiento, pero nuestras oraciones pueden ser desagradables porque nuestra motivación es errada. Es vital que tú y yo nos hagamos la siguiente pregunta antes de orar, ¿Por qué quiero que venga el avivamiento? Muchas oraciones por el avivamiento nacen de puro egoísmo. Oramos por crecimiento en la iglesia. Sabemos que esto suena como un buen pedido; es una buena necesidad y a veces oramos por esto, “¡queremos avivamiento Señor, que la iglesia crezca!”. Muchas veces es por un aumento en las finanzas. La tercera cosa es por prestigio, orgullo, para que podamos decir a todos, “tengo la iglesia más grande que los demás”. Pero en vista de todo esto, Dios no va a responder esta oración. La motivación es incorrecta aunque la oración en sí es correcta. Si el motivo está errado Dios no responderá. En vista de la gran necesidad de un avivamiento, ¿estamos dispuestos a acercarnos a Dios y suplicarle por esto tan grande? Si es así, debemos recordar continuamente la manera de acercarnos a Dios que El ha ordenado. Cuando el Sacerdote del Antiguo Testamento se acercaba al santuario, primero venía al altar listo con la sangre que iba a esparcir, luego iba al lavador que tenía agua pura.
El altar le recordaba que al acercarse a Dios, la conciencia debía ser purificada por la culpa del pecado. El agua hablaba de la limpieza de su vida exterior, que es la acción del Espíritu aplicando la Palabra, y efectuando la obediencia en esta vida. Así que ambas, el agua y la Palabra parecen clamar “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isaías 52: 11). Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a quienes los fines de este siglo ha llegado. Cuando el predicador en el Antiguo Testamento se acercaba al altar para suplicar a Dios, él estaba seguro que había sido purificado. Así debe ser igualmente con nosotros; sólo los de manos limpias y corazones puros pueden prevalecer con Dios. Quiero decir que ciertamente no he mencionado todos los impedimentos para la oración, pero creo que con los que he tratado en estos capítulos, si lo recibes y oras, podrás descubrir todas aquellas otras cosas que desagradan al Señor; y sabemos que si permitimos en nuestras vidas lo que Dios no permite, El no escuchará nuestras oraciones.