Lección 7.- Negación Del Yo
Te das cuenta que las cosas no están bien en la Iglesia y que no están funcionando como deben funcionar. Me refiero a la Iglesia Universal. Hay una falta de poder, hay una falta de influencia. Es un hecho en la historia que cuando un verdadero avivamiento toca a una nación o a una persona, no sólo vienen grandes cambios en las vidas de los que verdaderamente vienen a conocer a Dios en ese movimiento, sino que trae una gran sujeción en la sociedad donde esto ocurre. El pecado se reduce, porque la Iglesia se convierte en luz y el diablo no puede funcionar en la luz. Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Y cuando hay oscuridad espiritual, vemos la ascensión de la maldad, y ciertamente podemos ver esto en la tierra hoy, y por todo el mundo. Hay un terrible aumento de la maldad que nos dice a los que conocemos a Dios, que la Iglesia verdaderamente no está dando luz al mundo en el cual vivimos. Estas enseñanzas son muy importantes en ese proceso porque hablan de lo que yo puedo hacer individualmente, para que ese poder pueda estar en mi vida. Hasta que esto se encuentre en nuestra vida no podremos hacer nada.
Leamos Lucas 9: 23, “Y (Jesús) decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Jesús con Su vida enseñó la negación del yo. Si tú deseas seguir a Jesús, entonces lo primero que tienes que hacer es que debes negarte a tí mismo. Si quieres hacer las obras de Cristo, debes vivir la vida de Cristo. De Jesús se escribe lo siguiente: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1: 35). Si quieres hacer las obras de Cristo, entonces vas a tener que orar como Cristo. Detengámonos un momento y pensemos en lo que te estoy diciendo. Si quieres hacer esas obras vas a tener que orar como Cristo oraba. Tú no puedes dejar a la casualidad ese ministerio de oración y luego esperar ser poderoso en la manifestación del poder de Dios en tu vida tal como le ocurrió a Jesús. El “yo” sólo ora cuando le conviene. El “yo” no soporta la soledad. Al “yo” le gusta mucho orar en la multitud, cuando otros escuchan, pero las horas en la noche orando solo no traen ninguna gloria al “yo”. Nadie va a poder decir “qué gran guerrero de oración es”. Nadie dirá “mira cómo intercedió”. No había nadie alrededor de esta figura solitaria que nos menciona el evangelio de Lucas, sino El solo levantándose muy de mañana, aún muy oscuro para orar. Jesús dijo, “…niéguese a sí mismo…”. Esto es sacrificio y Dios honra el sacrificio (Romanos 12: 1). Escuchamos el mismo latido del corazón del Espíritu Santo mientras ruega contigo en este cuarto. ¿Quieres realmente este poder? ¿Quieres realmente traer avivamiento a la Iglesia? o ¿Quieres realmente ver a Dios glorificado otra vez en ese vehículo que fue creado para manifestar a su Hijo?
Entonces aquí está la respuesta. Debes negarte a tí mismo. No puede ser de otra manera. Debes llegar al punto en el que estás dispuesto a sacrificar cada deseo y escuchar lo que te insta el Espíritu Santo aquí en Romanos 12: 1. El te está hablando a tí personalmente: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.
La oración es el lugar de batalla. No te equivoques; no hay nada más importante contra lo que Satanás va a batallar contigo, que con tu vida de oración. Y yo te digo, si tú no estableces un tiempo para encontrarte con Dios, vas a ser derrotado en la oración. Si tú no estableces un tiempo y dices, “este es el momento que voy a encontrarme con Dios, este es mi momento con Dios y no voy a dejar que nadie me interrumpa”, entonces no vas a orar. Pero si tú estableces ese tiempo, y no permites que el diablo interfiera en ese tiempo, serás una persona poderosa con Dios. Y el tiempo apropiado es antes que el diablo y el resto del mundo se levante. “Los que me buscan temprano, me encontrarán. Cuando me busques de todo tu corazón, me encontrarás”. Tú no puedes buscarlo con todo tu corazón con la interrupción de tus hijos, de la iglesia, del teléfono, y otras miles de cosas. Levántate como Jesús lo hizo, muy temprano en la mañana. Te vas a dar cuenta que el diablo es muy flojo para levantarse a esta hora y puedes encontrar a Dios. Hay oportunidades cuando la oración es una delicia, cuando son tiempos de refrigerio. Pero la mayoría de la oración es encontrarse con el enemigo cara a cara. Pablo dijo que estamos luchando. La “lucha libre” es un deporte de contacto; Pablo pone a la oración en esta categoría. Hay momentos que nos encontramos en una lucha libre durante la oración, como Jacob, cuando clamó “No te dejaré, si no me bendices” (Génesis 32: 26). Esto es contender con Dios por una respuesta. Hay veces cuando la respuesta demora, pero tenemos que prevalecer, como Daniel que esperó por 21 días (Daniel 10: 2). Van a haber veces cuando la lucha va a cansar nuestro cuerpo y tensar nuestros nervios, como cuando Elías oró para que el fuego caiga y vino la lluvia luego (1 Reyes 18). Tal oración demanda negarnos a nosotros mismos, y esta es la oración que prevalece con Dios, y si no prevalecemos con Dios, es un tiempo perdido.
El diario que guardó David Brainard, quien fue un misionero a las Indios Norte Americanos, es una de las historias más grandes de la oración que prevalece. Se trata de un hombre con tuberculosis. El nunca entendió por qué, pero Dios nunca lo llegó a sanar. Pero a pesar de su dolor, en ese gran Nor-Oeste, él trabajó en las circunstancias más extremas. El cuenta cómo predicó un año y nada sucedió. Pero en una descripción de esos tiempos de dolores de parto, él dijo, “hoy luché por tres horas, pero durante hora y media había un tiempo maravilloso con Dios”. El demostró lo que es luchar, prevalecer, presionar con Dios hasta alcanzarlo. Esta es la respuesta a ese poder, y esto es lo que hizo Jesús. “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21: 22).
La oración real es determinante y prevalece. Es la fuerza más grande en la tierra. La primera Iglesia oró 10 días y vino el milagro de Pentecostés: tres mil personas se convirtieron. Pedro predicó 3 minutos, (por lo menos, esto es lo que te tomaría en leer ese sermón), y tres mil personas vinieron a Cristo. Hoy la tendencia es que oramos 3 minutos, predicamos 10 días y nadie se salva.
Moisés pasó 40 días hablando con Dios, y la Biblia dice que su rostro brillaba tanto que tenía que usar un velo, pues él venía de la presencia de Dios. Jesús oró toda la noche; El se levantó en la madrugada para orar. Era tan evidente que los milagros que El hacía eran el resultado de la oración, que Sus discípulos le decían, “Señor enséñanos a orar”. Cuando los discípulos no pudieron echar un demonio en Marcos 9: 23-29, Jesús les dijo que la razón era por su falta de oración y ayuno. Si alguno quiere ser discípulo de Cristo, primero debe negarse a sí mismo. Orar como Jesús oraba es ciertamente un acto de negación del yo. Yo sé, porque he estado por los últimos 30 años, levantándome alrededor de las 4:30 de la madrugada para estar en la reunión de oración a las 5:00 de la madrugada y puedo decírtelo: cuando la alarma del reloj suena, esta carne vieja comienza a renegar, y te dice, “descansa unas horas más. No va a pasar nada si no tienes la reunión de oración hoy”. Es un sacrificio real, es lo que te estoy diciendo, y tú tienes que negar ese “yo” para orar toda la noche, o levantarte de madrugada. Jesús dijo, “Si quieren ser mis discípulos, si quieren hacer las obras de Dios, entonces esto va a ser parte de su vida”. Y otra vez te digo que el ayuno es una parte importante de la negación del “yo”. Todo lo que tiene vida demanda alimento. Tú le quitas el alimento y viene la muerte. No importa si es una planta, animal, un ser humano o espiritual. Si tú quitas el alimento, comienza a morir. El deseo por el alimento, es uno de los deseos más fuertes del “yo”. Fue por alimento que Esaú vendió su primogenitura. Fue al hambre físico donde Satanás dirigió su primera tentación para hacer pecar a Jesús. Jesús advirtió contra el exceso, que es glotonería, y El dijo que esto haría que pierdas el rapto (Lucas 21: 34). No es malo comer, pero es malo comer mucho. La comida puede convertirse en tu dios. Pablo habló de unas personas quienes eran “…enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal” (Filipenses 3: 18-19). El ayuno no es una herramienta de regateo con Dios, el ayuno tiene que ver solamente con la negación, la crucifixión de este “yo”, esta carne. Dios sólo responde al hombre espiritual, a la nueva creación. Cuando la nueva creación ora, Dios siempre responde.
En Isaías 58: 6-9 el ayuno se muestra para romper el yugo de la carne. “¿No es el ayuno que yo escogí?” dijo Dios, para romper el yugo de la carne. El lo describe aquí, y lo hace muy claro en los versículos 6 y 7, hay una necesidad para ayunar. Esto no cambia a Dios, te cambia a tí.
Pero cuando ese yugo es roto, entonces sale la nueva creación al frente y El dice, “cuando tú me busques, yo responderé”. Así que el ayuno entonces es una herramienta muy definida para mantener la carne muerta que es como se supone debe estar. Es a través del ayuno que el hombre viejo se mantiene abajo. El poder es la presencia manifestada de Dios. Y el ayuno abre el camino para que la vida de Dios salga adelante. Isaías 58: 8 dice, “Entonces (y esta palabra “entonces”, significa “después” de los versículos 6 y 7 cuando hayas roto esta carne a través del ayuno), “nacerá tu luz como el alba”. Luz es vida. Juan 1: 4 dice “En él (Jesús) estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres”. El dijo que cuando esta carne es rota, entonces nacerá tu luz, porque la vida de Dios nacerá a través de tí. Cuando tú ayunas, pones abajo al hombre viejo, cuando oras, levantas al hombre nuevo. El verdadero ayuno es darle a Dios el primer lugar sobre todas las demandas de la vida del “yo”. Cuanto más cerca el discípulo camina con Dios, mayor será el poder en la vida de ese discípulo.
Dios dice, “acercaos a Dios, y él se acercará vosotros” (Santiago 4: 8). Acercarse a Dios es alejarse de todo lo que no es de Dios, de todo lo que niega a Dios. ¿Sabes?, no estamos separados de Dios por metros, centímetros o pulgadas; estamos separados por nuestra iniquidad, de acuerdo a la palabra de Dios en Isaías 59: 2, que dice, “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios…” Si vemos esta palabra “iniquidad”, significa el “yo”. Significa vivir en la voluntad del “yo”, y cuando tú te alejas de esto, tú te acercas a Dios. La negación al “yo” va a llevarte frecuentemente a salir de la compañía de los que tú más disfrutas. Oh, sí; si tu quieres tener el poder de Dios, tendrás tener comunión con Dios, y la verdadera comunión es con el Padre y su Hijo Jesucristo (1 Juan 1: 8). Los que tienen poder con Dios y son usados por Dios para librar a los enfermos, estas son personas que están pasando mucho tiempo a solas con Dios antes de ir delante de la gente.
En nuestras enseñanzas cuando tratamos con la renovación de este vaso o la puerta de Dios, yo señalé con mucho énfasis, que tú eres el anciano de Dios, y que tú tienes que tener tu sueño. Esto simplemente significa que tú debes esperar en la presencia de Dios hasta que oigas y sepas lo que Dios está diciendo y haciendo; luego salgas de esta presencia de Dios y vayas a la congregación y entregues ese sueño al pueblo de Dios. Este es el primer paso para producir un verdadero avivamiento, que tú y yo, ancianos de Dios, pasemos mucho tiempo en la presencia de Dios. Por esto pusieron diáconos para ver las cosas comunes. Dios no llamó diáconos: los eligieron para que los apóstoles persistieran, ¿en qué?, en la oración y a la palabra de Dios, para que pudieran venir de ese tiempo de oración y ministrar Dios a la gente. El poder es el resultado del esperar en Dios. Si tú permites que la Iglesia haga de tí un mero gerente de negocios, y tú te pasas todo tu tiempo buscando ambulancias y servicios funerales y tomándole de la mano a los descontentos, no vas a tener el poder de Dios.
Es verdad que vas a conservar ese hipócrita descontento en la Iglesia, porque sabe que tú estás ahí para sostener su mano, pero si pasas tu tiempo con Dios para que Jesús brille en tí en el púlpito, vas a atraer a los que tienen hambre de Dios. El “yo” te dice “apúrate”; Dios dice “en paciencia tú conservarás tu alma”. Esto es, el nuevo hombre posee su alma. Paciencia es aquel atributo que obtenemos a través del sufrimiento. David decía “guarda silencio ante Jehová, y espera en él” (Salmos 37: 7). La espera es casi un arte perdido. Lo queremos todo ahora. Yo sé que esta generación está en grandes problemas al ver jóvenes parados frente a un horno microondas gritándole para que se apure. El hombre que ha esperado delante del Señor ordena a la enfermedad y a los demonios que se vayan, y se van. El hombre que no tiene tiempo para esperar dice las mismas palabras, pero nada pasa cuando él habla.
Esperar en el Señor incluye ayunar, orar y después simplemente esperar. Cuando lo has dicho todo, entonces espera, deja entonces que Dios te hable a tí. La primera vez que fui a Rusia, sus reuniones de oración consistían en un montón de conversación; después de 4 ó 5 minutos de oración, se paraban, cantaban algunos coros y luego decían que ya no tenían más que decir. Digo, espera delante del Señor primero, luego habla con El y cuando parece que no estás inspirado para hablar, entonces espera. La oración es un diálogo. Deja que Dios responda.
Cuando estés en la reunión de oración, toma la Biblia para leerla. No es que hayas dejado la oración, sino que le estás dando a Dios una oportunidad de hablar contigo. La mayoría de Su conversación será a través de Su Palabra. El “yo” es intranquilo e impaciente, siempre quiere acción, siempre quiere atención, gratificación. El “yo” está preocupado por las cosas del mundo, la carne. Jesús dijo, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…” (Lucas 9: 23). Jesús dijo en Mateo 28: 18 “Toda potestad me es dada…”. Todo el poder está en Jesús, y no puede ser obtenido sino sólo de El.
El que tiene al Hijo, tiene la vida. El que no tiene al Hijo, la ira de Dios está sobre él. Todo el poder fue dado a Jesús. Esto significa que no hay poder para mí, y no hay para tí. El único poder que es posible que pueda haber en mí, es cuando Jesús está en mí. Así que en la medida en que tú y yo estemos conformados a Su imagen, el poder de Dios obrará a través de nosotros. Pero El no compartirá Su vida con tu vida, así que El dice, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”. No hay atajos para un ministerio de poder como Pablo: debemos estar crucificados con Cristo, y debemos permitir a Cristo que viva a través de nosotros. Ahora, quiero darles uno de los aspectos más importantes de esta lección y traerlo a la luz hoy. Es posible que este poder esté en tí pero nunca ser visto. La Biblia habla de esto en Romanos 1: 18, “…que detienen con injusticia la verdad”. Luego dice que ellos conocieron a Dios pero no le glorificaron como a Dios. La única manera en que tú puedes glorificar a Dios es permitiéndole que El viva a través de tí. El crimen más grande del siglo es tener a Dios dentro tuyo y manifestar el “yo”‘ por fuera; ese es el crimen más grande. El hecho que esto pueda ser verdad, y el hecho que es verdad la mayoría de las veces, se demuestra en el evangelio de Mateo, cuando Jesús le dijo a sus discípulos que dejen que su luz alumbre. Ese pequeño verbo “dejen” dice que hay una luz ahí. Esta luz es la vida de Dios.
Dejemos que la vida de Dios sea vista a través nuestro, para que los hombres vean nuestras buenas obras. No hay ninguno bueno sino Dios, y cuando la gente ve las buenas obras que son de Dios, van a glorificar a vuestro Padre que está en los cielos. Y no hay ninguna razón para que estemos aquí, sino sólo para que glorifiquemos a Dios. No hay otra razón para que haya avivamiento sino, glorificar a Dios. Todo otro motivo es egocentrismo. David dijo que han invalidado la ley de Dios. Es tiempo de actuar. Es tiempo de que tú y yo llevemos este “yo” a la nada, y permitamos que la vida de Jesús fluya a través de nosotros, porque cuando vean a Dios, cuando vean a Cristo ser levantado, la gente entonces será atraída a El.