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Lección 3.- Viendo A Dios

Lección 3.- Viendo A Dios

 

La oración es lo más importante, y sin ella, nada funciona. En Isaías 6: 1-8, vemos que, “En el año que murió el Rey Uzías, vi yo (quiero que observemos lo que él vio) al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. (Aquí está la reacción del profeta) Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los Ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”.

Si tú eres cristiano, si eres creyente, puedes hacer lo que has sido llamado a hacer; puedes creerle a Dios. Habrán dificultades, enfrentarás lo aparentemente imposible, pero si tú pones tu corazón en Dios, entonces nada será imposible para tí. La Escritura que vimos anteriormente, tiene que ver con el profeta Isaías. Tiene que ver con él en un tiempo cuando el Rey Uzías murió. Y ahora él ha venido a la casa de Dios. Si tú “traspasas los cielos”, si tocas a Dios, lo primero que va a suceder es que tú veras a Dios. Llega un momento en la vida de una persona que busca vida, cuando el espíritu que está en él le demanda realidad. No hablo de ser salvo, hablo de conocer a Dios. Después de años de caminar con Dios, Pablo exclamó, “Que yo pueda conocerlo” (Paráfrasis de Filipenses 3: 10) ¿Podríamos dudar de la gran salvación del apóstol?

Hablamos de un conocimiento de Dios que no está basado en argumentos. Un conocimiento que es más que la habilidad de repetir un versículo de memoria. Va a llegar un momento en tu vida cuando tú debes saber si estas cosas son verdad o no. Acuérdate, el Infierno va a atacar tu mente y tú vas a tener que llegar al punto donde tú sabrás de esta realidad. El clamor de Pedro en el libro de Mateo 14: 28 fue: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a tí sobre las aguas”. Ese fue el clamor del espíritu humano en su deseo de ir más allá de lo ordinario, más allá de lo meramente religioso, más allá de ir a la escuela dominical y hablar de un Dios que nunca ve. ¿Has estado alguna vez en esta situación? ¿Has dicho alguna vez: “quiero conocer a Dios?” Estoy contento por lo que Dios hizo en el primer Siglo, pero yo vivo en el Siglo XX. Y los problemas son más complejos hoy que en el primer Siglo. Necesitamos a Dios como quizás ninguna otra gente jamás lo necesitó. “…manda que yo vaya a tí sobre las aguas” (Mateo 14: 28). Permite que yo salga de este bote religioso. Déjame ver aquello que el hombre no puede explicar. Deja que me mueva en el Reino de lo sobrenatural donde la única explicación de lo que está ocurriendo es, “Dios está aquí”. Tarde o temprano vas a estar inconforme. Tiene que ser así. Si tú piensas que tienes todo, entonces no vas a ninguna parte. Pero cuando sabes que hay más, cuando lees el libro de Hechos y tu vida es reprendida espiritualmente, algo dentro de tí va a decir, “…manda que yo vaya a tí sobre las aguas”. Déjame moverme más allá de la seguridad de esta institución religiosa a donde está Cristo, donde la resurrección se demuestra. Isaías, el joven predicador, había llegado a ese lugar en el capítulo 6 del libro que lleva su nombre. Isaías era un estudiante del seminario teológico. El había escuchado todo; había escuchado sobre los milagros de ayer, el maná que cayó, el Mar Rojo que se dividió, los muros que cayeron; era una historia que su mente creía, pero no su corazón. El joven predicador había llegado al punto en su vida donde su espíritu demandaba una realidad. El tenía que conocerla. Uzías el rey de Israel era tío de Isaías; y en la política de los días de Isaías, no había nada más alto que el rey. El rey tenía el poder de la vida y de la muerte. Isaías sin lugar a dudas podría haber tenido una carrera muy prometedora en la política; su tío era el ídolo de su vida, y él pudo ser un embajador. Sin duda había un lugar en la política del rey, para su joven sobrino Isaías.

El único problema era que Dios había puesto su mano sobre él. Pero Isaías no estaba seguro. Entonces vino un tiempo cuando Isaías dijo, voy a arreglar este asunto de una vez por todas. Si Dios es real, yo voy a conocerlo. Esto no es incorrecto; Dios es real y tú puedes conocerlo en su realidad si lo buscas. “En el día que me busques (Dios dijo), con todo tu corazón, me hallarás” (Paráfrasis de Jeremías 29: 13). Isaías es enfrentado con esto. El conocía a Dios sólo con su mente, pero no lo conocía en su corazón. El conocía los hechos de Dios, pero no conocía sus caminos. Estaba en problemas. Para poder responder el llamado de Dios en su vida, Isaías tenía que poner a un lado sus ambiciones políticas, pero antes que él pudiera dejar estas cosas visibles, esto es, lo que podía ver y sentir, él tenía que conocer la realidad de lo que no se veía.

Este es el problema más grande de la Iglesia y de nosotros individualmente. La Iglesia está tan gobernada por lo visible, lo sensacional, que raramente llega más allá de lo visible para ver a Aquel que es invisible. Se dice que Moisés se sostuvo como viendo al Invisible. Esa es la única respuesta; esa respuesta debe venir o vamos a continuar dando vueltas en esta religión de formas. Isaías debe descubrir la realidad de lo invisible. El ya estaba bien relacionado con lo visible. El podía salir y entrar en la casa del Rey a voluntad. Pero ahora se debía mover más allá de lo visible. La Biblia dice específicamente que en el año que el Rey Uzías murió, Isaías vio al Señor. Cuando su ídolo murió en ese año, Isaías “traspasó los cielos en oración”. En el año que Uzías murió, Isaías arregló el asunto, ser político o predicador. No sé cuanto tiempo le tomó. Menos de un año. Pero sí sé una cosa, que él era un joven decidido a conocer la realidad.

El fijó su corazón para poder conocer, y la Escritura dice que fue en el año que Uzías murió que él vio a Dios. Toda persona en esta tierra tiene el derecho de aceptar o rechazar a Dios en las bases de la realidad. Nunca fue el propósito de Dios que su pueblo sea producto de un argumento. No es la voluntad de Dios que la Iglesia sea una sociedad de debate, y no es la voluntad de Dios que tú y yo como predicadores del Evangelio gastemos nuestro tiempo hablando de Dios. Debemos hablar por Dios, en su lugar, y demostrar a Dios como alguien real. (Pablo dijo que este evangelio no se predica sólo en palabras, sino en demostración y en el poder del Espíritu Santo para que nuestra fe no este fundada en la sabiduría (o argumentos) de los hombres, sino en el poder de Dios).

El testimonio de Pablo fue, “con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios…todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Romanos 15: 19). ¿Cómo predicó? A través de poderosas señales y prodigios (Paráfrasis de 1 Corintios 2: 4-5), “para que la fe del creyente romano esté anclada en la realidad. “…el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4: 20). Es la voluntad de Dios que nuestra fe esté basada en la realidad. En ninguna parte es esta verdad más real que en el llamado del profeta Eliseo. Vemos que cuando Dios está por llevarse al viejo profeta Elías con El, El le dice que unja a Eliseo el hijo de Safat para ser profeta en su lugar. El joven está en el campo arando con doce yuntas de bueyes. El viejo profeta pasando por delante de él, echó su manto sobre él y siguió caminando. Cuando el manto lo tocó, Eliseo dejó los bueyes y vino corriendo en pos de Elías y dijo: “Te ruego que me dejes buscar a mi padre y a mi madre, y luego te seguiré”. Elías respondió: “¿qué te he hecho yo?” Lo que realmente dijo fue, “¿por qué me sigues? ¿qué quieres? ¿qué buscas?” Eliseo se volvió y tomó un par de bueyes y los mató, y con el arado de los bueyes cocinó la carne y la dio al pueblo. Luego siguió a Elías y le servía (v.21). El acabó con todos los obstáculos que habían atrás. Algo había ocurrido en su vida que lo había consumido totalmente.

Edgar Bethany, el historiador Pentecostés, dice que Eliseo siguió a Elías ocho años. Los dos fueron a Gilgal y Elías le dijo a Eliseo, “Quédate ahora aquí, porque Jehová me ha enviado a Bet-el. Y Eliseo le dijo: Vive Jehová…que no te dejaré” (2 Reyes 2: 2). En Bet-el, Elías trato de dejarlo otra vez, pero él le dio la misma respuesta. En Jericó Elías le dijo otra vez, “Quédate aquí, el Señor me ha enviado al Jordán”. Otra vez el rehusó quedarse. En el Jordán el viejo profeta tomó su manto y golpeó las aguas. Las aguas se separaron y los dos pasaron en seco. Estaban en el otro lado del río, sin bote, ni lanchas, no había manera de regresar. Si Dios tomaba al viejo profeta en ese momento, el joven profeta se quedaría solo. En esta situación imposible, el viejo hombre finalmente le preguntó, “¿Qué haré por tí?” Eliseo rápidamente respondió, “Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí” (2 Reyes 2: 9). Lo que él dijo fue: “quiero una doble porción de lo que sentí en ese campo hace ocho años”. Eliseo sintió algo, él supo algo, había una realidad. El no estaba siguiendo a un hombre con un argumento, él había probado de los poderes celestiales. Dios quiere que todos nosotros tengamos la oportunidad de aceptarlo o rechazarlo sobre la base de la realidad.

Isaías había alcanzado ese punto en su vida. Había algo en él que demandaba una realidad. El estaba siendo llevado hacia dos direcciones. El quería seguir a Dios si es que en verdad Dios era real, pero él tenía que saberlo. La Biblia dice que Isaías vio a Dios. Cuando veas este término en la Biblia, “ver”, significa “conocer”, a menos que específicamente diga otra cosa. Conocer es ver y ver es conocer. “Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis…” (Efesios 1: 18). En el año que murió el rey Uzías vio al Señor alto y sublime. El llegó a conocerlo como Dios. Ver a Dios es conocer a Dios. No es verlo con tus ojos sino con tu corazón. Isaías tuvo una experiencia con Dios. El se encontró con Dios. Isaías había escuchado acerca de Dios, pero él no conocía al Señor. Multitudes han crecido en la Iglesia y han escuchado de Dios toda su vida, pero nunca lo han conocido realmente. “…siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegan al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3: 7). Cabezas llenas de Biblia pero nunca han tenido un encuentro con Dios. No me estoy refiriendo a la salvación, estoy hablando de conocer al Dios que nos ha salvado. Cuando un hombre y una mujer se casan, ellos creen que se conocen el uno al otro. Pero después de años de compartir sus vidas juntos, ellos realmente llegan a conocerse. Se conocen más el uno al otro, pero no significa que ahora están “más casados”, que cuando ellos hicieron sus votos por primera vez. Isaías se crió con las historias del Antiguo Testamento. El había escuchado del mar Rojo que se dividió, del maná, y del agua que fluía de la roca. Ahora él anhela poder decir con Job, “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42: 5). Esa es la fortaleza de la vida (Salmos 27: 1). Una cosa es conocer acerca de Dios pero otra cosa es conocer a Dios. Tú puedes conocer todo sobre comidas y morirte de hambre. Tú tienes que comer la comida para poder recibir de ella. Tú puedes ir al infierno conociendo acerca de Dios, pero si tú realmente conoces a Dios, entonces tienes la repuesta para poder vivir. “…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (diligentemente)” (Hebreos 11: 6). Tú no puedes creer que hay Dios en medio de las circunstancias frustrantes de la vida a menos que tú verdaderamente experimentes o conozcas a Dios.

Hay personas que comienzan muy bien, que son cristianos verdaderamente nacidos de nuevo, pero nunca perseveraron en buscar esa unión real con Dios. Estas personas son fáciles de derrumbar y de frustrar. Por otro lado, aquellos que conocen a Dios, que han tenido un encuentro real con Dios y toda duda ha sido abolida concerniente a la existencia de Dios, pueden señalar esta experiencia de que Dios se les ha hecho real para ellos. La Biblia dice que Israel conoció los hechos de Dios, pero Moisés conoció los caminos de Dios. Cuando en el desierto realmente vinieron los problemas, Israel quería regresar a Egipto, pero Moisés nunca vaciló en su caminar con Dios porque él lo conocía. Isaías vio a Dios y todo lo demás se puso en su lugar. El puede apartarse ahora de sus ambiciones políticas. El ver a Dios realmente es la única manera que hace que sus hijos puedan vencer sus deseos por las cosas.

Hemos perdido una generación de jóvenes, porque ponemos el énfasis en tener un granero lleno en lugar de un corazón lleno. Si nosotros como cristianos oráramos hasta “traspasar los cielos” para tener un encuentro real con Dios, entonces las cosas del mundo tendrían muy poco valor para nosotros. Una vez que Isaías vio a Dios, todo lo demás fue secundario, y él se convirtió en el predicador más grande del Antiguo Testamento.

Isaías escribió en el Capítulo 53 del Libro con su nombre, referente a Cristo: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? …mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isaías 53: 1, 5). Jesús hizo referencia a Isaías en Mateo 8: 17, “…para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.

A causa de este mensaje y esta revelación, Isaías fue aserrado, cortado en dos pedazos. Fue asesinado por lo que predicó; pero él había visto a Dios y todo lo demás no tenía importancia. El conocer a Dios hace que el temor al hombre se vaya. Este es el gran problema de la Iglesia hoy. Tenemos miedo de ser diferentes y de hablar en contra de la horrible mezcla de la verdad y el error. Como resultado, todo ha llegado a ser la Iglesia. Ahora, tú puedes destruir cualquier conferencia de evangelismo simplemente con predicar una palabra no adulterada. Más que cualquier otra cosa la Iglesia necesita ver a Dios; tú tienes que verlo personalmente. Necesitamos “tocar a Dios en oración”. Isaías vio a Dios y pudo olvidar el trono. ¿Cómo ocurre esto? Orando hasta “traspasar los cielos” y “tocar a Dios”. El llegó al punto de la total frustración, tratando de hacer que funcionara aquello en lo cual creía. El despertó un domingo en la mañana y dijo, “esto tiene que terminar, yo debo tener una respuesta”.

Hace veintiocho años, yo pastoreaba una iglesia de doscientas personas. Ahora ya han pasado treinta y ocho años. Casé a sus vivos y enterré a sus muertos. Me amaron y yo los amé. Me daban un buen sueldo y me daban vacaciones cada año. A pesar de todo ello yo estaba terriblemente inconforme, no con Dios, sino conmigo mismo. Yo me preguntaba, “¿tengo un mensaje vivo, o sólo estoy transmitiendo palabras? Si es un mensaje vivo, entonces ¿por qué no está alcanzando más gente? ¿Por qué no es más efectivo?”. Llegué al punto donde era necesario que existiese una realidad evidente. Busqué al Señor en ayuno y oración; no comí por treinta días. Oré, lloré. Todo esto nació de algo dentro de mí que me decía que tenía que haber una realidad. Que decía “…manda que yo vaya a tí sobre las aguas” (Mateo 14: 28). No podía continuar en pura teoría. No podía seguir hablando acerca de Dios, yo debía hablar en su lugar, por El. Lo leí en su palabra, “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29: 13). Yo lo hallé.

Desde ese día, he estado en sesenta países del mundo. He vivido en Rusia una gran parte del tiempo, y durante los dos últimos años he visto aperturarse más de setecientas iglesias. En un tiempo la mayoría de esta nación fue cubierta con televisión. Isaías se despertó y dijo: “Yo tengo que conocerlo”. El probablemente fue a la sinagoga. En el camino, él tuvo que pasar frente a la casa del rabí. El viejo Rabí, viendo al joven profeta le preguntó, “¿Dónde vas Isaías?” y él respondió: “voy a la iglesia”. “¿Por qué vas a la Iglesia hijo?, no es sábado, no hay culto hoy”. “Pero, hermano Rabí, yo te he escuchado hablar acerca de Dios, cómo El liberó a nuestro pueblo de Egipto, como El los alimentó y los visitó durante cuarenta años en el desierto; señor, yo he leído esas historias como cien veces; yo he sido conmovido por todas esas obras de nuestro gran Dios, pero ya no puedo vivir en el pasado, yo debo conocer a Dios personalmente”. El viejo Rabí, sorprendido por el pensamiento radical de su mejor alumno, probablemente dijo, “Hijo, no quiero que te decepciones”. El joven predicador respondió, “Yo no voy a decepcionarme, voy a encontrar a Dios o me voy a olvidar de la religión”. Esto no está mal, tú tienes derecho de conocerlo; no tienes que vivir preguntándote si Dios es real o no.

No importa si tú crees mi testimonio o no. Yo lo creo. Yo me he encontrado con Dios. Es difícil engañar a una persona que ha visto a Dios. Yo he visto cómo se juega con esto. Hacen crecer piernas, engañan enseñando cómo hablar en lenguas. Yo sé que Dios no estaba obrando ahí. Nunca me molestó. ¿Por qué?, porque conozco a Dios y sé que El no juega con esto. Isaías no iba a ser decepcionado. Cuando él regresara, él habría visto a Dios. Todo lo incierto se habría ido. La Iglesia necesita tener esta clase de determinación. Debe estar muy fuerte en su corazón. Y se necesita orar hasta “tocar a Dios”; consagrarse al Señor en el altar, hasta que El una vez más viva en ella, a través de ella.

Podremos tocar nuestro mundo si hemos tocado a Dios. Es posible saber como funciona el Evangelio, pero sin embargo no tener el poder para ver sus resultados. Podemos seguir el ritual de orar por los enfermos sin que nadie se sane. La Iglesia ha perdido su credibilidad. Ha aprendido a ser religiosa sin tener a Dios; esto debe terminar. Necesitamos ver a Dios, conocer a Dios, caminar con Dios. El mundo no quiere una actuación, ellos quieren ver a Cristo. Nuestras reuniones de oración de cinco minutos deben cambiar y ser vigilias de toda la noche. Debemos volver al altar del ayuno y de la oración. Moisés se sostuvo como viendo al Invisible. Moisés vio a Dios, sintió el llamado para liberar cuarenta años antes que la liberación en sí llegara. El tenía el llamado y el celo, pero en un momento crítico en su vida se sintió solo y huyó.

Tú debes conocer a Dios. Cuando Jesús dijo, “…Nada os será imposible” (Mateo 17: 20), sin lugar a dudas El nos hizo saber que iban a haber luchas. Mi esposa y yo estamos casados hace más de cuarenta años. Han habido tiempos difíciles cuando uno de los dos pudo haber destruido nuestro matrimonio. Pero debido a que la conozco y ella me conoce, resistimos la tormenta. Moisés no conocía a Dios de la manera como un día lo conocería, así que cuando el adversario lo atacó, él huyó. Tiempo después, Moisés vio a Dios en la zarza que ardía y a partir de ese momento, él avanzó con seguridad. Moisés nunca cuestionó el poder de Dios otra vez. Con la zarza que ardía, Moisés avanzó más allá de lo visible. Moisés conoció cómo Dios se movía, Israel conoció los hechos de Dios. Cada vez que habían problemas, Israel quería volver a Egipto pero Moisés rehusaba mirar atrás. Moisés tenía uno de los caracteres más originales de la historia. Antes que fuera al desierto, él era un hombre poderoso en palabras y en hechos, pero cuando Dios vino a él años más tarde, Moisés no podía hablar. Moisés trató de usar esta desventaja como una excusa para no obedecer. Dios le dijo que la razón por la que fue al desierto había sido en primer lugar para anular la fe en su propia habilidad. Ahora que Moisés sabía que no podía, Dios pudo vivir a través de él y hacer la obra. A partir de su encuentro con Dios en esa zarza, Moisés se dirigió a Egipto para liberar a tres millones de esclavos con una vara y un hermano que retrocedía cada treinta días. Imagínate cómo los amigos le dirían, “¿A dónde vas?”, y él les respondería, “Voy a Egipto a liberar al pueblo de Dios”, le dirían, “¿Dónde está tu ejército?”, y él les contestaría, “Aquí está: un asno, una vara, y Aarón mi hermano”. Cada paso que el asno avanzaba, el diablo decía, “Moisés a tí te buscan. Tu foto está en todas partes. Te van a agarrar en la frontera”. Moisés nunca volteó. Nunca permitió que el temor dictara el curso, porque él había visto a Dios. Esta es la respuesta para todo. Los ciento veinte vieron a Dios en Pentecostés ¿Quién puede dudar de esto?

Antes de Pentecostés eran personas inseguras. No podían escuchar nada de lo que Jesús decía; iban de arriba para abajo, peleando sobre quién estaría a la derecha y a la izquierda. Habían escuchado predicar a Jesús y visto sus milagros, pero aún algo faltaba en sus vidas. Cuando Jesús se fue, les ordenó, “Esperen hasta que hayan sido investidos con poder” (Paráfrasis de Lucas 24: 49). En efecto, no salgan con una teoría. Esto ocurrió en Pentecostés. Ellos vieron a Dios ese día en una manera como nunca lo habían visto, y desde ese momento, no retrocedieron. Ver a Dios, “orar hasta traspasar los cielos”, es la respuesta para todo.

 

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