Lección 4.- Vestíos Del Nuevo Hombre
Romanos 5: 12, “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Romanos 5: 15, “Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo”.
Romanos 5: 19, “Porque así por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”.
Efesios 4: 13, “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Efesios 4: 20, “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo”. Efesios 4: 2, “…con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”.
Colosenses 3: 9-11, “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.
Dios dice que debemos despojarnos del viejo hombre; estas palabras son usadas frecuentemente por nosotros en una conexión meramente personal. Hablamos de nuestro “viejo hombre” que significa esta naturaleza pecaminosa que se levanta bajo la provocación. Ese aspecto está incluido en el acto inicial en el repudio de la fe. Lo que tenemos aquí es algo mucho más que sólo personal. Romanos 5, explica el significado del término el “viejo hombre”, que es un orden racial, representado por una cabeza racial, Adán (Romanos 5: 12-21). El Adán colectivo corporal, habiéndose apartado de Dios, no puede ser aceptado por Dios. Es en este orden que hemos nacido y al cual todos por naturaleza pertenecemos. No sólo el cuerpo de Cristo es uno, el cuerpo de Adán es uno. Es un tipo de hombre expresado en todo el mundo. Como nuevas criaturas decimos que hemos puesto al viejo hombre a un lado, lo hemos sepultado en la tumba, en la misma manera que sepultamos un cadáver. Como creyentes lo hemos enterrado, nos hemos despojado del tipo de Adán, este gran hombre colectivo de una cierta clase.
Nos hemos vestido por lo tanto del nuevo hombre. Esto también se cree ser un asunto personal solamente. Por supuesto que esto es verdad, pero es mucho más que una vida y naturaleza personal. En Efesios encontramos que el nuevo hombre es la Iglesia, “El Cristo”, como se expresa literalmente en 1 Corintios 12: 12. Cristo es uno con todos Sus miembros, como la cabeza unida al cuerpo, haciendo un nuevo hombre. Es un hombre colectivo, corporal, un hombre de un nuevo orden; no es Adán, es Cristo. “Donde Cristo es todo en todos” (Colosenses 3: 11). Antes era Adán, que era todo en todos, pero en la nueva creación es Cristo quien es visto como ser todo en todos. Esto es lo que Pablo quería decir por, “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús” (Efesios 4: 20-21). Es la personificación de la verdad divina en una persona. Es convertirnos en esa verdad. Somos representados como habiéndonos desvestido de un hombre, Adán, y habiéndonos investido con otro, Cristo, el nuevo hombre.
El despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre incluye muchas cosas. Lo principal es que el nuevo hombre es la personificación del amor de Cristo. Escucha las palabras de Pablo, “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó…” (Efesios 5: 1-2). Este amor debe tener una expresión individual, porque el cuerpo puede expresar este amor solamente en la medida en que los miembros individuales lo expresen. El andar en amor, entonces es una de las cosas involucradas en el vestirnos del nuevo hombre. El cuerpo es edificado en amor, constituido en amor, y el cuerpo es el medio de la expresión del amor de Cristo.
Para que haya una expresión plena del significado del “cuerpo” debemos tener todos los miembros bien unidos, ajustados y relacionados apropiadamente. Cristo no puede ser dicho que es el amor como cabeza, y Sus miembros vistos aparte de El. El cuerpo es uno, y Cristo en expresión, incluye a sus miembros; esto implica una naturaleza, y esta naturaleza es amor.
Somos mandadas, “…como hijos amados…andad en amor, así como Cristo nos amó…” El amor no es el único aspecto en la nueva naturaleza, pero lo usamos para mostrar que esta naturaleza implica una nueva disposición del cuerpo. La disposición de este nuevo hombre es amor. Cuando brota algo que no es amor, ya sea pensamientos, sentimientos, crítica, o juicio, el amor se va. Cuando nos criticamos el uno al otro, ese es el viejo hombre, y él tiene que ser puesto de lado.
Este nuevo hombre, siendo corporal y colectivo, representa una vida de comunión. Esto demanda una conciencia corporal que es una de las cosas más importantes. El Señor nunca puede alcanzar Su meta con personas solas. Nunca lo haremos de esa manera. El viejo hombre en Adán es una unidad corporal, pero la conciencia del viejo hombre no es una conciencia corporativa; es independiente y divisiva. El pueblo de Dios debe tener una conciencia corporativa.
Una tragedia de la Iglesia es que hay muchos que viven en un estado perpetuo de inmadurez espiritual. Esto es muchas veces relacionado con una falta de un sentido corporal de vida en una manera definitiva y positiva. El camino para el ensanchamiento espiritual es colectivo; esa es la ley del nuevo hombre. Es el hombre corporal el que crece a la estatura de la plenitud de Cristo; los individuales no pueden hacerlo. Debemos darnos cuenta de la falta de esa importante ley del ensanchamiento espiritual. Esto es lo que significa vestirnos del nuevo hombre, ¿Te has revestido de El? Esto significa despojarnos de todo lo personal e individual y revestirnos de esa conciencia de relación en la cual todo es para el cuerpo. ¿Cómo va a afectar esto a la Iglesia? Por esta comunión del Espíritu, el Señor gana Su meta, y nosotros llegamos a Su meta.
Para dar revelación, el Señor debe tener el cuerpo espiritualmente expresado. Todo partidismo se pierde en el ministerio cuando tenemos el cuerpo en una expresión realizada. Cuando todos los miembros están ocupados en algún lugar de valor espiritual, el diablo, va a ponerse en contra de todos los que están involucrados. Dios requiere de un hombre, El busca un hombre. Ese hombre es representado por Su Hijo, y la Iglesia es Su expresión, como cuerpo suyo. El nuevo hombre es la manifestación universal de lo que Cristo es: un Señor, una Vida, un Amor. El nuevo hombre es conforme a Dios: piensa lo que Dios piensa, desea lo que Dios desea, y quiere hacer Su voluntad. Este nuevo hombre está asegurado en el nuevo nacimiento, pero debe batallar con el viejo hombre para estar siempre en control y dominio. Despojarnos del viejo hombre demanda la cruz; es cuando tú a través de la cruz te despojas del viejo hombre, que te revistes del fundamento nuevo. No es suficiente despojarse del viejo hombre, debemos vestirnos con el nuevo hombre.
Veamos los siguientes versículos acerca de esto. Colosenses 2: 16, “Por tanto nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo…”.
Colosenses 3: 1-11, “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.
Efesios 4: 13-15, “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”. Hay una aplicación particular de esta gran verdad que yo debo remarcar aquí: El tomar el fundamento del hombre celestial. Ya sea que consideremos el nuevo hombre personal o colectivamente en la Palabra de Dios, hay una necesidad absoluta que se menciona, y es que el fundamento del nuevo hombre debe ser tomado. Dios no tiene nada que decir o que hacer con el hombre en otro fundamento que no sea el del hombre celestial (Jesús). La actitud del Señor es, si quieres que El te hable, tienes que dejar el terreno de tu propia naturaleza y venir a Su propio terreno. Debemos dejar el fundamento del hombre terrenal, y venir al fundamento del último Adán. Todo pecado y incredulidad es producto del viejo hombre.
Cristo es el único fundamento para que Dios trata con el hombre. Primero vemos que el Padre ha puesto al Hijo como el fundamento para Su trato con el hombre. Jesús de Nazaret fue ungido por Dios, ese es el fundamento de Dios. Si tú deseas relacionarte con Dios o esperas que Dios se relacione contigo, debe ser en Cristo. El es puesto, sellado y ungido, y sólo así los cielos se abrirán. Esto se ve retratado de una manera muy hermosa en Génesis 28: 11-13, en la visión de Jacob de la escalera de Betel al cielo. Jesús usó eso con Natanael: “Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1: 51). El Señor se comunica conmigo por medio de esa escalera, que es el Hijo del Hombre. Al usar el término “Hombre Celestial” estamos haciendo algo más que sólo referirnos a la persona divina, el Hijo de Dios; estamos hablando de un gran orden humano, una clase de hombre, constituido por todos los aspectos y recursos celestiales. Todo lo concerniente a este hombre es celestial y de significado práctico. Todo lo que está en Cristo puede ser usado, es de uso celestial para nosotros, de valor celestial, de significado práctico. Por eso es que hablamos de El como el hombre celestial, la clase que Dios tiene en la mira.
Dios sólo puede tratar con esa clase de hombre; entonces debemos dejar nuestro propio terreno y venir al de Cristo; ese es el significado de “Creer en el Señor Jesucristo”. Ese no es el simple hecho de tomar una actitud hacia El diciendo, “yo creo”, sino que es el compromiso absoluto de nuestra vida a El. Para que esto pueda ser una realidad, debemos dejar nuestro propio terreno y naturaleza, y esto no es tan simple como suena: es una dedicación de por vida. La educación espiritual es el crecimiento del espíritu. Hay un acto al comienzo cuando nos acercamos a El en fe y nos comprometemos a El, pero por el resto de nuestras vidas estaremos aprendiendo lo que es dejar nuestro terrino y tomar el de El.
Nicodemo viene a Jesús como un hombre interesado en las cosas divinas; él cree que Jesús puede decirle algo. “Rabí, nosotros sabemos que eres un maestro que vienes de Dios…” (Juan 3: 2). Jesús no responde a su pregunta, pero dice en efecto: “Nicodemo, aunque eres un líder religioso, vas a tener que dejar ese terreno y venir a otro. Tú debes nacer de nuevo”. Examina esa conversación de cerca y lo que está diciendo el Señor es, “tu deber estar donde yo estoy, para saber lo que yo sé. Sólo podrás ver el reino que buscas cuando nazcas de nuevo. Puedes tener conocimiento celestial cuando ocupes terreno celestial” (Parafraseando).
Esta verdad se establece en la pregunta de los griegos. Ciertos griegos vinieron a la fiesta y le dijeron a Felipe, “Señor, queremos ver a Jesús”. Cuando a Jesús se le contó de la pregunta de los griegos, dijo, “…Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto” (Juan 12: 23-24). Si los griegos quieren verlo tienen que venir a Su terreno. ¿Cuál es Su terreno? Es la de la resurrección; no es el terreno de esta creación, sino que debes morir para entrar en este terreno. Los griegos no podrían verlo nunca si sólo le consideraban como uno de los paisajes de Jerusalén. Ellos y nosotros debemos dejar ese terreno, dejarlo a través de la muerte; entonces le veremos a través de una relación corporal, “…si muere, lleva mucho fruto”. Un grano de trigo se vuelve una planta y una cosecha. Así es como el Señor puede ser conocido, por convertirnos en una parte del hombre celestial corporal, a través de la muerte y la resurrección.
Todo terreno natural debe ser abandonado. En esta dispensación Dios no está encontrándose con los judíos como judíos y a los gentiles como gentiles; la palabra de Dios para todos los hombres es que deben dejar su terreno racial y pararse delante de Dios, no como judío o griego, sino como hombre, y hasta que estés en ese terreno, Dios no tiene nada que decirte. No es lo que tú eres, sino que lo que el Hijo es, lo que cuenta para el Padre. El Señor no se va a encontrar contigo en tu territorio, o en lo que tú eres, ya sea algo bueno o malo. Le decimos al Señor, “soy débil”; así El no se encontrará con nosotros. Dios dice, “deja eso y ven al terreno de mi Hijo y El te va a fortalecer”. Dios ha provisto un hombre celestial que está lleno de todo lo que necesitamos, y no importa lo que tú eres o lo que tú no eres, en el Hijo de Dios todo se ajusta y es bueno.
En Hebreos 6, encontramos el significado de los testimonios de bautismo y la imposición de manos; éstos van juntos. El bautismo es por un lado, morir a tu propio terreno y estar sepultado. “Estáis muertos…” Tú has dejado o partido de tu propio terreno de naturaleza. Pero en el bautismo, también has resucitado juntamente con Cristo, has entrado al terreno de Cristo. Es esta verdad la que se establece en Colosenses. Pablo urge el reconocimiento de esto. “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo os sometéis a preceptos?” ¡Están muertos! Ahora están en otro terreno. En la resurrección, fueron levantados con Cristo; busca por tanto, las cosas de arriba.
La imposición de manos sigue inmediatamente al bautismo en Hebreos 6. ¿Cuál es el significado de la imposición de manos? Testifica de cuando venimos al terreno de hombre celestial corporal, el único cuerpo, entonces en el imponer manos está el testimonio dada entre dos o tres o más, por un acto de identificación, que no somos unidades aisladas, sino un hombre celestial colectivo.
Siempre hay algo más del Señor en la relación que en el aislamiento. Dios dice esto en la carta a los Hebreos 10: 25, “…no dejando de congregarnos como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. En Cristo, el hombre celestial, todo vive. El principio dominante del hombre celestial es vida eterna. En el terreno del hombre celestial todo vive. Anda en el Espíritu, abandona tu propio terreno (vida) y toma la suya, y encontrarás vida. Si guardas tu terreno morirás o vas a permanecer en muerte. Tú dices, “¡oh, Señor!”, yo soy debil”. Dios dice, “Si te quedas ahí morirás”. El reino de lo que “yo soy” es el reino de muerte. Si te ofendes y permaneces alimentando tu tristeza, morirás. Si esperas que el Señor venga y acepte tu autocompasión, estás equivocado. En cualquier terreno que no sea el del Señor hay muerte. Si nos separamos y rompemos la comunión que es nuestra relación espiritual en la voluntad de Dios, empezaremos a perder y seremos como Tomás.
Cuando los otros discípulos se reunieron, tomás no estaba ahí porque el fue ofendido; Tomás tuvo que dejar de lado su naturaleza ofendida, y así tenemos que hacerlo nosotros.