Lección 6.- El Intercesor
En Isaías 59: 16 dice, “Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese; y lo salvó su brazo, y le afirmó su misma justicia”.
Luego en Romanos 8: 26, tenemos que, “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.
Quiero decirte que el Espíritu Santo es una persona con todas las facultades de una persona. El tiene inteligencia, amor y voluntad propia, pero para poder expresarse a sí mismo, necesita un cuerpo. Antes que El venga a vivir en nosotros, le debemos dar total posesión de nuestro cuerpo. Nuestro encuentro con el Espíritu Santo, debe ser tan real como nuestro encuentro con el Salvador. Así como Jesucristo tenía un cuerpo, así el Espíritu Santo habita en el cuerpo purificado del creyente.
Ahora, para que el cuerpo del creyente sea templo del Espíritu Santo de acuerdo a 1 Corintios 6: 19, para que El habite, resida, y obre a través del cuerpo del creyente, éste debe pertenecerle sin reservas. Esa es la razón por la que escuchamos rogando a Pablo en Romanos 12: 1 , “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo…”, pero dos personas con dos diferentes voluntades nunca pueden vivir en el mismo cuerpo. En esta Escritura, el Espíritu Santo está pidiendo nuestro cuerpo. El viene como Dios y tú debes ir (Colosenses 3: 2-3). El no va a mezclarse con tu “yo”. Cada parte de nuestra naturaleza caída debe ir a la cruz, y El va a poner su propia vida y naturaleza.
La intercesión del Espíritu Santo para los santos en este presente siglo malo, debe ser hecho a través de creyentes que son llenos de El y de acuerdo a Romanos 8: 26-27. Esto demanda un rendimiento incondicional por parte del creyente. Tú eres el canal de Dios y de ninguna manera debemos desobedecerle o traer nuestras propias ideas.
Sólo el Espíritu Santo puede vivir como Jesús, y si el Espíritu Santo verdaderamente vive la vida de Jesús a través nuestro, entonces toda persona en necesidad, tiene un reclamo que hacer a nuestra vida. ¿Al ver esta verdad, todavía nos sorprende, que hay tan pocas personas que se van a entregar a este poderoso ministerio de la intercesión? Somos demasiado egoístas para dejar que cualquier ser humano en la tierra que tenga una necesidad presente sus reclamos en nuestra vida; pero cuando entramos en este ministerio vicario, dejando que el Espíritu Santo viva la vida de Jesús en nosotros, entonces tenemos que recordar que El es el Cristo universal. El murió y compró esta redención para todos; entonces, si yo le permito que viva Su vida a través de mí, esto hará que todas las personas en la tierra que tengan una necesidad, me puedan presentar sus reclamos. Somos rápidos en juzgar a todos aquellos que no creen que la Biblia es literalmente cierta y correcta, pero como canales del Espíritu Santo, debemos ser impulsados a poner nuestras creencias en práctica.
En las bienaventuranzas, Jesús estableció las leyes del Reino, y debemos actuar literalmente en base a ellas. “…y al que te quite la capa, ni aún la túnica le niegues…A cualquiera que te pida, dale…Amad, pues, a vuestros enemigos”; aquí estamos hablando acerca de los intercesores. El poder del intercesor está en el permanecer, “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. (Juan 15: 7). Esta promesa es ilimitada, pero su cumplimiento depende de nuestra permanencia. El intercesor debe en todo momento y en toda circunstancia cuidar su permanencia en Cristo. La clave bíblica sobre el permanecer, se encuentra en 1 Juan 2: 6, “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. Esto significa, estar dispuestos a que el Espíritu Santo viva a través nuestro la vida que el Salvador habría vivido. Piensa en esto. La manera de permanecer entonces, es guardando sus mandamientos (Juan 15: 10).
El Espíritu Santo también nos enviará luz en nuestra vida diaria, revelando cada motivo o acción que necesite confesión y limpieza por la Sangre. Siempre debemos permanecer en El. Estamos en la vid, y solamente si permanecemos en la vid, la vida de ella estará dentro nuestro. Ha sido un milagro de Dios el que nos puso en Cristo. El nos ordena que permanezcamos en El. Se necesita del mismo poder para perseverar en El, que el que se necesitó para ser puestos en El. Pero somos nosotros los que determinamos si El lo hará o no, siempre a través de las elecciones que hagamos. En las tentaciones de la vida, debemos elegir, ya sea permanecer en nosotros mismos, o en Dios. Por tanto los tratos del Espíritu no son tanto con nuestras negligencias externas como con la naturaleza que produce esas negligencias. La necesidad de permanecer se ve también en Juan 15. La vida está en la vid y mientras que los pámpanos permanezcan unidos y estables, entonces la vida de la vid producirá fruto a través del pámpano. El dijo, “Sin mí nada podéis hacer”. El poder está en Cristo, y mientras el intercesor permanezca unido por permanecer en El, Su poder operará a través del intercesor y cumplirá lo que es necesario.
El sentido de pertenencia debe quedar establecido. “Ya no sois vuestros”; tú has sido comprado por un precio. Ahora estás en unión con Cristo, muerto a todo lo que es natural. Esto no quiere decir que no lo puedas usar, pero sí significa que no debes abusar. No hay relación más cercana que aquella entre el pámpano y la vid, pero una cosa que el jardinero no puede hacer, es injertar la vida vieja en la vid. Nada de tí que sea natural, ni un átomo de tu “yo”, puede permanecer en el Salvador. Antes de que puedas verdaderamente ser injertado en la vid, debes ser cortado de la vieja vida.
Ya hemos tratado con esto muchas veces en el capítulo “Viviendo la vida de otro”, pero debemos enfatizarlo continuamente. Antes de que podamos alguna vez ser injertados en aquella vid que es Cristo, debemos ser cortados de la vid vieja. Sin esta nueva vida, toda nuestra actividad y trabajo a los ojos de Dios no vale nada. Aún la vid no puede hacer nada sin el pámpano. Jesús dijo, “Sin mí nada podéis hacer”. Pero también puede ser visto, que sin nosotros, su cuerpo, El no puede hacer nada, porque esa es la ley que El ha establecido. Toda la savia de la vid fluye a través del pámpano. Cuando esta nueva vida fluye a través de nosotros, entonces todas las cosas son posibles, porque si la vid tiene gozo, el pámpano tiene el mismo gozo y los necesitados reciben el fruto de ella.
Antes que el Espíritu Santo pueda llevar a ese vaso escogido a tal vida de unión e intercesión, primero debe tratar con todo el aspecto natural. El amor al dinero, la ambición personal, sentimientos, apetitos de la carne, todo lo que hace que una persona viva para sí misma, para sus propios gustos y provecho, tienen que ir a la Cruz. No se trata de una muerte teórica, sino de una crucifixión real, que sólo el Espíritu Santo puede efectuar como experiencia real en aquel intercesor en potencia. Tanto como una crisis y como un proceso, el testimonio de Pablo debe convertirse también en el nuestro, “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. El “yo” debe ser sacado para podernos convertir en el agente del Espíritu Santo. Cuando se efectúa la crucifixión, comienza la intercesión. Mediante las cargas internas, mediante el ser llamados a una obediencia visible, el Espíritu comienza a vivir su propia vida de amor y sacrificio por un mundo perdido, a través de su canal puro y quebrantado, nosotros.
Mira a Moisés, dejando el palacio por su propia decisión para identificarse con sus hermanos esclavos; él llega a la cumbre de la intercesión, cuando la ira de Dios estuvo sobre Israel debido a su idolatría, y su destrucción era inminente. No es su cuerpo lo que ofrece ahora por ellos como intercesión, sino su alma. “Perdona su pecados; y sino, bórrame de tu Libro…”. Yo oro así, esto es intercesión. Escucha al apóstol Pablo cuando intercede por Israel, “Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Romanos 9: 3). Esto es intercesión. Cuando el Espíritu Santo vive realmente su vida a través del vaso escogido, no hay límite para los extremos que El va a efectuar, en su pasión por advertir y salvar a los perdidos. Isaías tuvo que ir “desnudo y descalzo” durante tres años como una advertencia para Israel. Oseas tuvo que casarse con una prostituta para mostrar a su pueblo la disposición de Dios de recibir de vuelta a su esposa adúltera. A Ezequiel no se le permitió derramar una lágrima por la muerte de su esposa. Todo vaso usado en gran manera ha sido en su medida un intercesor: Wesley por Inglaterra, Booth por los despreciados, Hudson Taylor por la China, C.T. Studd por el mundo no evangelizado.
¿Qué es un intercesor? Que Dios busque intercesores, pero que rara vez los encuentre es un hecho de las Escrituras. “El vio que no había un hombre, y se sorprendió que no había intercesores” (Parafraseando Isaías 59: 16). Los creyentes en general han relacionado la intercesión sólo como una forma de oración intensa; es esto, pero es aún mucho más.
Hay tres cosas que deben ser vistas en un intercesor: Identificación, agonía, y autoridad. La identificación del intercesor con aquel por el cual intercede es perfectamente visto en el Salvador. Se dice de El lo siguiente: “Derramó su alma hasta la muerte”. “Fue contado entre los transgresores”. “Llevó los pecados de muchos”. El hizo intercesión por los transgresores. Gustó la muerte por todos. Para hacer esto, El se sentó donde nosotros nos sentamos. Al tomar nuestra naturaleza sobre sí mismo, El aprendió la obediencia, por las cosas que El sufrió. Al ser tentado en todas las áreas como nosotros, al volverse pobre a nuestro favor, y finalmente, al ser hecho pecado por nosotros, El ganó la posición con la que, con toda autoridad y el entendimiento de todo lo que nosotros pasamos, El pueda vivir por siempre para interceder por nosotros. Por lo tanto, la identificación es la primera ley del intercesor. El puede suplicar con efectividad, porque El ha dado su vida por aquellos por los cuales suplica. El es su representante genuino. El ha sumergido sus propios intereses en las necesidades y sufrimientos de los demás, y en la mayor forma posible ha tomado literalmente su lugar.
La segunda ley en un intercesor, es que en él vemos la agonía de este ministerio. Primero hemos visto la identificación. Sin nuestra identificación con aquellos por los cuales intercedemos, no es posible para nosotros sentir como ellos sienten, por lo tanto, no podemos orar como deberíamos hacerlo. Entonces veamos la segunda ley del intercesor. “Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”, indecibles. El único intercesor presente en la tierra, no tiene corazones donde pueda echar su carga, y no tiene cuerpos a través de los cuales El pueda sufrir y obrar, excepto a través de aquellos corazones y cuerpos que son su habitación. A través de ellos, esto es, tú y yo, El hace su obra intercesora, luego nosotros nos convertimos en intercesores debido a que el Intercesor está dentro nuestro.
Es a una vida real a la cual El nos llama. Es la misma clase de vida, en una medida menor, que la que Jesús vivió en esta tierra. Recuerda esto. Es la misma vida, en una medida menor, que la que Jesús vivió en esta tierra, a la que este Intercesor nos llama cuando El vive en nosotros. La intercesión es más que el Espíritu compartiendo sus gemidos con nosotros, y viviendo su vida como un sacrificio por el mundo a través de nosotros: es el Espíritu obteniendo su meta de gracia abundante. Si el intercesor conoce la identificación y la agonía, él también conoce la autoridad. Es la ley del grano de trigo que cae en la tierra y muere. Esta es una ley de la cosecha del trigo, “si muere llevará mucho fruto”. La intercesión no es una sustitución por el pecado, sólo Jesús lo es. La intercesión entonces identifica al intercesor con la persona sufriente y le da un lugar de predominio con Dios. El mueve a Dios. El gana su objetivo, o más bien, el Espíritu Santo lo gana a través de él. Moisés por medio de la intercesión se convirtió en el salvador de Israel, salvándolos de la destrucción. La posición obtenida por el intercesor es el efecto de la experiencia. El precio es pagado, la obediencia es cumplida, las luchas internas y gemidos recorren su curso completo, y luego la palabra del Señor viene.
La tercera ley del intercesor es la autoridad. El canal débil es vestido con autoridad por el Espíritu Santo y puede hablar la palabra de liberación. Mayor o mayores obras son hechas. Cuando el intercesor ha ganado el lugar de intercesión en un cierto reino, entonces, él ha entrado a la “gracia de la fe” y en esta posición el mar ilimitado de la gracia de Dios se abre para él. En Rusia, creo que yo gané ese lugar de intercesión por la necesidad del trabajo ahí. Yo estaba ahí y no tenía una organización que me respaldara, no podía venir a casa a hacer un itinerario para levantar fondos; sin embargo costó un millón de dólares en los primeros dos años de operación. No quiero entrar en detalles de todo lo que esto abarca, pero puedo decirte que es algo imposible de creer, fue increíble. Yo tuve que creer a Dios. Creo que entré en esa esfera donde yo podía hablar la palabra de autoridad, en donde sin todo el itinerario y toda la súplica, el dinero vino, porque allá en ese altar en Rusia, me aferré a Dios en la autoridad de un intercesor. Ese es el lugar ganado en la intercesión.
Muller nunca ganó el lugar de la intercesión sobre la enfermedad, aunque él vio a algunas personas sanadas; pero, por otro lado, él ganó una intercesión por las necesidades de los huérfanos. El siempre estuvo listo para sufrir en favor de ellos. Así es que Dios lo hizo responsable para que viera que las necesidades fueran suplidas, para que las puertas del tesoro de Dios fueran abiertas a él a través de la intercesión. ¿No es esto hermoso?
Wigglesworth ganó una posición en la intercesión sobre las enfermedades. El Espíritu Santo es como el Padre: El sufre por aquellos que sufren, y a menos que El en nosotros haga del sufrimiento algo nuestro, no podremos interceder. Nunca tocaremos el trono a menos que un clamor real suba al Señor. ¡Las palabras no cuentan! Es solamente cuando El, a través de nosotros, hace que sintamos lo que aquellos por los cuales intercedemos están sintiendo. Luego ya no soy yo, sino que es El, intercediendo a través de mí, de acuerdo a nuestro texto de Romanos 8: 26-27. Edifica un altar, entrégate a ese lugar de intercesión, y te aseguro que tendrás un ministerio victorioso con Dios.