Lección 8.- La Dinámica De La Oración – II
Anteriormente dijimos que hay seis principios que encontramos en la Palabra de Dios y todos ellos, si están en verdad en tu vida, van a asegurarte un lugar de victoria delante de Dios. Vimos, primeramente, la posición de permanencia en Cristo y su Palabra permaneciendo en tí. Luego hablamos de orar conforme a la voluntad de Dios; éste es otro principio que nos garantiza un lugar en la oración que prevalece. Si pides algo conforme a Su voluntad, El te oye, y si te oye, tú sabes que tienes la petición que le has hecho. Vimos cómo podemos conocer la voluntad de Dios permaneciendo en su Palabra, y mientras oremos de acuerdo a su voluntad, entonces tendremos una audiencia con Dios, y si El nos oye, entonces tenemos una respuesta. Luego llegamos a esas cosas personales que no están registradas en la Biblia, con respecto a nuestro llamado a predicar o a un cierto lugar, como misionero, u otra cosa. Luego llegamos al punto que también podemos conocer la voluntad de Dios por la operación del Espíritu en nuestros corazones.
Leemos en Romanos 8: 26-27 lo siguiente, “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.
La intercesión de Cristo por el creyente es efectuada aparte del creyente; pero la oración del Espíritu Santo por el creyente, es efectuada a través del mismo creyente. Tenemos que saber que hay dos intercesiones. Cristo está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros ahora. El hace esto aparte de mí, pero el Espíritu Santo está en mí, intercediendo por los santos a través de mí. En el versículo 23 de este capítulo de Romanos dice que nosotros gemimos, y en el versículo 26 dice que El gime, pero estos no son dos gemidos, sino uno. ¿Ignoras de cómo y por qué debes orar? ¿Tienes al Espíritu Santo dentro de tí? Si es así, sé lleno con el Espíritu de Dios cada día, porque El conoce perfectamente la voluntad de Dios; tiene una intachable comunión con el Padre, y su gran poder e intercesión es limitada solamente por nuestro grado de preparación, disponibilidad y capacidad para orar.
Debemos siempre recordar que el conocer la voluntad de Dios requiere de un corazón en total sumisión a esta voluntad, cualquiera que ésta sea. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios , o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7: 17). En segundo lugar, esto implica una paciente espera en Dios, en oración, para que el Espíritu Santo pueda instruirnos.
El testimonio de George Muller ilustra la importancia de estos dos aspectos; el corazón dispuesto y el corazón que espera. Después de siete semanas de paciente espera en el Señor con relación a los dos edificios adicionales para el orfanato a un costo de cincuenta mil libras, el escribió, “pude día tras día esperar en el Señor con respecto a ampliar la obra y he estado en perfecta paz durante este período, el cual es el resultado de buscar honrar al Señor en este asunto. Sin ningún esfuerzo podría por Su gracia, poner de lado todo pensamiento sobre este asunto si podríá asegurarme que fuera la voluntad de Dios que yo lo hiciera; y por otro lado avanzaria de inmediato, si así El lo quisiera…”. Ese es un corazón que cree, pero también es un corazón que espera. “Después de haber considerado por meses este asunto, habiendo evaluado las posibles situaciones y dificultades, y entonces, habiendo sido guiado, después de mucha oración, a tomar la decisión de efectuar la ampliación, mi mente está en paz”. Nosotros también si esperamos pacientemente en el Señor podemos orar para recibir esta seguridad de la voluntad de Dios; esto es la fe, y nos guía al próximo principio de esta oración que prevalece. La paciencia es cuando tú tomas control de tu alma y la posees. Es la habilidad de saber esperar para poder escuchar de Dios. ¡Cuántos se apresuran y son impacientes! Saben que Dios los ha llamado al ministerio, a algo. No saben exactamente lo que es, pero en su impaciencia, corren por aquí y por allá, luchando como Abraham y Agar, tratando de hacer la voluntad de Dios a través de la carne, trayendo maldición a la tierra. Esto es un gran problema, pero el corazón que espera pacientemente, el corazón que cree y espera, puede tener una respuesta y estar seguro en Dios. Esta es la fe que necesitamos tener.
Ahora pasaremos al siguiente principio, y es que debemos orar en fe. Para prevalecer debemos orar “en fe”. “Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá” (Marcos 11: 22-24) “…si tuvieres fe…y nada os será imposible” (Mateo 17: 20). “Pero pida con fe, no dudando nada…” (Santiago 1: 6). La fe que actúa en la oración no es una facultad misteriosa o destreza especial que algunos santos tienen y otros no, sino que es dado a todos. Esta fe que te hizo nacer en Dios es la fe de Dios. Tener fe en Dios es un mandamiento de Jesús y como tal El espera que yo obedezca ese mandamiento (Mateo 28: 20). El que nos ordena que creamos es El mismo que nos capacita para creer. La fe, sin embargo, no puede ser elaborada, ni puede aparecer simplemente por una mera decisión de la voluntad. Es necesario comprender y obedecer las leyes que operan en la fe. Ahora bien, la base de la fe es una condición correcta del corazón delante de Dios. No vas a lograr nada si tú corazón no está correcto.
El enemigo mortal de la fe es el orgullo en el corazón. Este es un enemigo común de la fe, especialmente en las cosas espirituales. Si estamos más preocupados sobre nuestra reputación delante de los hombres en lugar que delante de los ojos de Dios, o tenemos un deseo celoso de mantener nuestra posición o dignidad, aunque sea a expensas de las del Señor, puede afectar o destruir el Espíritu de fe en el corazón. “¿Cómo podéis vosotros creer; Pues recibís la gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” (Juan 5: 44). Una fe efectiva en la oración es claramente imposible cuando existen tales condiciones.
Es profundamente significativo que las dos personas que fueron reconocidas por Cristo en los evangelios por su fe sobresaliente fueron también sobresalientes en humildad. Me refiero al centurión y a la mujer cananea. El centurión dijo, “…no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra …yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va…” (Mateo 8: 8-9). Aquí vemos un ejemplo de humildad. En el caso de la mujer, ella dijo, “Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa , comen de las migajas de los hijos” (Marcos 7: 28). No sólo vemos una gran fe, sino la humildad y la sumisión; ambas tienen que estar presentes. En otra ocasión cuando los apóstoles le pidieron al Señor que aumente su fe, el les habló del siervo que araba, o apacentaba el ganado que tuvo que aprender a ser humilde al igual que obediente hacia su amo. El concluyó diciendo, “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Siervos inútiles somos; pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17: 10).
El secreto para aumentar nuestra fe es un corazón obediente y sumiso. Ese es el primer paso. Ahora vamos a ver al instrumento de la fe. Pero resumiendo lo anterior, lo primero es tener un corazón obediente y sumiso. Debemos orar en fe, pero para poder hacer esto, nuestro corazón debe ser sumiso, obediente y crédulo. Ahora pasamos al instrumento de esta fe que es la Palabra de Dios, con su infinita riqueza de promesas para tí y para mí. Son las promesas de Dios las que avivan la fe y la fe es la que se agarra de las promesas. Cuando lees la palabra de Dios, tu fe es movida a creer, luego tu fe se agarra de la promesa, y no hay una respuesta. No estoy hablando aquí del don de fe, que es concedido a algunos, sino que hablo de la gracia de la fe que está disponible para todos aquellos que son herederos de la promesa. “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es un don de Dios” (Efesios 2:8). Si no hubieras tenido fe, no habrías nacido de nuevo. Estamos hablando de la fe de Dios que te ha sido dada, pues si no tuvieras la fe que hay en tí, no habrías nacido de nuevo. Es la misma fe que estuvo en los apóstoles y profetas del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento.
La fe no puede esperar que Dios haga otra cosa menos lo que El ha prometido hacer. Entonces la Palabra de Dios es el instrumento, y ya que la naturaleza de fe es confiar en la fidelidad de Dios, es de necesidad limitada por las promesas de Dios. La fe de Abraham fue simplemente esto: “Creyó Abraham a Dios…” (Romanos 4: 3) El creyó que Dios no le dió la promesa ligeramente y que lo cumpliría. ¿Cómo operó esta fe? El simplemente hizo lo que le fue mandado. La fe crece en el interior del creyente que tiene su corazón arraigado en la promesa, que obedece lo que Dios dice. Luego finalmente, está este ejercicio de la fe que incluye la paciencia de la que hablamos cuando tratamos con el Espíritu Santo, quien es el que nos muestra la voluntad de Dios. La marca de una fe vital, es que sabe permanecer. Dios desea que alcancemos la promesa, pero esto requiere de una fe que ha sido purificada y perfeccionada a través del ejercicio de la paciencia. Dios no sólo está interesado en que nuestras oraciones cambien las cosas, sino que la oración te cambie a tí. Dios prometió a Abraham que en su vejez tendría un hijo. Los años pasaron y este hijo no nacía. Cuando lo improbable se convirtió en imposible, entonces la fe de Abraham se hizo perfecta, y él estaba seguro que la promesa se cumpliría. “Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa” (Hebreos 6: 15). Vemos cómo la paciencia es ciertamente un acto de esta fe. Cree que lo has recibido y lo recibirás, es la palabra del Salvador para nosotros. Es evidente que Abraham le creyó a Dios durante el tiempo de espera, porque la Escritura registra que él estaba “dando gloria a Dios” en una actitud de anticipada confianza en la promesa.
Mientras él oraba y esperaba, llegó al grado de una fe en la que estaba seguro que iba a haber una respuesta. Ahora bien, debemos orar en el mismo grado de fe en nuestra oración por avivamiento. No podemos esperar alcanzar tal grado sin mucha perseverancia y fe. Si no pasó hoy, pasará mañana. Esto es lo que El está diciendo. Continúa orando. Tú puedes haber orado bastante y tu fe ha sido penosamente tratada y probada; has sido tentado a darte por vencido. No lo hagas, recuerda algo muy importante: Fiel es El que promete. Dios es fiel.
Mira, la misma prueba está efectuando en tí la voluntad de Dios y te está preparando para la bendición. Presta atención, “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10: 35-36). Para que la oración prevalezca, debe ser en fe. Tú tienes fe. Tú eres un creyente nacido de nuevo y siempre debes levantarte en esta fe que está en tí. Esto significa que no le des lugar al temor. Mira más allá del temor cuando hayas avanzado al lugar de lo imposible.
Veamos a Moisés encarando el Mar Rojo en frente de él, con un ejército persiguiéndolo, y montañas en ambos lados; todo parece imposible, y el temor viene. El clama a Dios. Esto nos pasa a todos, pero si tú y yo actuamos en fe, simplemente significa que nos paramos en el lado de la fe. Creer lo que Dios dice, y no lo que el diablo y el temor dicen, esto es fe. No es un asunto de mis sentimientos o sensaciones de escalofrío, sino que se trata de lo que Dios me ha dicho a mí sobre esto, y sólo sobre esto yo me paro. Esto es la fe. Esta fe está en mí, y cuando yo hago la elección correcta, esta fe comienza a hacerse viva. Pasamos al siguiente de los seis principios sobre la oración, y es que debe ser en el Nombre de Jesús. Debe ser, repito, en el Nombre de Jesús. “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14: 13). Hay un gran énfasis en el Nuevo Testamento en el valor y poder del Nombre de Jesús. Invocamos su Nombre para lo siguiente. Salvación. “…todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10: 13). Somos lavados, santificados, y justificados en su nombre (1 Corintios 6: 11); somos bautizados en ese Nombre (Hechos 10: 48).
Esperamos en ese Nombre, nos reunimos en ese Nombre, damos gracias en ese Nombre, predicamos en ese Nombre, echamos fuera demonios en ese Nombre, sanamos los enfermos en ese Nombre. Todo lo que sea que hagas, hazlo en el Nombre de Jesús. Este es el Nombre que tenemos el privilegio de llevar y por el cual somos llamados a sufrir (Hechos 9: 15-16). ¿Qué significa orar en su Nombre? Es actuar en su lugar. Cualquier demonio o incrédulo puede hablar en su Nombre, pero es mucho más que sólo esto. Estoy seguro que los apóstoles dijeron esto en Marcos 9, y el demonio no salió. Es porque es en Su lugar de autoridad que se debe hacer. Tú y yo no tendríamos el derecho de estar aquí, sino fuera en su Nombre, en la autoridad de la persona del Señor Jesucristo. Dios sólo acepta a Cristo y a nadie más. Cuando nos acercamos en oración al altar para hacer peticiones, venimos en Su Nombre, en Su lugar, y por Su sangre. Yo pido por El, y lo represento aquí en donde El fue rechazado. ¡En su Nombre! Orar en Su nombre es actuar como su representante. Esto es lo que quiero decir, yo lo represento. Son tan efectivos como si El mismo hubiera orado, y cuando actúo en Su nombre es como si El mismo lo hiciera.
Cuando Pedro fue enfrentado con Dorcas que había muerto, él nunca dijo, “mujer, en el Nombre de Jesús, levántate”. El dijo, “te digo, levántate”. El no usó el nombre vocalizándolo con palabras, pero El estaba ahí y él sabía que hablaba como Su representante; Al estar ahí Pedro, estaba Cristo. Esto arregla la confusión sobre ser bautizado en ese Nombre. El dijo “bautizaos en el Nombre de Jesús”. El me dijo, “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”. Lo único que El me dijo es que me meta ahí: “No voy a meterme en el agua”, El dijo, “entra tú”, es igual como si yo estuviera ahí”. Así que si estás ahí en su Nombre, cuando bautices a los discípulos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, entonces es lo mismo a que si ellos fueran bautizados por el mismo Jesús. Este es el significado. Orar en el Nombre de Jesús es orar con toda la autoridad del Hijo de Dios quien dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y el la tierra” (Mateo 28: 18). Hay muchas oraciones que tienen “en el nombre de Jesús”, como un simple añadido que no son respondidas. Hay otras oraciones que omiten esta expresión pero que sin embargo, cumplen las condiciones y son victoriosas. ¿Qué implica la condición? ¿Cómo podemos estar seguros que estamos orando en su Nombre? Significa que oramos como su representante, esto es, conforme a su voluntad y propósito. Cuando oramos estamos motivados por sus intereses, llenos de su carga, extendiéndonos hacia sus objetivos; es entonces que estamos orando en su Nombre, cuando no estoy actuando egoístamente para mí, sino que lo estoy haciendo por El. Es ser uno con El en voluntad y propósito. Todo el asunto se basa en nuestra unión experimental con Jesucristo. El actuar como su representante no solamente se aplica para hacer peticiones, sino para recibirlas. Cuando hemos recibido lo que hemos pedido, estamos aún ligados al hecho de que somos sus representantes. Esta es una verdad de la Biblia que se ha perdido y que todos debemos saber; es el deseo y propósito del Señor que siempre debe estar delante de nosotros. Recibimos en su nombre, mantenemos en su nombre todo lo que hemos obtenido en confianza, y un día vamos a rendir cuenta de lo que hemos obtenido en ese Nombre.
Todo esto debe estar conectado, por supuesto, con las motivaciones correctas. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4: 3). Lo que recibo en su Nombre, lo mantengo en su Nombre. El Señor Jesús debe salvaguardar Sus derechos y si actuamos sólo en su nombre esto será Su salvaguardia. No recibimos nada a menos que sea en Su Nombre; de esta manera se asegura que no obtengamos lo innecesario, o lo que no es bueno para nosotros. Cuando la Escritura habla de hombres que dieron su vida por el Nombre de Jesús, o de uno que está preparado para morir en su Nombre, podemos realmente darnos cuenta cuál debe ser nuestra relación con Aquel que respalda ese Nombre. Cuando ese Nombre es todo para mí, yo recibiré todo de El. Si yo le permito tener todo lo que yo tengo, entonces El me dará todo lo que El tiene, “…para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14: 13). Oramos en el Nombre de Jesús solamente cuando el objetivo supremo de nuestra oración es que el Padre sea glorificado.
Por último, veamos lo que es prevalecer en el Espíritu, qué significa orar en el Espíritu. En Judas 20 habla sobre orar en el Espíritu. Nosotros oramos hasta que el Espíritu Santo entra en nuestra oración. No es un asunto de que yo pueda abrir y cerrar esto como un caño, sino que yo comienzo a orar y permanezco haciéndolo hasta que es el Espíritu Santo el que ora; entonces la fe se levanta y se aferra y cree en Dios. Orar en el Espíritu significa que el Espíritu ha ungido a la persona que está orando. Significa que es la persona del Espíritu quien está dirigiendo la oración. De acuerdo a Romanos 8: 26, orar en el Espíritu es literalmente permitir a El orar a través de mí.
Estos han sido los seis principios sobre la dinámica de la oración que prevalece, y sin este tipo de oración victoriosa, estos principios detenidamente y ponerlos en práctica en tu vida cada día. ¿Sabes por qué? Porque Dios se mueve cuando nosotros nos movemos bajo sus principios y caminamos con El. Debes saber que El no camina contigo, sino que tú caminas con El.